Los que pensamos y tenemos un compromiso con las ciudades hemos propuesto desde hace más de una década cambiar el enfoque sobre las mismas por uno en el que el ser humano es el centro del urbanismo, el planeamiento, la planificación, el diseño urbano y arquitectónico. Este enfoque sobre las ciudades es una tendencia mundial, estimulado por el calentamiento global y sus consecuencias catastróficas en la vida humana. El compromiso es hoy por ciudades saludables, sustentables, armoniosas con el medio ambiente y la naturaleza, bellas y amables con el ciudadano.
El uso de bicicletas para trasladarse en las ciudades en
Holanda saltó hacia las ciudades más avanzadas del mundo y de allí ha ido creciendo a las medianas y pequeñas. El enfoque –ya no es nuevo- busca recuperar la centralidad de los seres humanos como protagonistas de las ciudades aplacando la contaminación del aire, los ruidos molestos, los accidentes y el maltrato a los peatones, dentro de una nueva cultura cívica. Puede ser un contrasentido, hablar de recuperación del protagonismo de los ciudadanos en las urbes cuando éstas fueron creadas por la civilización humana. Sin embargo, el gran cambio de las ciudades fue el resultado del invento del automóvil Ford T, producido por Ford Motor Company que entre 1908-1927 introdujo en las más importantes ciudades del mundo más de 15 millones de unidades, trocando por más de un siglo, el rostro de las urbes. La humanidad está de regreso de ese concepto que privilegia el transporte masivo limpio, ordenado, seguro, silencioso y rápido. Hoy, felizmente, el personaje es el ciudadano, el peatón que hace uso de la bicicleta y del transporte masivo: Metro, trenes, teleférico, monorriel y autobuses.
La reflexión sobre la modernidad su aporte, sus límites y consecuencias, la gran revolución científica y tecnológica –en el contexto del calentamiento global y su impacto en el mundo- ha creado las condiciones para a pensar, nuevamente, al ser humano y las ciudades, buscando establecer una relación armoniosa, menos destructiva y, por ende, más creativa y saludable. Uno de los hitos del pensamiento postmoderno lo encontramos en la Encíclica Laudato, Sí, del Papa Francisco, que propone una relación con el medio ambiente, inspirada en la reflexión y la práctica de San Francisco en el siglo XIII.
En el mundo, lejos de ampliar cada vez más las vías a favor de automóviles contaminantes, la tendencia es reducir la sección de las vías o convertirlas en espacios peatonales, buscando que la recuperación del espacio urbano incida en mejorar la calidad de vida de la gente por la menor contaminación, mayores espacio verdes y calidad de vida para todos. Menos vehículos en los centros urbanos, mayores espacios para caminar y para el diálogo entre las personas en los espacios urbanos recuperados. Lo fácil es ampliar las vías reduciendo bermas y eliminando árboles. Ese camino está descartando en los países más avanzados.
Todo lo contrario a lo que viene sucediendo en las ciudades más importante de Norteamérica, Sudamérica, Oceanía y Asia,
en el Perú no salimos aún del pensamiento ya superado que prioriza las vías puestas al servicio del parque automotor. En EEUU los urbanistas están realizando intervenciones urbanas sumamente renovadoras –nada menos que en ciudades emblemáticos como Nueva York- que responden a la nueva visión, superando el concepto fallido de las “selvas de cemento”.
En el Perú la falta de una visión actualizada sobre las ciudades ha tenido y tiene severas consecuencias en
bellísimas ciudades de Huancavelica, Ica, Arequipa, Puno, Junín, Ayacucho entre otras, en las que
por un malévolo concepto de modernidad, las bellas urbes de origen virreinal -edificadas sobre las Incas o preincas- s
on destruidas para dar paso a edificios de fealdad insoportable que genera contaminación visual y avasalla la calidad de vida de la gente. Lo más grave es que elimina historia e identidad, generando desinterés y compromiso en los vecinos, incrementando malos hábitos de suciedad y violencia.
Es preciso señalar que el diseño urbano con el que se construyeron las ciudades desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, fue el resultado de grandes debates entre urbanistas sumamente creativos. Defender las viejas ciudades no es asunto romántico. Se trata de la defensa de ciudades construidas con conceptos avanzados para su época. Las autoridades gobernantes contrataron a urbanistas que planificaron y diseñaron las ciudades, los barrios y las viviendas, creándose espacios de gran calidad en las ciudades de Francia, Alemania, Italia, España, Inglaterra que hoy reciben a cientos de millones de turistas de todo el mundo que admiran su belleza. En Norteamérica hay una reflexión autocrítica por la decisión de haber creado las ciudades pensando en el automóvil y las vías, y no en la gente.
Lima y las ciudades grandes, medianas y pequeñas de origen hispano, poseen una propuesta urbana ampliamente discutida y aprobada, y validada por el tiempo. Estas ciudades que fueron pensadas tomando como centro a las personas han sido y siguen siendo recuperadas. Su creación tuvo un sentido, una propuesta urbana y un diseño arquitectónico -avanzado para su época- que es un imperativo recuperar. Nadie ser atrevería a destruir las medianas o pequeñas y bellísimas ciudades de Suiza, Alemania, Francia, España, Italia como hoy ocurre en el Perú en donde se ha reemplazando calles y plazas empedradas por asfalto; se destruyen grandes casonas virreinales y republicanas y se las sustituye por horrorosos edificios carentes de personalidad, identidad, belleza ni proyección futura. Son bodrios carentes de todo sentido. Los Centros Históricos y las grandes huacas van desapareciendo y lo “nuevo” no tiene un mínimo de calidad.
Avanzar hacia un nuevo urbanismo reconciliado con la gente, descartar la preeminencia de las vías por encima de los peatones, recuperar el concepto de las bellas ciudades centenarias es una tarea de primer orden hoy. Poner al centro al ser humano, al peatón y a la gente.
Detener el urbanicidio es tarea de las autoridades nacionales, regionales y locales, especialmente de los alcaldes que son, literalmente, los jefes de las ciudades.
Este "palacio municipal andino" no tiene techo a dos aguas en zona pluviosa.
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Escrito por el Arquitecto Edgar Santa Cruz Arana que dirige actualmente el programa de Conservación del Centro Histórico de Lima de la Municipalidad de Lima
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