Por: David Vilcapuma Gutiérrez Licenciado en Educación Difusor de la literatura oral de la serranía chinchana. |
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Qué hermoso es mi pueblo San Luis de Huañupiza, al borde del río, entre árboles de duraznos y eucaliptos. Allí queda mi escuela, hecha de adobe y barro; sus techos están cubiertos con calaminas; en la parte posterior tiene un hermoso jardín donde aprendimos a preparar la tierra y a sembrar.
Tan sólo pensar, que tengo que asistir a la escuela, me da miedo. A veces, me dan ganas de decirle a mi padre que ya no tengo deseo de ir a la escuela, pero sería para que me dé una paliza mejor no le digo nada; no sé qué hacer estoy cansado de recibir golpes en la casa y más aún en la escuela.
Mi amigo Olmedo me pisa los talones, Hortensia me jala los pelos, Toribio me patea en el trasero, todo el mundo me maltrata. Será, tal vez, porque soy el más pequeño del salón; somos más de cuarenta, y algunos son bastante mayores; y ellos me dan miedo, cuando a veces nos portamos mal.
La profesora nos pega con las riendas y las ramas de rosas y ay de ti que no hubieses hecho la tarea, decía Mariano con tristeza, mientras recogía el agua en el estanco.
En el pueblo al frente está el local comunal, luego la escuela y la capilla; la casa del padre de Mariano está entre el huarangal y el bosque de eucaliptos, junto a los juncales y a las cañas bravas donde los chihuacos trinan en el amanecer; y después llevan en sus picos, pequeñas pajas para hacer sus nidos.
Todas las mañanas, a las cinco de la madrugada, el padre de Mariano acostumbraba a despertarlo gritando ¡Mariano!... ¡Mariano!... levántate, ya es hora de traer agua, también la leña, apúrate antes que amanezca y prepara tu desayuno para que puedas ir temprano a la escuela.
En ese momento Mariano aún con sueño aparta la poñuna; una especie de frazada hecha con lana de oveja; y se levantaba con desgano, camina frotándose los ojos con la mano, y se acerca a un palo atado con soguillas de maguey, en el que guardaba su ropa; entre ellas, agarraba una chompa de color gris; más que gris era descolorida y picada por el uso, la que se la ponía rápidamente mientras tiritaba de frío.
En seguida cogía un balde de metal de la cocina e iba hacia el estanque a traer agua. De regreso le costaba prender la candela con palos de airampo, haciéndolos pedazos y poniendo unos sobre otros; Mariano estaba envuelto entre cenizas y humo; se mataba soplando de rato en rato, hasta lograr que se haga fuego.
Entre el humo empezaba a preparar el desayuno. Unos mates de hierbaluisa, y un camote asado, buscado apresuradamente entre las cenizas del fogón, aún caliente, ese era su agrio desayuno.
Luego agarraba su mochila y salía para la escuela.
Su compañero del colegio y aventuras lo espera en el recodo del camino, donde está la estancia del viejo Faustino; allí se encontraban siempre con algunos más de sus compañeros.
Olmedo, es de cara redonda, tez trigueño, quemado por el frío, de pelo hirsuto travieso y cuando se ríe se relucen sus blanquísimos dientes.
-¡Oye, has venido temprano!, -le dice Mariano. -Acabo de llegar -decía Olmedo.
-Mariano: Estoy cansado y aún tengo sueño, mi papá me levantó como siempre, muy temprano, y eso que no me tocó traer leña esta mañana.
-Bueno, yo tengo la suerte de no levantarme temprano; debe ser muy difícil vivir así, respondía Olmedo. Sí, muy duro, pero ya me acostumbré, -decía Mariano, un poco entristecido.
Olmedo: -oye, mira esos duraznos, qué agradable, se me hace agüita la boca ¿no te provocan?
Mariano: -Esa es la huerta del viejo Villegas; él vive de sus duraznos, ésta mañana lo he visto en el estanco; me pareció raro, creo que ese viejo ya no duerme, en la madrugada riega su chacra, parece que ni come; me da pena, y a veces pienso que podría ser mi papá. Pero basta de resentimientos, tenemos que seguir estudiando para ser mejores que papá.
Jajaja, eres un soñador. Dice Olmedo.
-Oye, pero si tienes hambre, yo puedo invitarte mi fiambre; tengo un poco de cancha, te invito, -decía Mariano.
Olmedo: - Que cancha ni ocho cuartos, eso es comida de huisho, y con un gesto de arrogancia lo mira fijamente a Mariano y le propone mejor robémosle unos duraznos al viejo Faustino; será más bacán.
-No, yo no tengo esa costumbre, además tenemos que llegar temprano a la escuela, sino pasaremos callejón oscuro.
-Decía Mariano.
-No seas aburrido. -Mira, súbete a la pirca y mueve una rama y se caerán solas las que están maduras, ya verás, -contestó Olmedo.
Mariano, -No, no puedo, además mi abuelita dice que Villegas tiene una calavera que le cuida su huerta.
Oye, ¿tú eres, o te haces? - ¡No seas zonzo!
-Le dice Olmedo, tratando de convencerlo.
-Sí, dicen que te jala las patas por la noche, -contesta sonriente Mariano.
Que tonto eres; el viejo Villegas dice esas cosas sólo para asustarnos. Vamos, subamos a la pirca y ya verás que no pasa nada, insistía Olmedo. Mariano, firme: Te dije que nooo!
-Eres un cobarde, yo voy a subir, ¡ya verás! -Olmedo se quita la mochila y trepa la pirca, ya parado sobre ella, dice: -¿Ya vez que no hay nada? Sube cobarde, aprende de mí. Mírame lo valiente que soy; ¡parezco un soldado!
-De veras que no hay nada, respondía con mucha inocencia Mariano.
-Carajo te digo que nooo. Sólo hay duraznos, -insistía Olmedo.
Mariano, -sólo subiré a la pirca y de allí te miraré.
Olmedo, amargo, -¡te cagas de miedo marica!, eres un chivo mal clonado, yo pensé que eras valiente como yo, pero me equivoqué, subiré al árbol y te demostraré una vez más mi valentía.
-Mariano lo observaba con asombro moviendo la cabeza y de pronto temblando de miedo y en voz baja decía; -cuidado Olmedo… creo que viene alguien.
Olmedo le responde, -¡No fastidies, cobarde, eres un cabrón, apenas mueva la rama, bajo!, -en ese momento Mariano sintió que alguien se asomaba, se puso nervioso y empezó a llamar una y otra vez, -Olmedo, Olmedo... allí viene, allí viene, el viejo, apúrate baja!, ya voy carajo! respondía Olmedo; en ese momento se oye el ladrido de Corbatón, el perro que acompañaba al viejo Villegas, por todos lados, -¡Corramos, corramos! -exclamó Mariano;
-Ya voy, dice Olmedo nuevamente y en el momento en que intentaba saltar, se rompe la rama y cae al suelo quedando inconsciente y en su afán de levantarse rápidamente para correr, giró la cabeza hacia atrás, y sus ojos se encontraron frente a frente con una inmensa calavera de enormes cuencas vacías, mirándolo fijamente dejándolo petrificado y aterrorizado, rápidamente se puso de pie y comenzó a correr raudo a la escuela.
Chincha, Setiembre del 2017.
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