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El distrito de Chavín vive en la pobreza y en el atraso, no obstante, la presencia de una empresa minera que comenzó a explotar a Cerro Lindo o Huapunga, en el año 2004, tras varios años de exploración.
Al inicio todo fue amorío, de atención inmediata y de comprensión mutua, con la cantaleta de que “el pueblo y mina son los aliados estratégicos”, vociferados por ambos lados, hasta la insalivación. Años más tarde se rompió el vínculo amical, y se produjo la formación de traidores, vendedores de conciencia, hambreadores, farsantes, mentirosos e hipócritas, en pocas palabras, “se constituyeron los enemigos de la comunidad del más alto nivel”.
El pueblo vio a la mina como un taita Dios. Pues, entonces, lo que él pedía le salía al toque, aparentado despilfarro de plata por todo lado. Las fiestas eran financiadas por la mina. Taitita, necesito plata para mi hijo que está con fiebre. Al instante le salía los dólares. Los dirigentes pedían computadora, mesas, sillas… la mina no tardaba en darles. Más trago y cerveza, otra cajita más de chela… así el pueblo se iba acostumbrándose al facilismo, mendiguismo y recibir regalos con las 2 manos. La borrachera les salía gratis. Los malos dirigentes creyeron que todo el tiempo iba a ser así.
En las festividades bajo el consumo de alcohol se pactaban las reuniones secretas planificadas por la empresa. Se decían, nos reunimos en el hotel Prince, en la Paila, este lunes que viene. Allí en primer lugar salía los vinos de tabernero, pisco de calidad, y platos a la carta. A los dirigentes les saltaban los ojos. Las conversaciones iban sobre la venta de tierras y el destino de la comunidad.
“Los malos dirigentes -que antes eran chivateros- andaban con chaplas y sombrero blanco, entonces se habían comprado zapatos donde Payano, y camisas de calidad, porque los mineros les daban plata para sus gastos, unos 500 soles, en cada reunión, cuando sus chivatos apenas costaban 50 soles.” |
La agenda y los puntos a tratar corrían a cargo de la empresa. La juerga y el alcohol habían dado resultado. La codicia y ambición de los chavineros fueron muy bien estudiados. Los traidores al pueblo ya habían planificado cómo sacar más plata a la mina. Ellos pedían lo que querían. La mina les complacía. Puestos de trabajo en la mina para sus familiares, obsequios y combustibles a cada rato, obras y servicios, constituía la plataforma de lucha, a su favor, de los dirigentes vendidos.
El año 2005 se firmó el Convenio Marco, lesivo a la comunidad. Bueno, gente ignorante, solamente quería plata y más plata. Un poquito más de platas para firmar el convenio decían los líderes. Para ellos los ofrecimientos de la mina eran mucha plata, plata que nunca vieron antes de la explotación minera. Las conversaciones -allá- en la Av. Centenario, de Grocio Prado, seguía con las más dignas atenciones, que las anfitrionas ofrecían. Sentarse con los mineros, era como ubicarse al lado de Dios.
Pasaron los años, las protestas y reclamos se produjeron continuamente. La mayoría de la población se había dado cuenta del conciliábulo, amarre y supuesto pacto celebrado, bajo la mesa. La unión contranatura, bicéfala, era irrompible, hasta ahora. Los adictos a la mina formaron una poderosa organización mafiosa, con tentáculos y oidores por todos lados.
Después de 15 años. El pueblo sigue tal como está, desde luego con pequeños cambios, que desdicen la realidad y van contra cientos de millones recibidos. La plata de la mina ha salido como cancha. No se sabe su destino. Calculamos unos 200 millones de soles que llegaron a Chavín. ¿En qué bolsillos estarán?
Lo insólito del caso. Un pueblo millonario, donde sus dirigentes se han llenado de plata, no tiene agua y su carretera de Chavín hacia Azángaro, se encuentra en pésimo estado.
¿Dónde están los dirigentes y los millones de soles? Seguiremos.
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