Una larga corriente de personas desciende lentamente por la nave central de la basílica de San Pedro para despedir a Francisco, cuyo cuerpo ha sido trasladado el miércoles por la mañana desde la Casa Santa Marta.
Hay fieles de todo el mundo, con expresiones de expectación, los ojos cerrados en oración y lágrimas que corren por sus rostros.
Hay silencio a pesar de la multitud de mujeres y hombres de todas las edades y nacionalidades. Algunos permanecen largo rato arrodillados ante las sillas colocadas cerca del féretro abierto del Pontífice.
Otros rezan en silencio, pasando las cuentas del rosario por los dedos, como el que ahora mantiene juntas las manos de Francisco. Un hombre se acerca al féretro, con una niña en brazos, hablándole al oído, mientras ella fija su mirada en Bergoglio.
Mientras tanto, los gendarmes hacen entrar a un grupo de ancianos y discapacitados. Una señora de pelo corto y blanco se seca las lágrimas con un pañuelo mientras se agarra al brazo de su acompañante.
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