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BLOG DE LAURO: La Religión

Resulta doloroso para mí, comprobar como la religión ha trastocado el pensamiento y la mente de mucha gente.


Me he pasado, casi la vida entera, tratando de entender los misterios de la religión, de niño, por influencia de mi madre era un ferviente y muy temeroso católico, apostólico y romano, un verdadero seguidor de Dios. Vivía en un pueblito donde la mitad de lo que había en él, pertenecía a la iglesia.


Gran parte de mi infancia, lo pase, leyendo la Santa Biblia. Lo leí todo, de cabo a rabo. Me impacto sobre manera el cantar de los cantares, los proverbios, los Eclesiastés. Toda la biblia en si es de mucha utilidad, para fomentar los buenos valores y las buenas costumbres, entretenida y de mucha utilidad por cierto.

Más o menos a los 10 años, ya me había cansado de rezar mañana y noche el santo rosario, el padre nuestro, el ave maría, y el ángel de la guarda. Sentía que mis oraciones, suplicas y pedidos de milagros eran inútiles, vanos, vacíos, jamás escuchados.

Recuerdo aquella vez, en la clase de religión, cuando el  profe  nos explicaba sobre como Dios había creado al mundo en siete días.

- ¡Profesor si dios creo al mundo!,  ¿Entonces que había antes que el existiera, quien lo creo a Él?-

- ¡Oe! ¡Cómo puedes preguntar algo así! ¡No te pases!- era lo que normalmente te respondían

Luego me di cuenta que ni siquiera Adán había conocido a Dios, menos Abrahán, ni Noé, ni Moisés, ni los papas, ni nadie.

De allí hasta ahora han pasado varios cientos de miles de años, y estoy seguro que así será hasta el fin de nuestros tiempos, estoy convencido que nunca nadie conocerá en físico a Dios, menos podrán tener una charla amena con él.

De todos los católicos que conozco ninguno merece llamarse como tal, creo que son las personas más caras duras que conozco, comenzando por la mayoría de los curas que no siguen los lineamientos de la ley de dios. A los dos curas de mi pueblo los conocía muy bien, uno era prestamista usurero, fornicador y muy apegado a los bienes terrenales; el otro era un rendido borrachín igual a mi.

Veo con desdén cuando se realizan las procesiones, a unos devotos acompañados de un séquito de cucufatos cargando la sagrada anda. Estoy seguro que ni uno se salvaría en un juicio ante dios, incluyéndome a mí. Hace rato que todos deberían estar ardiendo en el fuego eterno del infierno -si es que existe- sin ninguna posibilidad de perdón. Hay que ver como se santiguan y rezan. Para después de ello entregarse a los placeres de la bebida, la carne y la gula.

Vale la pena, en salvaguarda de esta religión, nombrar a mi madre y mis tías, unas señoras muy creyentes, decentes, muy dedicadas a las labores propias de dios y su familia.

Después recorrí con pasión por los caminos y enseñanzas del evangelio, harto ya por supuesto, de santos y vírgenes. Allí descubrí a la crema y nata de la hipocresía y la ignorancia. Manadas de rebaños siguiendo a un pastor que les promete la vida eterna, el edén y la felicidad a cambio del diezmo, a más diezmo más agradable serás a los ojos de Dios. Todos los días a golpearse el pecho y cerrar los ojos orando y pidiendo lo que con su capacidad y esfuerzo le es difícil conseguir.

Así fue pues, más o menos como fui pasando la vida, como poco a poco comencé a cuestionar y  a derrumbar mi fe. Una fe impuesta, inoculada en mi mente, a punta de miedos y temores, a punta de recibir terribles castigos divinos.

Continuando con mí transformación llegue a descubrir, a transitar por unas formas espirituales más libre, más sanos. Libre de culpas y temores, más acorde al conocimiento y la verdad: el budismo y  el Hare Krisna; para terminar, creo, felizmente en el agnosticismo.

De allí, hasta ahora, navego por los océanos del conocimiento, de la información, de la filosofía, del lenguaje, la ciencia. Es aquí donde realmente descubrí el éxtasi, la orgia de la creación, de la formación, de la evolución. No de aquella teoría de los siete días y el soplo divino. Sino de la del Big Bang, la física cuántica y los primeros filósofos.

A pensar que dentro del universo, existen cientos y miles y millones de planetas. Que la tierra es un planeta como lo sería un grano de arena en la inmensidad infinita del universo. Que quizás nuestra civilización es tan solo, algo así, como pequeñas bacterias - no visibles a otras formas de vida -  recorriendo distancias y caminos hechos a lo largo de miles y millones de años por nuestros antecesores.

Resulta doloroso para mí, comprobar como la religión ha trastocado el pensamiento y la mente de mucha gente. Como les ha quitado el pensamiento crítico de las cosas, como les ha extirpado su libertad. Libertad de pensamiento propio.

No es fácil pensar por uno mismo, es doloroso desprenderse de todo aquello que nos han inoculado en nuestras mentes, a través de la escuela, nuestros padres, nuestra cultura y costumbres imperantes; quizá con las mejores intenciones, pero ciertamente, con las peores consecuencias.

Veo que la gente se aferra a la religión, a un Dios, porque no tienen la capacidad de aceptar su humanidad, su mortalidad. No quieren aceptar que son una especie transitoria, les cuesta aceptar que la única realidad final es la muerte, que todo acaba allí. No hay vida eterna, no hay paraíso, ni ángeles que te esperan por haberte pasado la vida entera en franca penitencia. Hay que aceptar, hay que preparase para la muerte, sin drama, sin susto. Solo aceptando que es.

Me he pasado media vida dándole a la religión ese beneficio de la duda, siento que cada vez me voy volviendo más escéptico. Pienso que quizá la religión llena ese desasosiego existencial. Pienso que muchos encuentran en la religión un punto de apoyo, un salvavidas, una filosofía que les da una esperanza de no muerte, una filosofía que les muestra el bien y el mal -para aquellos que no puedan pensar lo ético por si mismos- una iglesia que les provee de un manual de forma de vida.

La religión mete harto miedo a sus fieles. Ahora mismo, siento que me difícil discernir sobre la religión, sin que me embargue cierta turbación, cierto miedo, temor, angustia. No puedo dejar de rezar cada vez - y menos frecuente- cuando me enfrento al peligro de la muerte. No voy a negar que en automático rezo. Rezo oraciones temeroso, pero cada vez menos frecuentes, menos convencido de ser tomado en cuenta, de ser escuchado por ese ser omnipotente que todo lo sabe, que todo lo escucha, que no le puedes hacer una. Un ser supremo que está allí, allí donde ni siquiera lo puedes imaginar.

 




 

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