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Por: Ferrer Maizondo Saldaña
huachosperu@gmail.com
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Se presentaron con sus coronas de plumas, collares, pulseras de semillas y un par de arcos y flechas. Dijeron representar a un pueblo amazónico cercano a la frontera con Ecuador. No dejaron de hablar y sorprender contando que descendían de los jíbaros. En enfrentamientos por territorios, los jefes vencedores tomaban la cabeza del jefe perdedor y lo reducían al tamaño aproximado de un puño.
Relataron que sus vidas desarrollaban entre el río y el bosque, alimentados a base de plátanos, yuca, peces y animales del monte. Artistas tejiendo canastas de bejuco y haciendo ollas y platos de barro. Con orgullo resaltan que practican la poligamia. Su territorio está lleno de espíritus que viven en las cascadas o las orillas de los ríos Cenepa, Nieva y Santiago.
Magníficos narradores de historias y mitos. Encantaron y sorprendieron a todos. Sin mayor preámbulo dijeron tener el encargo de su comunidad de firmar convenio con empresas e instituciones de Lima, para promocionar turismo de su zona. Visitaban la universidad enterados que contaba con la Carrera Profesional de Administración Hotelera y Ecoturismo.
Con la velocidad de una flecha sacaron de una bolsa plástica desgastada una propuesta de convenio cediendo gratuitamente, treinta (30) mil metros cuadrados a favor de la universidad para que sus estudiantes desarrollen sus prácticas pre-universitarias por veinte (20) años. A cambio, solo pedían asesoramiento a sus líderes en promoción turística de su comunidad durante el tiempo que dure el convenio.
Las miradas y los ánimos del Rector, Vice-rectores y Decanos, eran de celebración y logró. Al fin, resultados favorables, positivos, sin una peseta de inversión. Un poco más y abrazaban a los nativos. La cuadra doce de la avenida Brasil, campus de la universidad, era una fiesta. Leían y volvían a leer el convenio como si miraran los planos de ubicación de los codiciados tesoros de Catalina Huanca. Más de uno tenía la mano lista para alcanzar el lapicero al Secretario General para que formalice el documento. Una elegante y costosa pluma estilográfica bañada en oro se deslizó en el escritorio.
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“No había oposición. Todos de acuerdo, hasta el momento que los visitantes agregaron un último pedido. Llevar, en el presente viaje, cuatro o cinco computadoras, como obsequio de la universidad a su comunidad en reciprocidad y señal de buena voluntad de las partes.” |
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En aquel instante el hechizo se desmoronó. Las caras de las autoridades universitarias cambiaron de color y ánimo. Las sonrisas se congelaron.
Con una cortesía forzada despidieron a los visitantes, explicando que informarán a los promotores de la Universidad el interesante y atendible pedido. Solicitaron a uno de los decanos acompañarlos hasta la puerta. Los nativos no entendían el cambio rápido y brusco. Quisieron retomar la iniciativa pero ya estaban por los pasadizos.
El decano hizo un paréntesis de despedida en la puerta. Con la elegancia de buen iqueño que siempre muestra, dijo a los visitantes que él provenía de Cachiche, pueblo de brujas, brebajes y santerías. Lugar donde se curan todos los males y daños. Fue suficiente esa explicación para que uno de los nativos retomara la iniciativa y, relatara brevemente que el Jefe de la comunidad con más de 90 años tiene poderes sobrenaturales y además cada noche tiene relaciones sexuales con una joven diferente porque consume el piri-piri, una hierba que solo crece en su territorio. Si deseaba le podían traer solo un manojo, más está prohibido.
Los ojos le brillaron al decano. Sintió que la sangre desbordaba sus venas. Hombre de las dunas y guarangos, bautizado en la Huacachina, de inmediato hizo su pedido. Los nativos solicitaron un adelanto para que dentro de quince días retornen con la hierba milagrosa, con el piri-piri. Doscientos nuevos soles y cálidos abrazos plasmaron el acuerdo.
Seguro que pronto llegará su pedido de la amazonía, el decano salió un fin de semana de casa con renovada vitalidad, virilidad y soñando nuevas y atractivas aventuras y, mientras caminaba por el mercado de Surquillo, promocionando su famoso pisco Don Lino mosto verde, escucha una voz conocida y de timbre amazónico, eran los mismo nativos de la ansiada hierba misteriosa, en plena vía pública, vendiendo a viva voz cebo de culebra a un conglomerado de personas.