Fotomontaje de la candidata presidencial Keiko Fujimori que ofrece todo para que voten por ella.
Un cartel en las redes sintetiza en pocas palabras lo que representa el populismo: “No quiero que me regales nada, solo permíteme trabajar”. En esencia, el populismo es eso, la promesa de dádivas inorgánicas que no generan derechos.
Es la oferta electoral que dice “Yo te doy dinero, no oportunidades”. Es un remedo de la justicia social. Una mala broma sobre la equidad. El camuflaje que maquilla la voluntad de que nada cambie, una finta, una pirueta para las galerías.
Como expresión política, puede ser de izquierda o derecha. Solo se necesita un caudillo, poca democracia y arcas abiertas. Ya el Perú ha tenido versiones y versiones de este modelo de gobierno que sustituye táperes por derechos; pisco y butifarras; una versión más criolla del pan y circo romano.
Hemos recibido, la noche del debate en Arequipa, una andanada de promesas electorales que van desde un nuevo impulso a los programas sociales que se crearon en el gobierno de Ollanta Humala, hasta ofertas de distribución directa de bonos para personas que tienen parientes fallecidos por COVID, transportistas que trabajaron en pandemia a quienes se les borrarán las papeletas, préstamos a empresarios con plazos de cinco años para empezar a pagar, por ejemplo.
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También hemos conocido de la repartición directa del canon, que ahora es ofrecido mediante un cálculo que se publica en las redes y que te hace acreedor a una suma determinada, como si estuvieras calculando un préstamo bancario o una corrida para ver cómo crecen los intereses en tu AFP; un artilugio marketero que debe ser revisado de inmediato por las autoridades electorales.
Necesitamos que estos compromisos electorales de ambos candidatos tengan un correlato no solo en la realidad de nuestras arcas fiscales, sino en el impacto en la economía de los próximos años porque, como suele suceder, puede tratarse de “pan para hoy, hambre para mañana”.
El 6 de junio decidiremos entre dos opciones que son antagónicas, la justicia de la demanda social que se traduce en derechos o la dádiva para comprar voluntades, adhesiones o simplemente el voto. Finalmente, las lecciones de la historia que ya conocemos nos señalan que un triunfo obtenido con las armas de la promesa de la prebenda y el regalo sería una victoria pírrica y efímera.
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