Por: Cecilia Méndez Dra. en Historia |
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El Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL) se alzó en armas en 1980 convencido de ser “la vanguardia de la revolución comunista en el mundo”; “la cuarta espada” del marxismo después de Marx, Lenin y Mao.
En la práctica, fue una secta terrorista basada en el culto a la personalidad de Abimael Guzmán –alias “camarada Gonzalo”– y en una interpretación dogmática y extrema del catecismo leninista y maoísta del poder político. Sendero se desarticuló con la captura del cabecilla Guzmán y la cúpula del partido en 1992. Sus últimos remanentes armados fueron capturados en 1999 con “Feliciano”, y no existe desde hace más de veinte años ningún grupo armado que reivindique sus ideas ni su legado (los del Vraem operan al amparo del narcotráfico y rompieron tajantemente con Guzmán en 1999).
No obstante, por razones a las que debe prestarse más atención, políticos, líderes de opinión y una parte mayoritaria de medios televisivos y la prensa escrita (esta última virtualmente monopolizada por un solo grupo económico) han venido hablando de Sendero como si se tratase de una agrupación viva. Con ese pretexto, desde hace más de veinte años, se ataca y se estigmatiza como ‘terroristas” a opositores políticos, artistas, líderes sociales y sindicales, se intenta acallar cualquier cuestionamiento al statu quo y a los poderes fácticos. Todo ello ha recrudecido desde que Castillo asumió el poder, siendo el propio gobierno el blanco del terruqueo.
El carácter vesánico e injustificado de la violencia de SL y la respuesta proporcional y muchas veces desmesurada de las fuerzas del orden han dejado traumas que siguen vivos en todas las fibras de la sociedad peruana. Muchos todavía esperan justicia, miles siguen “desaparecidos”. La muerte de Guzmán en un día cargado de fatídicos simbolismos en la historia universal debe servir para hacer una pausa reflexiva frente al frenesí inquisitorial y al recurrente –y perverso– uso político del trauma. Ahora que ha muerto el cabecilla que promovió tan insensato derramamiento de sangre, no basta con condenarlo. La justicia ya hizo esa labor, y bien. Pese a ello, y a la gigantesca labor emprendida por la CVR en 2001, no somos un país reconciliado. Miles y miles sienten que la justicia nunca llega.
Guzmán murió sin pedir perdón por sus horrendos crímenes y Fujimori purga su condena sin mostrar arrepentimiento por los suyos. El fujimorismo lo reivindica sin culpa y tiene un partido formalmente inscrito en nuestro sistema político que goza de aliados económicamente poderosos, con representantes en el Congreso. La misma ventaja no la tuvieron los epígonos de Guzmán, constituidos en el Movadef, cuyo intento de inserción en la vida política como partido hace diez años fue denegado. Si bien las acciones armadas no son parte de su estrategia, tampoco ellos han deslindado claramente de las ideas violentistas del “camarada Gonzalo”. Ojalá que la muerte de su líder, cuya amnistía era parte de su agenda política, sirva para empezar otro capítulo donde, al mismo tiempo que cese la persecución por ideas, el Movadef deje de justificar tácitamente la violencia de SL bajo artificios retóricos y fórmulas abstractas. El dolor no tiene nada de abstracto.
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El negacionismo debe ser combatido en todos sus frentes. No puede seguirse con la actitud ociosa de decir que los senderistas no son peruanos o que decenas de miles de muertos fueron producto únicamente de una mente desquiciada, aunque también hayan sido eso. Hay que preguntarse, como hizo Carlos Iván Degregori, el principal impulsor intelectual del Informe de la CVR, por esa “falla geológica” de nuestra democracia que posibilitó el surgimiento de un movimiento tan perverso. Para ello, el mejor antídoto es educarnos con la verdad, y sin desestimar los trabajos académicos. Los medios, que tan recurrentemente han faltado a la verdad para defender intereses particulares, deben empezar a actuar con sensatez. El informe de la CVR tendría que hacerse de lectura obligatoria en los colegios.
Es necesario respetar el dolor de tanta gente y no manipularlo con fines de dominación o políticos. Y recordar que manipular el miedo es precisamente el arma que define cualquier terrorismo.
Articulo publicado en La República.
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