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Por: Esteban Saldaña Gutiérrez Ingeniero Industrial |
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Yo nací en mayo, el mes en que mi distrito se viste de fiesta y colorido. Y nací al compás del arpa, el violín y el tintineo de las mágicas tijeras de los danzantes, por eso soy “uyhua” de los galas. Y nací bajo la protección del gran “Huamaní” que dormita sobre la torre rumi, velando el sueño eterno de nuestros antepasados que yacen casi a flor de tierra en los machaycuna.
Esos años dorados de mi infancia jamás volverán. Crecí bajo los influjos de la madre naturaleza, de respirar aire puro, de beber agua cristalina de Huichcullay, cuya fuente emerge después de recorrer misteriosos recodos. Crecí escuchando el tañer de las campanas, cuyos estrambóticos sonidos se entrelazaban entre sí y recorren el pueblo retornando a mis oídos como ondas infinitas que estremecen el alma.
Crecí tomándole el pulso a la madre naturaleza, cuando mi padre ofrendaba sus cultivos al gran Condorcencca, a Minasniyocc, a Auquichanca y empezaba la siembra “leyendo” la suerte del gañan, de los toros y hasta del guía que era yo, tirando un puñado de maíz sobre una manta multicolor tendida en el suelo. La cosecha se empezaba y se terminaba al son del harawi que mi madre y el coro de mujeres cantaban en la parte más alta de la chacra.
Regresábamos al pueblo en caravana cantando y en ronda, cogidos de la mano. Así se agradecía a la naturaleza por sus frutos y su benevolencia.
Así transcurría mis días y la “modernidad” no llegaba a mi pueblo, tampoco la extrañaba, solo una radio, de la profesora Estela Cuba, nos recordaba que el mundo existía y por ese entonces escuche la palabra “golpe” refiriéndose a la instauración del gobierno de Juan Velasco Alvarado y después nos enteramos por ese armatoste que el hombre había llegado a la luna.
Empecé la primaria estudiando transición en la Escuela Mixta y secundaria en el renombrado Colegio Nacional Mixto Francisco Bolognesi. Al culminar mis estudios, como no había otro camino que seguir, mis padres me enviaron a Lima, una ciudad gris, opaca, violenta, hipócrita, donde en mis momentos de soledad extrañaba ver el titilar de las estrellas y gozar del esplendor de la luna.
Aún adolescente ingresé a la marina de guerra, donde conocí lo mejor y lo peor de mi patria, a decir de Jose María Arguedas. Allí comprobé que la discriminación y el desprecio a nuestra raza se habían institucionalizado y orgánicamente estaba conformado por una oficialidad proclive al fascismo y al legado del Opus Dei. Fueron años borrascosos, donde se me pretendía privar hasta de opinar y aun así tuve la lucidez de seguir una carrera universitaria. Emergí de esa nebulosa y enderecé mis pasos hasta la situación de absoluta libertad en que ahora me encuentro.
Guardo el recuerdo de mi matrimonio, con el acompañamiento musical del gran arpista Edgard Belito, del violinista Máximo Damián y el gran “Acero”. Guardo también el recuerdo de mi divorcio y tras ello una hermosa y encantadora hija, cuyo primer nombre recuerda a mis ancestros, Paula Victoria. Un segundo compromiso me deparó un varón que lleva un nombre quechua, Illari.
Yo nací un 22 de mayo, como es hoy, del año que no tengo el recuerdo. Y nací en la casa de los abuelos en la pampa florida, en Tantará, Castrovirreyna, Huancavelica.
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