Escribe:César Hildebrandt...Semanario Hildebrandt en sus trece 22/01/2016
La izquierda existe? ¿Cuál izquierda? Está la vieja que se ha ido muriendo diciendo que Venezuela es un ejemplo, que Cuba es un ejemplo, que el marxismo es una ciencia de la interpretación social y que en la Unión Soviética mandaron los obreros y en China los campesinos.
Y lo decían con megáfono, con las venas dibujadas en el cuello. Pero esa vieja izquierda, por lo menos, se jugó la vida en algunas aventuras generosas. Para no salirnos del ámbito peruano, recuerdo al ingenuo Heraud, al heroico De la Puente, al valiente Béjar, al fraterno Juan Pablo Chang.
Creyeron en la utopía del socialismo impuesto por el Comité Central y murieron por sus ideas. Hay que reconocerles eso. Fueron mariateguistas. consecuentes. Claro, me dirán, pero después vino Sendero y su maoísmo de habilidades diferentes. Y es cierto. Guzmán y sus pandillas nos recordaron que en el ideal fanático de la igualdad está implícito el asesinato de los desiguales y que los paraísos se construyen desde el infierno. Pero lo cierto es que el senderismo fue una sociopatía casi personal y una prueba de ello sería que de sus escombros no ha asomado nada serio, ningún esbozo de continuidad doctrinaria, institucional, partidaria. El senderismo-guzmanismo murió con aquel papel firmado por Montesinos y alias "presidente Gonzalo".
A mí la que me fascina, no como creación heroica sino anética, no como emoción sino como fría premeditación, es la izquierda peruana moderna. Conozco a muchos de sus profetas y a algunos de sus feligreses. La mayoría daría un brazo con tal de obtener una beca en los Estados Unidos. La mayoría que quiere —lo único que quiere _son membresías, reconocimientos, figuración social. Serían incapaces renunciar a una sola de sus granjerías (privadas o burocráticas) pero llenan la boca de grandes palabras están detrás de todo lo políticamente correcto que se mueva en las redes sociales.
Cuando se instalan en los Estados Unidos y viven de las becas de aquel sistema es cuando más patéticos se muestran.
Sibilinamente, deslizan la idea de que como el comunismo fracasó , el sentido de la rebelión también se ha extinguido o está a punto de hacerlo. Se sienten cómodamente instalados en los suburbios del sistema mundial de dominio y han renunciado a la indignación. Y aprenden rápido. Lo primero que aprenden es a escribir de modo impresionista. En sus textos todo parece borroso, difuminado, exhausto. Creen que todo pronunciamiento es peligroso y están seguros de que lo más inteligente es abstenerse. Viven en la eterna antesala de las definiciones y en vez de enfrentarse al establecimiento global que nos gobierna, se suman a él formulando atingencias menores. Son el decorado coral del show mundial.
Y cuando en Grecia la revolución es derrotada, exclaman casi triunfantes: "¿No ven? Tsipras era un demagogo". Lo que no ven es que un tramado mundial de intereses y una concepción degenerada del poder —un poder que está dispuesto a matar masivamente para perpetuarse— no se puede derrotar desde un pequeño país. La aldea global de la sumisión deberá ser globalmente destruida con nuevas ideas, nuevos vínculos, nuevos contratos sociales, nuevas formas de producir, nuevos sueños de justicia. Sólo un océano de rechazo mundial podrá acabar con esta extendida dictadura.
Esa izquierda que cree que potenciar la refinería de Talara es im-portante y que no lo es hablar de la farsa de la democracia secuestrada por el dinero es la izquierda que la derecha necesita. Esa izquierda que despotrica de Verónika Mendoza y al mismo tiempo está dispuesta a todas las promiscuidades es la izquierda que hay que aprender a despreciar. El comunismo fracasó, es cierto. Pero el capitalismo fracasó también y nos gobierna como si nada hubiese pasado. Y la derecha rupestre del Perú y del mundo vive mintiéndonos de un modo que debería ser inaceptable. Ese es el fondo del asunto.
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