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Por: Esteban Saldaña Gutiérrez - Ingeniero Industrial
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Solo recuerdo que tras alguna sesuda conversación bajamos, mi hermana y yo, a la cocina, donde mamá tostaba cancha con esmero. Mamá le dijimos al unísono, queremos un hermanito. Supero la sorpresa y sonriendo nos dijo que pidiéramos a “Papalindo” ese deseo.
Nuevamente, cogidos de la mano, subimos a “los altos” y nos arrodillamos frente a la imagen del Cristo Crucificado, que hasta ahora domina todo el dormitorio familiar, y muy contritos le pedimos un hermanito.
Sea por que “Papalindo” nos escuchó o intervino otras razones terrenales, el hecho es que al tiempo mamá presentó molestias en su salud. Llegaban familiares a visitarlas y una de mis tías le dijo “no estarás embarazada”. No, le contesto muy segura, de estarlo yo sería la primera en saberlo, dijo muy resuelta.
Como los males seguían, acordaron que mejor se vea en Chincha, donde el Dr. Manzur, que era casi una eminencia. Como de costumbre mi madre se alojó en casa de mi tía Angélica, quien, como siempre, se desvivía por atenderla. Regreso montada en “caramelo”, un hermoso y majestuoso caballo, jalado por papá, que nunca había mostrado esa fineza.
Los esperamos parados en el gran zaguán, llegaron, hizo parar el caballo al costado de una especie de anden pequeño, agarra la rienda me ordenó. La bajo con mucho cuidado y finalmente, nos dio la noticia: “van a tener un hermanito”. Saltamos de alegría, nos abrazamos.
Todos habíamos visto la luz de este mundo en Tantará, pero por alguna incomprensible razón, decidieron que mamá viaje a Chincha para el parto. Nuevamente el extremo cuidado para montarse sobre “caramelo”, hasta el “corte” y de allí a Chincha, en uno de esos destartalados camiones de don Mario Mesías.
Como de costumbre llego donde mi tía Angélica, que tenía una casa amplísima, con un inmenso huerto en la parte posterior, que más parecía una chacra, donde crecía plátanos, uvas. Nada de hospital, mi hermana se atenderá aquí, ordenó. Designo un cuarto, de los muchos que tenía, y lo acondiciono convenientemente para el parto.
Allí llegó a este mundo ese hermanito pedido a “Papalindo”. El nombre, ya no eran épocas de consultas al almanaque, mi prima Aurea (†) había sugerido Wilder y con ese nombre llegó a Tantará. Mi papá, a la sazón alcalde, se molestó. No, dijo, se llamará como yo, Mauro. Contaba él que su primer nombre fue Mauro, pero que con el paso del tiempo se extravió y paso al olvido.
Mi padre regresó a Chincha, procuro algún “cambalache” e hizo desaparecer la partida de Wilder. Regresó a Tantará y renació mi hermanito, pero ya como Mauro y flamante Tantarino.
Pasando un día de tu onomástico, “nene” te deseo lo mejor. Estas caminando por la senda que papá te señaló. Hermano querido, padre ejemplar, un fuerte abrazo y mil felicidades. Salud, por este gran día.