Para exorcisar la sequia era imprescindible llevar el agua de mar desde Chincha.
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Por: Esteban Saldaña Gutiérrez
Ingeniero Industrial
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BRISTOL era un pequeño libro, del tamaño de una libreta mediana de apuntes, de color rosáceo o azulado. Allí se podía encontrar el pronóstico del año, los días de lluvia, de sol, de neblina, datos astrológicos, matizados con anécdotas, consejos de salud, cura de animales y figurines diversos. Era el oráculo de nuestros padres.
21-11-2019 | En el mes de octubre o noviembre los precavidos encargaban comprar Bristol con los viajeros que iban a Chincha. Bristol era un pequeño libro, del tamaño de una libreta mediana de apuntes, de color rosáceo o azulado. Allí se podía encontrar el pronóstico del año, los días de lluvia, de sol, de neblina, datos astrológicos, matizados con anécdotas, consejos de salud, cura de animales y figurines diversos. Era el oráculo de nuestros padres.
Leían ensimismados y el reflejo de su rostro avisaba, alegría si la época de lluvia se cumplirían dentro de los plazos y contentos decían será “buen año”, y si por lo contrario preveía escasez de lluvia, cabizbajos pronunciaban “mal año”.
A mediados del mes de diciembre la comunidad entera se reunía en la plaza de armas, previo repiques de campanas. Llegaban comuneros de los más alejados parajes. Venían desde Llanca, Patará, Pucapaccha, Pumas, Buenos Aires, Ocrococha, Santa Rosa, Cascanni, Ccollota, Huampo. Algunos llegaban a pie, otros montados en pardas mulas o briosos caballos. Ese día se señalaban la fecha del inicio de las siembras y se repartían las “tierras de la comunidad”, a partir de Llanca arriba, Cruz Pata, Huampo.
La reunión de la comunidad terminaba y venían los saludos, los abrazos. Imainallam taytay, allinllan tioy, decían contentos, felices. Ese año sería buen año, lo habían visto en el Bristol. La plaza era un hervidero, las cantinas llenas, como en días de fiesta, solo que no habían “visitantes”, todos eran comuneros legítimos, con su poncho, su sombrero, su alforja, su “jojao”.
Contrariamente si el Bristol pronosticaba falta de lluvias, la reunión era tensa, la tarde opaca, la plaza lucía triste. Que caray decían algunos, para darse valor y se servían “cuatro dedos” de buen pisco y se iban. Otros se quedaban haciendo sus compras y buscando su “huamanripa” o su “huaccaycholo”.
Mal año, decían, si mal año, confirmaban. Ya se veían los cerros marrones, los pastos amarillentos, los puquios agonizantes. Los animales bramando de hambre, flacos, desfallecientes y tras ellos los dueños que no ocultaban su tristeza.
No había lluvia. Vamos a traer “agua de mar” susurraban. Se tenía que ir a Chincha de manera disimulada, subrepticia, llevando un barrilito de madera, pequeño. Nadie debía saber nada, ese era uno de los secretos. De Chincha a Tambo de Mora, escondiendo el barrilito. En el puerto se buscaba a uno de los pescadores y se encargaba traer “agua de mar”, pero del “medio por favor” decían, suplicantes, era otro de los secretos. Con el preciado líquido, muy escondido, se regresaba a Tantará. Nuevamente y sin que nadie lo sepa, de noche o muy de madrugada, se iba hacia el punto donde se quería que llueva. Se dejaba discretamente y se retiraba.
Esa tarde en el sitio y áreas aledañas, donde se había dejado “el agua de mar” se oscurecía, las nubes, rayos y truenos furibundos se dejaban escuchar a lo lejos. De pronto una lluvia torrencial, fuerte, pero breve, se desencadenaba. Alguien ha llevado agua de mar, decían.