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Carretera Chincha – Huachos, 50 años de recorrido

Hasta los años 70, la llegada de la carretera a los innumerables pueblitos perdidos del mundo andino, era el acontecimiento del siglo, por lo mejor o por lo peor.

Esta foto fue tomada en junio de 1969 cuando ingresó a la plaza de Huachos, el primer camión conducido por Ricardo Cárdenas. A partir de ese momento Huachos yo no fue el mismo. Toda la arquitectura social que habia perdurado durante siglos dejó de ser.
Esta foto fue tomada en junio de 1969 cuando ingresó a la plaza de Huachos, el primer camión conducido por Ricardo Cárdenas. A partir de ese momento Huachos yo no fue el mismo. Toda la arquitectura social que habia perdurado durante siglos dejó de ser.

 


 

Por: Ferrer Maizondo Saldaña


“Caminito polvoriento,
carretera de mis penas.
Con tus curvas y abismos
estremeces toda mi alma”

-Picaflor de los Andes-

 


 

Con la llegada de la carretera cambió definitivamente la mirada, las rutas de viaje, el comercio y la vida cultural de Huachos; fenómeno similar ocurrió con los otros pueblos del norte de Castrovirreyna.

El vínculo tradicional, a través de los caminos de herradura en la época Colonial y parte de la República  fue con Huamanga y Huancavelica; también con Huaytará y Angaraes. También hubo mirada hacia el mar, hacia el valle chinchano. Todavía se visibiliza  indicios de caminos hacia la costa anterior a la construcción de la carretera.

La vía que une la costa con la sierra, Chincha con Huachos, carretera de penetración, fue una delgada trocha y llena de cascajo, ahora en gran parte está asfaltada. El punto de partida en Chincha es

La Cruz, que está cerca del cementerio general. Se toma la ruta hacia Larán, un quiebre en el Km. 5,  se cruza la acequia que sirve para la irrigación, un inmenso pampón convertido hoy en canteras de hormigón y arena,  luego se asciende y desciende un zigzagueante trecho conocido como la culebrilla hasta llegar a los bordes de la Quebrada.  

Algodonales, caña y  pacay en los restos de lo que fue la hacienda San Juan.  Un pequeño desvío al lado izquierdo se orienta hacia Yánac. Se cruza un puente tembleque e ingresamos a Alloque, pequeño poblado lleno de arbustos; camarones en diversas presentaciones en el menú del día. Avanzando se pasa por la parte inferior de los petroglifos de Huancor. Tierra salitrosa. Testimono en piedra. Más de mil figuras muestra a navegantes y pescadores, primeros pobladores del valle chinchano. Resalta el Dios de los Chincha: el Jaguar.  

Unos kilómetros más, y encontramos, en el fundo Luchumarca, una inmensa cascada que se desprende de una acequia. Un velo  de agua limpia, fresca y dulce. Está protegida en sus bordes por árboles y arbustos. Molle, sauce y un guayabo. Colorido y vegetación.

Al fondo o borde de la carretera, en descenso, el río San Juan;  a veces, con sus claras y frescas aguas; en otras, tormentosa, bulliciosa y con agua color chocolate.  Lo que nunca faltan son camarones que durante el día se encuentran en las pozas profundas o entre las piedras, y en la noche se desplazan en busca de alimentos, y cuando llega el agua nueva caen en inmensas isangas confeccionadas de carrrizo. En Marcas, Km. 54, fundo de la Comunidad Campesina de Huachos,  están los restaurant especializados en Camarones. Victoria Cárdenas, Justino Ruiz y Villavicencio. Camarones enteros sancochados solo en agua y sal. Un chupe de camarones que reconforta el viaje. Camarones frescos y bien sazonados en los mejores potajes. 

La Quebrada, valle regado por el río San Juan, es el vínculo de Huancavelica e Ica. La unión de la zona norte de Castrovirreyna con Chincha. Hasta Huachinga pertenece al distrito chinchano  de Larán.

Pequeños y medianos fundos privados. Desde Tarpunca, pasando por Marcas, Quilca, Buenavista, Pucarume y Mujecc, son terrenos de la Comunidad Campesina de Huachos.

 
                                             


La carretera se fue construyendo desde la década del 50 del siglo pasado  por etapas, que terminaba en los llamados “Cortes”, lugar donde se establecían, con el apuro del viaje, casuchas de esteras y servían de posada al pasajero. Para los viajeros andinos más que descanso eran noches de tormento por el calor y los zancudos; los experimentados, sabían protegerse frotándose con hojas de molle. Los últimos y reconocidos “Cortes”, fueron el de Echocan, con las atenciones de Pedro Saravia y el famoso “Pato”; el de  Palca, con la hospitalidad de la recordada tía Isabel Saravia y su esposo Agripino Astorayme; en Joyo, la recordada  Zoila “Peruanita”, Quiroz.

La carretera que une Chincha y Huachos, es una vía que tiene sus curvas y abismos; pero,  no son profundas ni de temor como se visualiza en otras carreteras transversales que vincula la costa con la sierra. Lo que destaca en este recorrido son los encuentros entre los camiones, los saludos de los paisanos y la oferta de frutos y frutas de la Quebrada.

La movilidad oficiosa, pionera y originaria en la zona, durante las  primeras décadas fueron los camiones “mixtos”. Recibían tal denominación porque transportaban al mismo tiempo pasajeros, paquetes y animales. Hoy todavía quedan algunos con sus asientos de tablas y tablones, ventanillas sin lunas y una canastilla preferida por los jóvenes.  Cada pueblo tenía sus camiones “mixtos”, conocidos, en Huachos, por el nombre o apodo del Chofer (Soncco, Langacho); el apellido del propietario  (Cárdenas, Soldevilla, Dávalos, De Los Ríos); el nombre del Santo Patrón del pueblo (San Cristóbal). 

En el recorrido, a la velocidad del vehículo, se van saludando, sin detenerse, a quienes están cultivando la tierra o arreando sus ganados. Cuando uno de los camiones “mixtos” se cruzaba con otro que provenía de uno de los distritos de la zona, los pasajeros aprovechaban para lanzarse, además de cáscaras de fruta, los eternos insultos: “Goroncho”, “Galamogo”.  Choferes y ayudantes. Intrépidos, conocedores de la carretera y su máquina, actuando muchas veces de  mecánicos, en otras de eléctricos. Al final de cuentas lo que valía es que hacían arrancar el motor. Lo que más resaltaban en estos “chofercitos”, como diría un músico nacional, fue su condición de galantes, enamoradizos.

 
                                             


En Palca está la primera gran bifurcación de la carretera. Hacia el lado izquierdo es el ingreso hacia San Juan de Castrovirreyna, con tránsito a Tantará y Huamatambo. En San Juan abunda higos y palta; Tantará, se caracterizan  por ser un pueblo hospitalario y progresista. En Joyo, viene la segunda división con la carretera que ingresa hacia Villa de Arma, Aurahua y Chupamarca; esta vía es la ruta actualmente asfaltada que parte de Chincha, pasando por Arma con destino final Huancavelica.  En Villa de Arma construyeron el templo católico sobre un templo incaico. En  Aurahua se ubica la laguna  Huichinga, principal fuente de agua del río San Juan. 

El trecho no tan corto de Ñahuis a Huachos, lo realizaron en gran parte los comuneros de Huajintay, Pichuta, Huachos,  Ccaccachaca y Condormarca. A pulso, barreno, explosivos  y mucha voluntad se desarrolla el trabajo colectivo. Primó el bien común. Los lazos comunales se fortalecieron.  El pueblo madrugaba a las 4:00. a.m. Subiendo y bajando laderas, caminando por el borde de la acequia que conduce a Colcha llegaban  puntuales a continuar al trabajo.  Huachos era una fiesta. Solo se hablaba de la carretera. No faltó quien creara una copla, y entre pisco y pisco entonará: “Carretil pasará/por mi casa pasará/ con mi hija se casará”. 

El tractorista Cacsiri fue todo un héroe en aquellos tiempos. Manejando la máquina Caterpillar, en un desplazamiento de ida y vuelta arrojaba toneladas de tierra y piedra al fondo  de los sanjones o abismos para envidia y como tapando la boca de los incrédulos. Los estudiantes del novísimo Colegio Secundario Mixto “San Cristóbal”, acompañado de sus profesores, también colaboraron  abriendo trocha, con lampas, picos y barretas. Los de Primaria, las Escuelas Pre Vocacional 559 y 556, al igual que sus docentes estuvieron presentes y entusiasmos en los trabajos de la carretera. No solo fueron los varones. Las estudiantes mujeres apoyaban preparando los alimentos para sus voluntarios compañeros de aula. 

 
                                             


Dos zonas rocosas demoraron el trabajo y ocasionaron los mayores problemas.  Pasando  las cerradas y forzadas curvas de Tarapucro, en Taiwas,  la roca hizo sufrir a tractoristas y comuneros. Un cerro de roca, roca viva. Varias docenas de cartuchos de dinamita fue la gran aliada. Superado este inconveniente el trabajo fue más liviano. Tierra, hormigón y arcilla no fue impedimento para avanzar.

Un zigzag en la arcillosa Peve. El fruto de las frescas acaras, calabazas y achiras nutrió el esfuerzo de los trabajadores. Colcha, el misterioso Campanario, Huanupata y la carretera ya estaba en Cconoccorán (río blanco). Surgió un nuevo y último nudo  rocoso en la falda de todo un cerro que parecía arcilloso. Ni los explosivos podían con ella. Parecía imposible volarlo. El tiempo ganaba.

Ccacsiri, el tractorista, en un arranque de atrevimiento, retrocedió su Caterpillar y descendió por la falda de la montaña hacía el fondo del abismo. Todos miraban con sorpresa y temor. Parecía una araña jugando en la falda del cerro. Del fondo ascendió por los sembríos, apareció por Tambillo, Cruzpata  e ingresó al pueblo. El trabajo se inició a partir del extremo inferior de la plaza.

Unir ambos extremos de la carretera se hacía cada vez más difícil. Roca maciza bloqueaba la conectividad. Ordenaron utilizar la mayor cantidad de explosivos. Durante varios días, desde el canto del gallo hasta la noche lóbrega, pesadas combas golpearon enormes y pesados cinceles.  Coca, cigarro y pisco acompañaron en sus rítmicos golpes a los  picapiedreros. El rito, el trabajo y lo artesano se unieron.  Abrieron hoyos en cinco distintos lugares de las duras paredes de las rocas. El sonido del barreno golpeando la piedra era duro, fuerte e interminable.

Una estruendosa explosión sacudió la montaña. Una polvareda envolvió el mundo.  Espantó las aves,  asustó a los animales silvestres. La roca seguía inmóvil. Sábado 21 de junio de 1969. Vinieron minutos de silencio total. Un inquieto adolescente se atrevió cruzar por debajo de la roca que acaba de ser dinamita. Dos de la tarde. Nadie retomaba la palabra, parecían haber perdido la voz. En el momento menos esperado, el policía Olmedo Arellano pegó un grito, la roca empezaba a desprenderse; corrió a salvar al adolescente. El policía salvó una vida; pero fue golpeado y arrastrado por las rocas  que una a una se iban soltando de la madre roca. El valiente policía cayó destrozado 200 metros abajo. En artesanal camilla lo trasladaron a su casa. Solicitaron ayuda a Lima, Chincha y Huancavelica. Ofrecieron un helicóptero, nunca llegó. Siete de la noche, falleció. Llanto, desolación y tristeza en todo el pueblo.

 
                                             


El 28 de junio de 1969, vísperas de la fiesta de Pichuta en homenaje a San Pedro, ingresó el primer camión conducido por Ricardo Cárdenas. La algarabía no fue como se había planificado, aún pesaba la tristeza de la pérdida de la vida de Olmedo Arellano Marreros.  Con cautela y poca bulla se celebró. Se brindó aquel 28 de junio.

En la construcción de la carretera jugó un rol decisivo el liderazgo de doña Apolonia Cárdenas Gutiérrez de Patiño, y los vínculos políticos de Fortunata Cárdenas de Patiño;  la gestión y apoyo de dos destacados abogados: Vidal Soldevilla Merino y Abel Cárdenas de los Ríos.

Posteriormente, la carretera se fue extendiendo, uniendo los anexos de Huajintay, Pichuta y el centro poblado de Iquillca con rumbo al sur, para llegar a Castrovirreyna por Pauranga y luego Ticrapo; y, la conectividad a la pista que une Chincha con Huancavelica a través de la carretera que parte de  Huajintay-Ccaccachaca y el tramo Ccaccachaca-Pampalanya.

Son cincuenta años que la carretera ha llegado al pueblo. Todos soñamos con grandes progresos. Muchas cosas han cambiado, mejorado, para bien de todos.  Celebremos los cincuenta años. La facilidad para desplazarse hacia la costa y viceversa es continua y cómoda. Los camiones “mixtos” han sido sustituidos por los minivan o autos. Movilidad a toda hora, lo que falta son pasajeros, salvo los fines de semana y días de fiesta.

Con la carretera se incrementó las obras y el cemento; pero, Los caminos, eternas rutas, se muestran abandonadas, descuidadas, olvidadas. La infraestructura del colegio es moderna; pero, faltan estudiantes. Las pozas y los misterios de Tukumachay son un recuerdo. Cincuenta años que la carretera ha llegado al pueblo, es momento de reflexionar. Unir fuerzas, voluntades y propuestas.

Hagamos memoria. Es historia. No olvidemos que el  28 de junio de 1969 prevaleció el bien común. ¡Celebremos!

Ferrer Maizondo Saldaña
 
(Agradecemos los aportes y sugerencias de Ángel Aquije Uchuya, Víctor Salvatierra Llancari, Diosdado Espinoza Soldevilla y Jaime Patiño Cárdenas)

 

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