Por: Ferrer Maizondo Saldaña |
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(Publicada inicialmente en Facebook por el autor)
Recordamos, entre risas, cosquilleos e ironías, aquella tarde. Ahora da risa, cuarenta años después, que estamos celebrando el reencuentro de la promoción. Cuando ocurrió el hecho no era para tanta jarana.
Con el pisco puro que ha traído Martín Campos hablan hasta los mudos. Mira como hablan “Cholón” Magallanes y “Tamalito” Romero. Entre pisco y pisco vamos rememorando la vida escolar. ¡Salud!, salud “Condorito”.
No te miento. Estábamos en quinto año de Secundaria, a días de terminar el año escolar. La última semana de clases. Días de evaluaciones finales, adioses y despedidas del colegio, ubicado al final de una avenida de palmeras, conocido como la Gran Unidad Escolar José Pardo y Barreda. El Pardo era el colegio de Chincha. El colegio que ganaba los gallardetes con patriotismo, honor y gallardía en las plazas de Cañete, Pisco, Palpa, Nazca e Ica.
El tema de conversación era a qué institución superior postular. La mayoría aspiraba la vida militar o policial porque el profesor Juan Mesías, a quien llamábamos “Borola”, recomendaba entre ejercicio y ejercicio de Geometría y Trigonometría, que los profesionales que mejor vida pasaban eran los hombres de armas. Aprovechen hijos, decía, hay bastante chinchanos que son Jefes. Busquen una vara; el que no tiene vara, no ingresa, recalcaba.
Este pisco es bueno. Se nota que es de uva tipo quebranta. ¡Salud! “Chirapa”. El pisco cuando es puro hace notar en el paladar su carácter, fuerza y personalidad.
Ocho de la mañana el horario normal de ingreso; pero, la puerta principal del colegio Pardo se abría a las seis porque a esa hora ya llegaban algunos alumnos como Jhon Wise que venía en su bicicleta Hércules desde Lateral 7 de la Pampa de Ñoco. En la puerta del colegio siempre estaba Chumbiauca, el portero, escoba en mano; era un chato, grueso, trigueño, de piernas arqueadas, voz gruesa y de tono elevado.
Corriendo llegaban los tardones. Martín Aguado y Auxiliares los recibía en la puerta. Castigados. Apuntados para quedarse al final de la clase. Ricardo Casas “Cachote” y López Pintado “Tiburón”, siempre estaban en lista de tardones. Felices ellos. Cada uno de los auxiliares del colegio eran conocidos, reconocidos y señalados solo por su apodo: “Culeco”, “Moscón”, “Don Nico” y “Caco”. Quien muy bien los describe a cada uno de ellos es Carlos Meza, el popular “Caimán”. Martín Aguado se merece una crónica con los recuerdos húmedos de varios pardinos.
¡Salud! ¡Que choquen los vasos! Como te decía, la uva quebranta es de las aromáticas. Tiene un aroma tenue y se diferencia de la uva negra criolla o uva negra corriente y su aroma a pasto recién cortado.
El señor Gonzalo Bermúdez, a quien conocíamos como “culeco”, era colorado, de ojos verdes. Ojos de gato. Cabello ensortijado, cuidado y cortado al estilo alemán. Voz delgada y potente. Religioso, infaltable a misa dominical. En Semana Santa y el mes morado vestido con hábito y miembro de cuadrilla. De caminar con las rodillas juntas y pies separados, en lo gallístico lo llaman juntón. No necesitaba acercarse al alumno para llamar la atención, lo hacía siempre desde el otro extremo del patio; ningún indisciplinado se le escapaba. Por aquel tiempo, su apellido era de mucho respeto; se comentaba que era familiar del dictador Francisco Morales Bermúdez.
¡Salud! Este pisco tiene aroma a hierba fresca. Hablando de pisco, me gusta más el mosto verde, por el dulzor, aroma y sabor. Y, un buen mosto verde en Chincha en la bodega y viñedos Grimaldi. ¡Salud!, Ernesto.
Alejandrino Moyano, llamado “Moscón”, afrodescendiente, contextura delgada, alto, canoso, lento caminar. Recordado por su seriedad, terno gris, camisa blanca, corbata y zapatos puntiagudos. No era tan buen cristiano, dice Carlos Meza cuando lo recuerda. Su temperamento cambiaba radicalmente en segundos. El zumbido bzzzzzzzzz lo enloquecía. De un tranco se aparecía al costado del atrevido. Tenía una manía, acariciaba, mientras recorría el patio y los pasillos, su mandíbula que la tenía desarrollada.
Carlos Bernaola, “Caco”, jovial, estatura mediana, prominente frente, poco cabello, peinado hacia atrás, tez clara, bigotes y anteojos. Motivador. Especializado en atender a los del primer año de Secundaria. Periodista local, conducía un programa radial juvenil y de concurso los días sábados por la tarde, por la fenecida Radio Chincha. Jugador de bochas, llegó a Campeón Nacional.
¡Salud!, ¡Salud!
Nicolás Véliz, “Don Nico”, pequeñito, gordito, cachetón, trigueño, de anteojos, no se hacía problemas con nadie, bueno con todo el mundo, más con los alumnos, “era un pan de Dios”, apenas alzaba la voz cuando debía hacerlo con energía, al tomar conocimiento del mal comportamiento de ciertos alumnos. Vivía en el pasaje de los muertos, hoy calle Gerardo Sotelo.
Este pisco es puro de uvas no aromáticas. Salud! Buen pisco, no como el Acholado que es una mezcla de mostos, y le gusta al “Flaco” Velit. El Mosto Verde es otro cantar, ese pisco no ha sido fermentado en su totalidad. El Aromático no tomamos; ese pisco no es para la promo Pardo 77; es un combinado de moscatel, Italia, albilla o torontel.
A los Auxiliares, como te decía, solo lo conocíamos por sus apodos. Si algún atrevido lo llamaba o mencionaba en voz alta, era reconocido, castigado y a veces expulsado del colegio. Los Auxiliares conocían de memoria a todos los alumnos no solo por sus nombres y apellidos, sino también por el tono de su voz. Nadie se le escapaba. Sabían hasta quienes se escapaban al cine los viernes. Mencionarlos por su apodo era un pecado, un crimen.
Como ocurrió aquella tarde de fin de año, tarde de despedida de la Secundaria, tarde de los adioses. Los más traviesos, aprovechando que no había docente en el aula, pidieron silencio y atención. Había que despedirse de los auxiliares. “Pily” Rivera, el “Cholo” Pachas y el “Barbón” Pérez, borraron rápido la pizarra. Qué manos tan ágiles. Fue el último borrón de la escolaridad.
Se trataba de una sola palabra. Un solo término que siempre quisimos gritarle a uno de los auxiliares durante los cinco años de la Educación Secundaria. Romero pidió silencio. José Magallanes, “Mantequilla”, reitero el pedido de silencio. Carlos Tasayco, “Canacho”, salió a mirar si alguien venía; confirmado, los moros estaban alejados de la costa.
Pepe Soldevilla, cogió una tiza y todo ceremonioso empezó a escribir con letra cursiva. Primero la “M”, en molde grande. Letra latina. Bilabial. Decimotercera letra y la décima consonante del alfabeto español. Era una “M” ondulada, artística.
“Lorito”, como llamábamos a Pepe Soldevilla, era un travieso como todos nosotros. Blanquiñoso, estatura pequeña, contextura delgada, siempre risueño. Con pulso firme siguió escribiendo la “o”, cuando estuvo en la “s”, todos empezamos a celebrar. Aplausos, barra. Siguió escribiendo. Llegó a la letra final de la palabra “n”. Volteó para celebrar; pero, Alejandro Merino, le dijo que faltaba la tilde.
Por el signo gráfico, el acento escrito, retornó Pepe Soldevilla a la pizarra. Esa rayita de origen griego, llamado virguilla. Había que indicar la intensidad en la sílaba correcta como nos había enseñado el profesor Maximiliano Félix Tasayco,“Cochinito”, de castellano, diferenciando las agudas, graves y esdrújulas.
Creo que ya estamos mareados porque también siento, como tú dices, que este pisco tiene un aroma a pecanas y, por ratos, a lúcuma.
¡Salud! Recuerdo como si fuese ayer que Pepe estuvo marcando la tilde en la segunda “o”, para que la palabra tenga el énfasis correspondiente y, todos estábamos listos para celebrar, cuando el auxiliar ingreso al aula, sin hacer zumbido alguno, escondiendo su pronunciada joroba y sin compasión se dirigió al infractor, propinándole un potente sopapo. Hasta ahora se siente la fuerza del golpe. Luego, silencio. Silencio sepulcral.
Mareado, desubicado, tanteando, Pepe retornó a su carpeta. Su blanco rostro se convirtió en rojizo brillante. Lágrima a lágrima fue recobrando el sentido. Se acomodó, respiró profundamente y tomó la decisión más importante de su vida: médico. No ginecólogo, ni urólogo, como le prometió a su papá; será médico especialista en geriatría para tratar algún día al auxiliar del colegio que todos conocíamos como “Moscón”.
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