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Por: Esteban Saldaña Gutiérrez - Ingeniero Industrial
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En mi infancia, que en verdad fue hace poco, Tantará no contaba con los más mínimos servicios. No había agua potable, luz eléctrica, ni nada. Solo por azar del destino se tenía un puesto policial, donde su comandante, un cabo de la GC, estaba más ocupado en sus chacras y animales, que atender denuncias. Es así que en asuntos de robo y enfermedad, se acudía donde don Félix Violeta Santiago, jori botón (botón de oro) como lo conocíamos todos, que en esos menesteres era más seguro y efectivo que los operadores de la justicia y de la salud. Por cierto no era el único, pero sí uno de los más renombrados.
Si de pronto el niño era atacado por una fiebre de cuarenta, nuestras madres echaban mano a la ruda, altamisa, thimolina. No funcionaba, nos llevaban donde “tía Quiche”, quien a punta de rezos y buena cantidad de agua de siete espíritus, valeriana, agua del Carmen, con voz bajita y exhausta llamaba a nuestra almas, “Estebannnnncito veeeeeennnnnnn” oraba. Seguíamos mal, la cosa pasaba a mayores. Allí se acudía a los “curiosos”, quienes tenían otros poderes, que lindaba con lo sobrenatural.
El “curioso” decía, su hijo tiene fuerte susto. Se necesita un buen “pago”, sentenciaba. Se efectuaba el ritual en algún lugar desolado, al pie de alguna roca. Sobre un mantel blanco, ordenadamente se ponían la coca, el cigarro, manzanitas, rosas de variados colores, etc. Invocando santos, haciendo mil señales de la cruz se enterraba místicamente todas las cosas y sobre ella se rompía una calabaza mediana. Ya está decía y la fiebre desaparecía.
« Si habías sido víctima de algún robo significativo, para eso estaba “el curioso” antes que el policía, que estaba relegado para solucionar delitos menores, como el hurto de gallinas. »
Sucedió en una ocasión, donde tío Hernando Gutiérrez había sido víctima de un abigeato mayor, buena cantidad de sus rudios, toretes y vaquillonas habían desaparecido. Averiguando supieron que don Félix Violeta, uno de los afamados curiosos, estaba en su casa de Buenos Aires, caserío que queda encima de Santa Rosa. Ensillaron las caballerías y provistos de buen pisco, coca, toccra y cigarro inca fueron en su búsqueda. En el frío de las alturas se saludaron ceremoniosamente y con respeto. Como antesala se sirvieron copas de pisco.
Don Félix, dijo mi tío, carraspeando, he venido con una súplica. Imaraj tioy (que será tío), respondio. Ima runacunaraj rudioycunata pasachirja, chisi, chayraico jamuchccani, amajina caspaiqui, niñocha, musiay, yachanquimriqui (Que clase de gente se habrá llevado todos mis rudios, por favor, niñito, tu que todo sabes, dime donde están). Apamurganquichu costumbrinchijta tioy (Ha traido nuestra costumbre tío). Auriqui don Félix, contesto mi tío. Jahuarimusun nispaja (Vamos a ver), contesto don Félix.
En medio del cerro buscaron un lugar apacible, tendieron el mantel, ordenaron la coca, el cigarro y agarrando un puñado de granos de maíz lo esparció sobre la mesa. Don Félix, con sus ojos de anca (gavilán), escrudiñaba el modo y la forma como había caído el maíz.
« Chacchaba su coca, endulzando con toccra. Fumaba su cigarro inca. Se concentraba, pedía más pisco. »
Medio mal tío, dijo, casi murmurando. Vuelta chujamusun. Nuevamente tiraba el maíz y volvía a ensimismarse, viendo los granos. Mi tío, ansioso, cruzando los dedos, esperaba una respuesta. Chai jai (Ya está), decía finalmente. Ruduioquicunaja allinmi cacuchan, chaypipuni puñuchan cunan puni (Tus rudios están bien, ahora mismo están descansando), dijo con total seguridad y certeza.
Caramba, pensó mi tío, está muy lejos, por lo menos día y medio de camino. De llegar voy a llegar, dijo dándose valor. Pero si ya no encuentro los animales, si el abigeo lo cambia de lugar, le abrumaron las dudas. Que caray, dijo y nuevamente suplicante volvió los ojos donde don Félix. Jacu taytay, janhuan, eso sí, tarimusun (Vamos papá, contigo si lo vamos a encontrar). Manan tioy, ñojapajmi ruanaymi cachan (No tío, yo también tengo que hacer). Nuevamente se descorontó el pisco. Salud, salud. Vamos tío, se animó por fin don Félix. Agarro su poncho, su sombrero, mandó preparar su fiambre y enrumbaron al lugar señalado por el maíz.
Día y medio de camino, llegaron exhaustos. Nada, no encontraron ningún animal. Ima, dijo, vuelta pucllamusun. Tiró nuevamente el maíz. Esta allá, dijo, vamos. Otro tanto de caminata. Llegaron, nuevamente se dieron con la ingrato caso que no había animales, pero sin encontraron rastros. Eso les dio algo de seguridad. Apamuy maizcunata, vuelta pucllamusun, dijo don Félix y tiro el maíz.
Vio nuevamente los granos de maíz regados, observaba la forma como había caído, hacia donde apuntaban. Jacu tioy, jatun maraypi pacarunmi, cunan punilla puñucuchan, jacu, jacu (Vamos tío, en una cueva grande lo han escondido, en este mismo momento están todos allí, vamos, vamos). Partieron al instante al lugar indicado por el maíz, llegaron y efectivamente estaban allí todos los animales, listos para la venta, escondidos en una gran cueva.
Ese fue don Félix Violeta Santiago que hoy descansa en paz. Hombre querido y respetado, por preservar nuestras antiquísimas y milenarias costumbres, traídos desde el incanato, desde nuestros antiguos “gentiles”. Q.E.P.D.