Por: Esteban Saldaña Gutiérrez Ingeniero Industrial |
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Ninguna fiesta había despertado tanto entusiasmo como la de este año. En las llamadas redes sociales, algunos exaltados cibernautas opinan, dialogan, conjeturan, otros, pretenden ser más cautos, llaman a la cordura, a la reflexión.
Esta efervescencia pre fiesta patronal me transporta a mi época escolar.
Los carguyocc (o mayordomos) eran comuneros de Tantará y los nombraba el pueblo en el cabildo. La comunidad les asignaba dos chacras, una en Cofradía y la otra en la que hoy es el colegio. La siembra y cosecha se efectuaban con todas nuestras costumbres. Se salía y llegaba al pueblo en medio de harawis, interpretados por las matronas, con su manta a la espalda y su sombrero blanco. Los hombres, con su arado y yugo al hombro, respondían con “rugidos”. Así llegaban al pueblo. Era la antesala de la fiesta.
Cerca ya a la fiesta los carguyocc llegaban a Tantará tras una interminable fila de mulas y burros, cargando odres de pisco puro, cajas de cerveza y gaseosas, cajones asegurados en redecillas guardaban frutas y comestibles, comprados en Chincha y llevado hasta el “corte” por un desvenjecido e inquietante camión mixto. El patio de la casa había sido “pampachado” para la recepción. La cocina ampliada con cuatro o cinco fogones, a un lado cantidad de leña de eucalipto, grandes peroles de bronce, pailas y ollas grandes. Cocineros, ayudantes y “jalas” ex profesamente contratados. Despensero listo para proveer a la cocina. Es que la costumbre obliga a los carguyocc a atender a los visitantes a cada hora y a cada momento, sea con sarapela, caldo de cabeza, rociado con vino o chamiscol.
Los viajeros llegaban en magnificas caballerías. Nuestras miradas se dirigían a Cercojaguan, donde hoy se ha levantado un arco de bienvenida, porque solo a partir de ese punto se hacían visibles.
Los caballos trotaban, luego avanzaban con dificultad por un trecho salpicado de piedras, continuaban por el “morro”, donde vivía “Nongo”, en una gran casa de tipo feudal, cruzaban el cementerio haciendo una venia con la cabeza, para después esparcirse por la pampa florida. Así el pueblo se iba llenando de amigos y familiares. La plaza de armas, donde solo el alumnado transitaba, ahora se veían rostros distintos, algunos de ellos saludaban efusivamente.
La Banda de Cañete o de Huarochiri ingresaba por Cercojaguan. Banda de San Pedro o la afamada banda de Chupamarca por la “casa de fuerza”. Banda de Huamatambo, la de jajantuñi, subían por Llamayacc hasta llegar a la pampa. Solo en una ocasión llegó una banda extraña, con un tropel de músicos de sombreros alados, de Huancayo, llevados por vez primera por tío Fabio.
La fiesta era amenizada solo por una banda, no había artistas ni grupos musicales. En una sola oportunidad, el carguyocc, Rolando Rojas, se atrevió a llevar una orquesta de Chincha. El “corte” estaba en San Juan, hasta allí llegaron todos y pasaron a Tantará solo la mitad de los músicos. Boquiabiertos veíamos una guitarra plana, delgada, sin hueco. Un bombo que se tocaba con el pie.
Unos platillos montados sobre unos fierros. Tocaron y cantaron cumbias en la casa del profesor Antonio (Antito). Nadie bailaba, solo escuchaban atónitos.
El alba con 101 camaretazos, se leía en el programa. La camareta era un pequeño artilugio de tubo con base cuadrada, donde se introducía pólvora y tierra, se compactaba fuerte y por un pequeño orificio se encendía la mecha. Nosotros corriendo tras la camareta que muchas veces salía volando. Se degusta(ba) el humeante ponche y el rico chamiscol, desde las seis de la mañana, hasta la llegada del sol.
Los comuneros asistían a misa con total devoción, olorosos con agua florida. El yaya (padre), para hacerse escuchar, subía al pulpito, para el sermón. La procesión recorría el pueblo en olor a incienso y mirra. Ese día también se degustaba el banquete, con mesas llenas de frutas, vino, gaseosa y plato de fondo. Al termino los oradores, prometiendo todo tipo de obsequios.
La pampa florida acogía a los equipos, venidos de los distritos vecinos, donde se disputaban ardorosamente premios en dinero y animales. La corrida de toros y el banquete del otro carguyocc cerraban la fiesta.
La despedida otro gran espectáculo. Se bailaba en ronda, agarrados de la mano y así llegaban a Salla-Salla. Esquinazo, esquinazo, gritaban y salía el “jala” con su chamiscol. Banda, banda, reclamaban para que la música continúe. Hasta el otro año, guatancaman, decían y se abrazaban.
Los alumnos regresábamos al colegio. Nunca terminaban los comentarios, sobre todo de los jugadores de color. Cogíamos cajas de cartón, palitos de “yocalipto”, imitando a la banda. Que vas a ser tú de grande, preguntaban, banda, respondíamos.
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