El
primer acuerdo universal de lucha contra el cambio climático es ya una realidad. La Cumbre de París ha alumbrado un tratado jurídicamente vinculante para luchar contra el calentamiento global, que
han suscrito los 195 países que desde el 30 de noviembre se han dado cita en Le Bourget, a las afueras de la capital francesa.
La sensación general, una vez anunciada la aprobación del documento, era de completa euforia. Tras casi dos semanas de complejas negociaciones al más alto nivel, con encuentros y desencuentros de todo tipo, se conseguía materializar el consenso. La lógica, y sobre todo la responsabilidad, habían triunfado por encima de los intereses particulares.
Pero el Acuerdo de París es solo el punto de partida de un largo camino. El inicio de un proceso lleno de luces, aunque también de sombras. Repasamos sus puntos fuertes y débiles.
¿Qué supone el Acuerdo de París?
“Histórico” es el adjetivo que más se ha utilizado para definirlo. Y no le viene grande. Por primera vez, la casi totalidad de los países del mundo se han fijado un marco legal, que además es revisable, para ir de la mano en la reducción de gases de efecto invernadero, y así evitar un calentamiento global de consecuencias devastadoras.
El acuerdo se asienta en dos pilares fundamentales:
1. Fija un límite a las emisiones de estos gases contaminantes, especialmente al dióxido de carbono (CO2).
2. Establece un sistema de financiación para que los países menos desarrollados puedan adaptarse a los efectos del cambio climático (se da respuesta así a otro concepto fundamental: el de “justicia climática”). La cantidad destinada a este apartado será de 100.000 millones de dólares anuales desde 2020 hasta 2025, año en el que los países desarrollados tendrán que establecer un nuevo sistema de financiación.
¿Cuál es su principal objetivo?
El documento suscrito tiene como meta prioritaria que la temperatura media del planeta en 2100 no supere los 2ºC con respecto a los niveles preindustriales; aunque matiza que los esfuerzos deben encaminarse hacia un incremento medio menor: 1,5 ºC.
¿Cómo se propone lograrlo?
Aquí entra en escena uno de los términos más mencionados durante toda la cumbre: la mitigación. El acuerdo prevé las llamadas “contribuciones nacionales”, que son los planes de reducción voluntarios presentados ya por 186 de los 195 países. Cada uno de los gobiernos nacionales tendrá que ratificar el acuerdo a partir de abril del año que viene, y el pacto entrará en vigor en 2020, y con él las contribuciones presentadas.
Cada cinco años, los países deberán revisar sus contribuciones, con la idea de ir renovándolas siempre al alza para lograr el objetivo de que el incremento de la temperatura media se sitúe entre 1,5ºC y 2ºC.
Se efectuará un seguimiento de estos programas de reducción de emisiones llevados a cabo por cada país. Las naciones se separarán en tres grupos, de mayor a menor exigencia: países desarrollados, emergentes y subdesarrollados.
En 2030 está previsto que finalicen los planes nacionales de reducción de emisiones propuestos en París. Y, si todo sale según lo previsto, en 2050 el mundo debería alcanzar el "equilibrio". Seguiría habiendo emisiones de gases de efecto invernadero, pero también habría suficientes sumideros como para neutralizarlos (en este sentido, el Acuerdo de París reconoce el papel fundamental de bosques y selvas, y su necesidad de protegerlos).
¿Descarbonización o no descarbonización?
No descarbonización. Al menos, total. Este ha sido uno de los puntos más polémicos del acuerdo. Si en un primer momento se apuntó como objetivo prioritario que todas las economías dejaran de utilizar combustibles fósiles como fuente de energía, este anhelo se ha ido desvaneciendo borrador tras borrador hasta desaparecer en el texto final.
Las directrices a largo plazo del Acuerdo de París permiten que se sigan emitiendo gases de efecto invernadero, pero el documento habla, como ya se ha señalado antes, de la “necesidad de alcanzar un equilibrio entre las emisiones y los sumideros de carbono en la segunda mitad del siglo XXI”.
Diferenciación
Otro de los grandes obstáculos que ha dificultado el consenso: la diferenciación entre países desarrollados y en desarrollo a la hora de asumir responsabilidades. Finalmente, el acuerdo ha sido posible gracias a que los países desarrollados son los que asumen el mayor peso de las exigencias del acuerdo, además de los principales gastos de financiación. Pero sin dejar fuera a los países en desarrollo, que, aunque menores, también tienen exigencias y además están sujetos a las revisiones periódicas.
Se ha evitado así que vuelva a suceder lo mismo que ocurrió con China, que quedó fuera del Protocolo de Kioto en 1997 y hoy es con diferencia el país más contaminante.
Vinculación
Para contentar a todas las partes, y no volver a tropezar con piedras recurrentes, el acuerdo se ha tenido que mover entre la determinación y la tibieza. Uno de los mejores ejemplos ha sido la vinculación jurídica (el hecho de que las medidas adoptadas por los países se tengan que cumplir por ley).
Finalmente, el Acuerdo de París es legalmente vinculante. Pero lo que no serán vinculantes son los objetivos de reducción de emisiones de cada país. Se satisfacen así las exigencias de las naciones más contaminantes, como China, Estados Unidos y, en menor medida, India. Con lo que se evita el riesgo de que queden fuera, como ocurrió con Estados Unidos y la ratificación del Protocolo de Kioto. Pero también se confía uno de los aspectos más significativos del texto a la voluntad y disposición de los gobiernos.
Críticas
El texto final que ha salido de la
Cumbre de París es un destello de esperanza para el futuro de nuestro planeta. La unanimidad al respecto es rotunda. Sin embargo, tanto la comunidad científica como los grupos ecologistas han denunciado diferentes puntos que a su entender debilitan el acuerdo.
El hecho de que
se haya omitido la descarbonización primero (lo que para muchos ha sido un intento de granjearse el visto bueno de países productores de petróleo, entre los que destaca Arabia Saudí), y después la neutralidad de las emisiones, no es compatible con el objetivo de los 1,5ºC – 2ºC para finales de siglo, según denuncian algunos científicos.
Otra de las grandes
sombras que atenazan al acuerdo es la vaguedad de algunas de sus propuestas. En el texto no se anuncia explícitamente la cantidad de emisiones que hay que reducir, y son los países los que aún tienen que definir cómo van a alcanzar los objetivos de mitigación.
De acuerdo con las estimaciones actuales, si se continúa con la tendencia actual, el incremento de la temperatura media para 2100 estará entre 2,7ºC y 3,5ºC, muy lejos del 1,5ºC-2ºC estipulado en el texto definitivo. Por ello, tal y como informa la agencia de noticias SINC, los científicos piden que para futuras cumbres climáticas se hagan
revisiones reales de las contribuciones previstas de emisiones por parte de cada país, con una monitorización de las emisiones, para intentar mantenerse por debajo de los 2ºC.
Organizaciones humanitarias también han criticado que prácticamente
todas las referencias a "seguridad alimentaria" o "derechos humanos", que estaban incluidas en los borradores previos,
han desaparecido del texto definitivo.