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Por: Esteban Saldaña Gutiérrez - Ingeniero Industrial
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El origen de la danza de tijeras proviene, tal vez, de la cultura Chanca ò Chanka, por ello que su influencia se circunscribe a los actuales departamentos de Huancavelica, Ayacucho y Apurímac. La danza en si es una apología, si cabe el término, es un rito, una ceremonia, un agradecimiento a los dioses que el gran imperio Inca ofrecían a sus dioses.
Nuestros antepasados creían en dioses vivientes, que ellos podían ver, sentir. Creían en el Inti, que les daba el halito de vida; en la tierra, que les daba alimentos; en la lluvia, que fertilizaba sus cultivos, en fin en todo lo que el reino natural le proveía. Creían en los cerros, en los apus, en los huamanies, que eran los guardianes del pueblo y a quienes hacían sus “pagos” u ofrendas. Los españoles, trajeron a un dios invisible, que se encontraba en los cielos, inaccesible para los ojos del hombre andino. Nuestros Incas descreyeron y los invasores tuvieron que recurrir a la práctica denominada “extirpación de idolatrías” solo para sojuzgarlos y desaparecer sus creencias religiosas. No pudieron.
Importantes estudiosos coinciden en que la danza de tijeras nace de ese sentimiento místico de nuestros incas, la de preservar su fe, su religión, rechazando a los dioses que los españoles pretendían imponer y que al final se impusieron. Es así como los danzantes de tijeras, antes sacerdotes Incas, llegan hasta nuestros días.
« Todo el atuendo y la música misma, tienen que ver con la naturaleza, con la pacha mama. »
El mítico sonido producido por las tijeras, recuerdan a las cascadas de agua; el ágil movimiento de la cabeza, que lleva el compás de la música, cubierto por el “rojo”, perenniza al ala del cóndor. Los flecos de los pantalones y el pañuelo, que se mueve al acorde de la danza simboliza al aire; las trencillas de los zapatos, representa el inframundo.
Las inmortales y jocosas tonadas como “llama jaticha”, “sara iscoy”, “palta rumi”, “doncella quichaycha”, “agua nieves”, “champa ticray”, “alljo ispaichay”, “huañoy onjoycha” y todos tienen que ver con la fuerza de la naturaleza, con la siembra, con la crianza de animales, con los pagos a la tierra, al cerro, al huamani, que el danzante ejecuta con agiles movimientos, de pies, manos, cabeza y recreando la tonada misma pretende asemejarse a ella. Ese es el secreto del danzante. Saldrà triunfante el que mejor interpreta la música.
En el “sara iscoy”, que en castellano significa algo así como desgrane de maíz, el danzante caracteriza, de manera magistral, la forma y modo de desgranar el maíz, pero a través de movimientos rítmicos de los pies, no de la mano. La máxima expresión de la danza de tijeras es la tonada del “huañoy onccoy”, que es sumamente difícil interpretarlo, aún por el danzante más diestro. De ello da cuenta nuestro inmortal José María Arguedas.
« Algunos pueblos, como Tantará, tienen el privilegio de acompañar sus fiestas patronales con los danzantes de tijeras. »
Por tradición oral se sabe que cuando todavía Choclococha pertenecía a Tantará, se apareció en ese lugar el Espíritu Santo, en forma de paloma. La comunidad temerosa, llevó a la imagen a Tantará y la entregaron a sus autoridades. Al regresar encontraron nuevamente al Espíritu Santo en el mismo lugar. Otra vez retornaron a Tantará, pero esta vez acompañados con una banda de músicos. Igual, que la vez anterior, el Espíritu Santo los esperaba. Caramba, dijeron, llevémoslo ahora con los “galas” y así lo hicieron. Solo así nuestro patrón se quedó en Tantará y desde entonces la fiesta al Espíritu Santo se celebra con los afamados danzantes de tijeras.
Fiesta de “gala” en Tantarà. (Continuarà).