Hwang Sok-yong (Jangchun, Manchuria, 1943) pasea estos días por Madrid sin el estrés de Seúl, donde no puede dar dos pasos sin que le pidan un autógrafo. Es uno de los escritores más reconocidos de la novela asiática actual y una voz crítica de su país. Elogiado por premios Nobel de Literatura como Kenzaburo Oé, desembarca en España con Bari, la princesa abandonada, que acaba de traducirse al castellano.
Memoria viva de la Guerra Fría, nació en la Manchuria ocupada por Japón, después se trasladó con su familia a Pyongyang y más tarde a Seúl, coincidiendo con el estallido del conflicto armado entre las dos Coreas. Con la herida de esta guerra aún sin cerrar fue enviado a combatir a Vietnam, en contra de su voluntad, con las fuerzas norteamericanas. Ahí nació un compromiso social que le ha acompañado hasta hoy.
Hwang repasa aquella época sin perder su gesto amable. "Qué otra cosa se podía hacer", reflexiona. Los 80 fueron para Oriente lo que los 60 a Occidente. La década revolucionaria. El mayo del 68 llegó 20 años más tarde -pero llegó- a Filipinas, Tailandia, Myanmar, Indonesia y Corea del Sur. Su militancia activa contra la división de la península coreana y la dictadura militar del Park Chung-hee, el padre de la actual presidenta, lo condenó al exilio. En Berlín, fue testigo del ocaso del Imperio Soviético, y de la caída del Muro.
"La experiencia del proceso de democratización de las dos Alemanias me lleva a pensar que la reunificación entre las dos Coreas es posible pero no debe ser tan rápida. Los coreanos tenemos que cambiar poco a poco nuestra forma de vivir sino será difícil superar tantas barreras", señala en una entrevista con RTVE.es. "Primero vendrá la paz, la convivencia pacífica entre ambos pueblos (...) La unificación ya es otra cosa", añade.
De Corea a Londres, el precio de la libertad
Hwang distingue dos etapas en su carrera literaria: su destierro marca el punto de inflexión. Antes su narrativa estaba preocupada por la estética, después su pluma se tiñe de crónica social y denuncia. Cervantes y García Lorca, de quien adaptó para la pantalla y a la realidad coreana 'Bodas de Sangre'.
Bari, la princesa abandonada, cuenta, se fragua en una calle de Nueva York repleta de librerías. “Encontré un libro de colección de fotos de Sebastiao Salgado sobre inmigración. Era buenísimo, pero me dí cuenta de que faltaba una imagen: la de los inmigrantes norcoreanos que huyen de la dictadura a través de China”. Hwang se desplazó a la frontera durante el verano de 2006 para conocer el testimonio de quienes habían conseguido huir del país más hermético del mundo.
A lo largo de 320 páginas reescribe una de las leyendas chamánicas coreanas, la de la séptima hija de un rey que pese a haber sido repudiada al nacer recorre el mundo para salvar a su padre enfermo. La Bari de Hwang, sin embargo, sola y sin recursos, acaba en Londres como una miserable inmigrante sin papeles. “Cada una de las fronteras que tiene que cruzar Bari hasta llegar a su destino tienen su reflejo en la mitología coreana”, aclara. Un mundo onírico al alcance de un ferviente admirador del realismo mágico latinoamericano. Y así va tejiendo las penurias del exilio, el choque de culturas, la intolerancia política y religiosa, la explotación humana. Imposible no acordarse de las tragedias en el Mediterráneo o en el sudeste asiático de estos días.
“Uno de los retos de este siglo es asimilar la inmigración como un fenómeno positivo y no negativo. Todo el mundo tiene derecho a buscar una vida mejor”, reflexiona el autor, que retrata las terribles hambrunas en Corea del Norte de la década de los 90. La ONU calcula que murieron un millón de personas
El capitalismo desenfrenado de Seúl
Hwang, que no ignora las atrocidades cometidas contra los derechos humanos bajo la dinastía Kim, también llama la atención sobre la falta de libertades en el Sur. El escritor fue condenado a cinco años de cárcel cuando regresó del exilio acusado de comunista, norcoreano y enemigo del estado. “La Ley de Seguridad Nacional, que fue aprobada en 1948, debe ser abolida. Es un obstáculo para la reunificación”, dice el intelectual, y una excusa del gobierno para perseguir las ideas de izquierdas y la disidencia política.
El intelectual también pone en duda el llamado milagro coreano. Dos décadas después de salir de prisión, Corea del Sur es la décimotercera potencia económica del mundo, pero también uno de los países más infelices y con la segunda tasa más alta de suicidios de la OCDE. “Se ha impuesto un neoliberalismo desenfrenado. Nuestros jóvenes han renunciado al noviazgo, al matrimonio, a un trabajo digno y a tener una casa y todo por la inquietud del mercado laboral y una competitividad salvaje. ¿Qué sociedad estamos construyendo?”, concluye.
Fuente: RTVE