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Bolt, llevado por mil demonios, desbocado como siempre, poseído como nunca, lanzado en deber divino

Usain Bolt es campeón del mundo (9,79), con el estadounidense Justin Gatlin en segunda posición de la final de los 100 metros en el Mundial de Pekín.

PEKIN - Un oro más que no fue un oro más. Usain Bolt, llevado por mil demonios, desbocado como siempre, poseído como nunca, lanzado en deber divino. Ganar a los malos, así de simple. Esta vez no estaba su gloria en juego. ¿Quién le podría afear una derrota después de un año de lesiones y fiestas? ¿Quién un tropiezo que no se permitía desde los Juegos de Pekín 2008? Esta vez estaba en juego el atletismo. Su desdicha hubiera sido cruel, deshonrosa, pesimista. Le amenazaban Justin Gatlin, Tyson Gay y Asafa Powell, una pléyade de tramposos con marcas excepcionales este año, pese a pasar todos de los 30. Ni se inmutó. Más atento en la salida que en otras citas, venció en 9.79 segundos y logró su objetivo: "¡Soy el número 1!", pudo gritar.

No se acercó al récord del mundo, en absoluto importó. Su ventaja fue mínima, una centésima sobre Powell, en absoluto importó. En su temporada más mediocre, con sólo una cita previa y carente de la aceleración de gestas pasadas, logró imponer su amplia y definitiva zancada. Después bailó, porque el espectáculo es parte de su naturaleza, pero antes se le vio más concentrado que nunca. Reaccionó al toque musical previo que le había montado la organización e hizo una carantoña a la cámara, pero rápido se concentró en sus 100 metros. La meta, eso sí, dio paso a su repertorio habitual de gestos y sonrisas, también a las felicitaciones de su rivales, entre ellos Trayvon Bromell y André De Grasse, que compartieron bronce.

Su victoria le supuso el noveno oro de su carrera (más las dos platas de Osaka 2007) y le convirtió en el atleta más laureado de la Historia de los Mundiales por delante ya de Carl Lewis. Le queda el 200 (jueves 27, 14:55 horas) y el 4x100 (sábado 29, 15:10) para acercar sus 11 medallas al récord de 14 de su compatriota Merlene Ottey y le quedan los Juegos de Río para elevar su figura más allá del infinito. Tras lo ocurrido, nadie puede dudar ya de su capacidad para repetir triplete olímpico a sus 29 años. El problema vendrá luego si cumple con su reiterada amenaza: la jubilación. El tartán demostró estos días que necesita más que nunca a quién ha sido su dueño en la última década, a un 'elegido' limpio que lo justifica todo.





 
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