La primera, su viuda, Graça Machel. Disfrutó varios años de la inmensa Humanidad de Mandela, de ese hombre lúcido dentro de un cuerpo ya renqueante. Por cercanía e intimidad es la que mejor conoció a ese postrero Mandela, pero su boca se mantiene sellada desde que murió su marido hace ahora un año. Sigue de luto, sin ganas ni necesidad alguna de hacer declaraciones o conceder entrevistas. Quizá todo lo que podría decir es tan increíble que es mejor callarlo.
Su "otra" mujer, Zelda la Grange, sí ha decidido contar cosas, aunque algunas resulten increíbles. Compartió la vida del gran estadista desde 1994, cuando accedió a la presidencia de Sudáfrica, hasta poco antes de su muerte. Fue el bastón en que se apoyó y su filtro ante el mundo. Nada se anotaba ni se movía en la agenda de Mandela sin el permiso de La Grange. Su relación simboliza la fragua de ese país multicolor que es hoy Sudáfrica.
Zelda y el presidente Mandela se conocieron en 1994, en los pasillos de los Union Buildings de Pretoria. Ella trabajaba de mecanógrafa y se topó con el presidente. De sus labios apenas salieron cuatro palabras: "Good morning, mister Mandela". Madiba continuó la conversación en afrikáner, la lengua materna de Zelda, y desarmó a la joven blanca y la cautivó para el resto de sus días.
Para Zelda ese encuentro fue un shock. El monstruo, el terrorista que quería acabar con todos los blancos de Sudáfrica le sonría y le hablaba en su propia lengua, en afrikáner. Hoy lo reconoce en una entrevista que ha concedido a Televisión Española con motivo del primer aniversario de la muerte de Mandela: “eran tiempos en que los niños creíamos todo lo que oíamos en el colegio, la iglesia, en los periódicos… Y de repente era difícil aceptar que todo era mentira”.
Tras leer su libro Good morning, Mr. Mandela uno llega a la conclusión de que Mandela vivió casi secuestrado los últimos meses de su vida por una parte de su familia. Por increíble que parezca, la propia Zelda fue apartada de la vida de Mandela desde el momento en que éste perdió su capacidad de raciocinio. En la entrevista confirma que se siente triste porque en su lenta agonía fue “descuidado”. Y revela la última conversación que tuvo con la hija mayor de Mandela, Makaziwe, en la casa familiar de Qunu, en el Transkéi, sólo un par de horas después de haberle enterrado: “Zelda, no queremos aquí a gente como tú”.
Zelda se indigna cuando recuerda cómo se trató a la propia viuda: “No conozco a nadie vivo que haya sido tratado con la falta de respeto que mostró esa gente [la familia] hacia la señora Machel” (página 304 de la versión en inglés). Tal fue la descortesía que a Graça Machel sólo le permitieron invitar a cuatro personas al funeral de Estado por su marido (celebrado en un estadio con capacidad para 90.000). Y más aún, Graça Machel tuvo que interceder ante la familia para que entre esos 90.000 invitados estuviera la nieta afrikáner de Mandela, Zelda la Grange.
Efectivamente, todo parece increíble. Tan increíble que preguntamos a Zelda quién gobernó la vida de Mandela durante los últimos meses de agonía: “Me gustaría decírselo. Yo misma tampoco lo sé”.
La historia nos obliga a ser comprensivos con la familia Mandela. Los hijos tuvieron un padre entregado a la causa de la libertad y alejado de casa, entre barrotes. Pero nada de eso justifica espectáculos bochornosos… los muchos codazos, la demasiada avaricia y las excesivas miserias. Hoy, entre los sudafricanos se impone ya la versión de que la familia (una parte de la familia entre quienes desde luego no está su viuda Graça Machel) nunca estuvo a la altura del patriarca. Sí lo están los amigos. Antes de despedirnos, terminada ya la entrevista, Zelda se acerca y nos dice: “Muchas gracias por mantener vivo el legado de Mandela”.
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