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'El chiri manchachi' (espantar el frío), una crónica de Ferrer Maizondo Saldaña

Con el "Chiri manchachi", como repetía jocosamente el guardia Guivín, cortaban la mañana o brindaban una copa de pisco con alguno de los pobladores en la tienda de Apolonia Cárdenas o Cruz Casas.

Años 60, siglo XX: Pablo Patiño Cárdenas, ofreciendo un pisco a una visitante, Luzmila Cárdenas Casas,  Nelly Altamirano, Primitivo Vicerrel, Alejandro de los Rios… en el terreno de Arcopunco durante la construcción del colegio San Cristóbal.
Años 60, siglo XX: Pablo Patiño Cárdenas, ofreciendo un pisco a una visitante, Luzmila Cárdenas Casas, Nelly Altamirano, Primitivo Vicerrel, Alejandro de los Rios… en el terreno de Arcopunco durante la construcción del colegio San Cristóbal.

Por: Ferrer Maizondo Saldaña


 Frío intenso y viento pálido son los meses de junio, julio y agosto en Huachos. Invierno seco con heladas. En días crudos se forma una escarcha entre los arbustos. Los manantiales, pozas y charcos de agua muestran en sus bordes livianas y cortas capas de hielo. 

El frío puede ser cruel, pero los niños no dejan de ir a la escuela. Ocultando sus manos cuarteadas entre los bolsillos del pantalón, tratan de llegar temprano. Y, para sobreponerse a las bajas temperaturas y el mal tiempo, está el juego, la palomillada y el buen humor.  Salen de sus casas con los primeros rayos del sol, y corren alegres, felices y contentos a la escuela. En el camino, a vuelo de pájaro, se lavan la cara con agua de la acequia que se desliza paralelo al camino. Como si estuvieran dejando atrás el frío, llegan con una sonrisa de complicidad.

El gélido ambiente adormece manos y brazos, a veces hasta las piernas, pero no enfría el ánimo y la palpitación pedagógica de los profesores. Puntuales todos en la escuela. Un buen grupo es de la costa, pero muy bien resisten y enfrentan la temporada. Los de Educación Secundaria, casi todos son de Ica. Titulados en la Universidad San Luis Gonzaga o el Pedagógico de Chincha. Uno que otro viene de Lima.

 

 

 

«Como buenos maestros saben ganarse el cariño y aprecio de sus alumnos y los padres de familia. Participan de las costumbres y vida comunal, sin olvidarse de las tradiciones y vivencias de sus pueblos de origen.»

 

 


Y, como buenos iqueños, siempre tienen en su vivienda una botella de pisco puro que recrea la vista. Botella esbelta y alta con grabación en bajorrelieve. Botella de buen pisco, pisco de Ica. Un par de copas de buen pisco espanta el frío. Chiri manchachi, como repetía jocosamente el guardia Guivín, mientras cortaba la mañana o brindaba una copa de pisco con alguno de los pobladores en la tienda de Apolonia Cárdenas o Cruz Casas.

Los maestros, luego de las actividades académicas, se concentran al atardecer en la pensión de la mamá Silve, Silvestre Patiño Saravia. De las noticias nacionales e internacionales solo se enteran por la emisora radial: Radio Unión.  

Entre charla y charla bromean con uno y otro policía que se deslizaba por ahí a recibir sus alimentos.  Los policías son conocidos y amigos de todos: Olmedo que vino del Norte; Guivín, amazónico; Llerena, Arequipeño; Morocco y Zegarra, limeños; Anchante, chinchano; y, mi adorado tío, el guardia López, Tantarino (las buenas propinas y mejores dulces para los hijos de su sobrina Olga Saldaña). Mención especial merece el destacado y recordado policía huachino Víctor Llancari Merino.

A diferencia de los reconocidos y recordados policías, no falta, como siempre, uno que otro policía de pechuga larga. Habladores de doble lengua. Uno de ellos, cuyo apellido guardo para no avergonzar a su prole, trató, en el poco tiempo que trabajó en el pueblo, de entablar amistad con los profesores porque descubrió que tenían buen pisco y era gratis. Y, cada mañana, luego del último canto del gallo, los visitaba a su dormitorio. Ingresaba, saludaba en coro a todos, y antes que respondan, ya estaba sirviéndose una buena copa de pisco que los maestros conservaban. Cuatro dedos de licor, de un solo golpe a la garganta. Uva pura. Hacía breve comentario sobre la variedad y calidad del pisco, y, luego del chiri manchachi, se retiraba frotándose la mano.

Cuanto más se asentaba el frío, los maestros trataban hasta el último momento de la mañana previa al trabajo, de abrigarse entre sus frazadas adquiridos a los comerciantes que venían de Huancayo o Huamanga, conocidos como los huancas o huamanguinos. No tenían tiempo ni ganas para enfrentar al policía que cada mañana se consumía su pisco e incluso algunas veces hacía gala de comentar el sabor que estaba brindando. De un solo golpe bebía; luego, abría la boca como queriendo botar fuego y comentaba la variedad del pisco. Siempre acertaba, nunca se equivocaba, diferenciaba muy bien entre el pisco puro, pisco acholado, pisco aromático o pisco mosto verde.   

Un día se acabó el pisco, pero la atractiva botella seguía en su lugar. Ingresó el policía que todas las mañanas se jactaba conocer los piscos. Se frotó las manos, cogió la botella. Al no encontrar copa, se sirvió en un vaso cervecero. Llevó a la boca el líquido, un buen sorbo y, salió asustado, sin agradecer ni comentar como lo hacía todas las mañanas. Nunca más retornó. El líquido amarillento, salado y amargo lo espantó. En silencio, guardando secreto, uno de los maestros se comprometió no volver a utilizar la botella de pisco, así esté reventando su ureta.
 
Ferrer Maizondo Saldaña  huachosperu@gmail.com Febrero, 2017.

CHIRI MANCHACHI = Matar el frio.

 

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