Las rosas, cuando rojas, transmiten un mensaje de amor. Las palomas, cuando vuelan libres, son un símbolo de la paz. Las leyes, cuando son obedecidas, son justicia y orden social. Las tres juntas -amor, paz y justicia- son lo que hacen que una sociedad sea civilizada. Cuando las rosas se marchitan por falta de riego, cuando las palomas ya no vuelan porque los cazadores las matan, y cuando los contraventores se burlan de las leyes con impunidad se produce lo que los mexicanos llaman el desmadre.
América Latina se encuentra al borde de ese caos social por la corrupción y la violencia de grupos poderosos que proliferan desde México a Argentina, pasando por Venezuela y Brasil, entre otros. El ambiente cívico es de desasosiego y desilusión, con gran desgaste para la democracia política. Hay protestas callejeras, pero sin grandes esperanzas ni proyectos muy claros.
Es cierto que ha habido reacciones alentadoras ante la crisis. Los procuradores del poderoso Ministerio Público Federal en Brasil han destapado escándalos colosales de corrupción en Petrobras, la gran empresa nacional del petróleo, y la justicia ha condenado a penas de confinamiento a figuras importantes del Partido de los Trabajadores, el partido de Gobierno, acusados de organizar un esquema de sobornos con fondos públicos para dominar el Congreso. La corte suprema de Argentina bloqueó los intentos de la presidenta Cristina Kirchner de nombrar nuevos jueces que votarían a favor de extender el período presidencial y perpetuar su sector peronista en el poder.
Las elecciones legislativas pasadas en México contaron con un gran despliegue de fuerzas militares para contrarrestar las amenazas de violencia de los bandos de narcotraficantes que ejercen gran poder político y, con esa seguridad, los partidos minoritarios de oposición ganaron terreno frente al gobernante PRI, aunque el presidente Enrique Peña Nieto retuvo la mayoría necesaria en el Congreso para avanzar con su programa de reformas.
En Venezuela, los partidos de oposición al Gobierno represivo del presidente Nicolás Maduro han movilizado apoyo popular y presión internacional para que se realicen elecciones limpias este año, que pueden terminar con el régimen chavista.
Y en Colombia, un país clave, donde la guerrilla de las FARC pactó con narcotraficantes para financiar su insurgencia política, las fuerzas armadas han conseguido reducir las regiones controladas por las FARC y debilitado sus principales lideranzas. Con esto, la más poderosa guerrilla de América Latina ha entrado a negociar un acuerdo de paz con el Gobierno colombiano que tiene como su principal objetivo imponer el respeto a la ley con justicia social y democracia en un país de 40 millones de habitantes donde la violencia política ha dejado 220.000 víctimas en 50 años de lucha fratricida.
Sin embargo, todavía falta en la región una toma de conciencia por el gran público de que la corrupción, que produce violencia política y desvío de escasos recursos públicos para fines ilícitos, tiene que ser arrancada de raíz. El problema es sistémico y no hay lugar para contemporizaciones. Hay quienes dicen que la cultura política de los latinos es tolerante con la corrupción.
“Todos lo hacen” dijo el entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva como jusfiticación cuando su partido fue acusado de corromper el Congreso. Con el escándalo de Petrobras golpeando nuevamente su imagen, el PT realizó su octavo congreso nacional la semana pasada en Salvador de Bahía conmemorando los 35 anos de su fundación, pero sin una palabra en sus discursos oficiales sobre la corrupción. La mala costumbre, sin embargo, no es la ley, y es hora de que las normas se hagan cumplir por la vía de la justicia cuando el crimen político se comprueba. El político condenado por corrupción debe ser descalificado para ejercer cargos públicos.
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El tema de la corrupción ha calado hondo en la conciencia latinoamericana con el destape del imperio corrupto instalado en la FIFA, el órgano regulador máximo del deporte más popular del mundo. La renuncia de Joseph Sepp Blatter, el supremo de la FIFA, ya señala el camino para muchas otras autoridades nacionales que están siendo procesadas por la justicia norteamericana. Ojalá esta sacudida tenga el efecto de multiplicar la presión para reformas políticas en la región que creen mecanismos para combatir los efectos nefastos de la corrupción en las instituciones que son necesarias para una democracia sana, como un congreso fiscalizador y un poder judicial independiente. Para esto les sociedades latinoamericanas tienen que generar anticuerpos vigorosos para expulsar la corrupción donde aparezca. No hay término medio.
El papa Francisco, con su habitual franqueza, ha denunciado la corrupción como el gran pecado antisocial. Poco después de asumir su papado en 2013, el primer papa latinoamericano afirmó: “La credibilidad política, perdida por causa de la corrupción y de la práctica interesada con la que gran parte de los políticos ejerce su mandato, no puede ser recuperada si no se respetan los derechos de los más vulnerables”.
Fuente: Juan de Onis EL PAIS