Por: Esteban Saldaña Gutiérrez Ingeniero Industrial |
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Por alguna razón, esa friolenta mañana papá ordenó me levantará. “Vamos a ver los daños”. Se refería al daño que podía causar algún animal ajeno en nuestras chacras. Teníamos chacras en Micurun, Yuracrumi y Huaycco.
Salimos de la casa abrigados, cruzamos la plaza de armas, desértica esa hora. Sorteamos el riachuelo de Antas, en esa época un hilo de agua. Pasamos la bullangera “casa de fuerza”, que a esa hora dormía. Tomamos el camino que va hacia San Pedro. Llegamos a una gran piedra, desde donde se divisa toda la chacra de Micurun. Al parecer todo estaba bien. Seguimos bajando y llegamos al pie de la chacra. Casi en medio de la chacra había una cueva, no muy grande, que en sus entrañas escondía huesos de gentiles, Me acorde, me acobarde un poco. Vamos a ir hasta la cueva papá, pregunte. No, vamos a Yuracrumi, por la “toma”, me indicó. Ya papá, respondí aliviado.
Bajamos a la “toma” por la parte que colinda con la chacra de mi padrino Constantino. Ese día papá decidió ir a Yuracrumi bordeando la “toma”, camino impropio, de por si peligroso por los nudosos y enmarañados arbustos que envolvía por partes la “toma”. Peligroso porque cruzaba profundos acantilados. Ten cuidado me avisó. Si papá, respondí. Caminamos bordeando la toma hasta llegar al pie de unos sauces altos, que acompasados se movían al vaivén del viento y allí empezaba nuestra chacra en Yuracrumi, colindante con la chacra de mi tío Manuel Saldaña.
Divisó nuevamente toda la chacra y haciendo sombra con sus manos descubrió que el portillo que daba al río estaba abierto. Desde aquí te voy a ver, fíjate que este bien. Ya papá musite. Mejor vamos, te vaya “agarrar” gentil. Me acorde que en una especie de cueva, cerca al río, también se esparcían restos de huesos de gentiles. Bajamos, vimos que todo estaba bien y nuevamente retornamos a Tantará, cuesta arriba. Mas aliviados, el camino de retorno era ya manso. Pasamos Huaycco y bordeando chacras llegamos hasta Pucacruz, donde en una especie de terraplén descansaba una amplia y bulliciosa casa. De allí el camino nuevamente se ensanchaba y suavizaba. Plantas de maguey la circundaban, donde los enamoradizos dibujaban toscos corazones con flechas.
Sea caminando, sea corriendo, regresaba alegre a casa. Ya no había peligro. Mi padre ya despreocupado iba delante. En una de esas correrías caí al suelo. Exageradamente rompí en llanto, para que papá venga a consolarme, como hacía mamá. Mi padre no se dio por enterado y siguió caminando, viéndome de reojo. Continue con el llanto, nada. Me seque las lágrimas, me levante y nuevamente a corretear. Otra vez tropecé y volví a caer. Nuevos llantos, casi gritos y recordé que papá no era como mamá, ella al primer llanto venía corriendo a consolarme, a limpiarme la carita, a “pegarle” al suelo, al tiempo que me levantaba en sus brazos y me arrullaba con palabras tiernas. Me acorde que papá no era así y de un tirón se me quitó la pataleta y dejé de llorar seguí caminando y jugando.
Padre, un día como hoy naciste, del año 1921. Mi abuelo Desiderio Saldaña te dejó cuando apenas cumplías diez años. Acompañaste a tu abuelita Paula Vidalón, que según tus propias palabras la mamá más buena. Estuviste siempre al lado de mamá Victoria Gutiérrez. Están ahora todos reunidos en algún lugar del infinito.
Desde este valle de lágrimas un gran saludo a don Esteban Saldaña Gutiérrez, padre ejemplar, comunero y varias veces autoridad en mi amado distrito.
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