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Para huir del mundanal esfuerzo, dado mi gusto por la vagancia y la soledad, inexplicablemente había perfeccionado el arte de dormir cada momento libre de mi vida, llegando a disfrutar por sobre cualquier vicio terrenal, el mismo que empieza a arruinarme.
Adherido a la perezosa, algunas veces dormí 37 horas imparables. Todo un escándalo para las universidades y mis compromisos académicos, quienes anticipadamente solían agradecer mi presencia.
Ahora, ajustando cuentas conmigo mismo, atravesando la mitad de mi vida, renuncio sin remordimiento este maravilloso bálsamo de sobrevivencia, para disfrutar despabilado, mi pasión por escribir y leer hasta el inevitable atardecer.
Prueba de ello, estos últimos días, entre la vigilia y el sueño, públicamente me confieso sin vergüenza en estas íntimas líneas, para justificar todas mis irresponsabilidades.
@davidauris |
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