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El 'privilegio' de ir a estudiar con el estómago lleno

"Un niño no puede estudiar ni concentrarse con el estómago vacio", dice el Programa Mundial de Alimentos (PMA) que da desayunos a casi 20 millones de niños.

Cocina del refectorio escolar en el I. E. San Cristóbal de Huachos -  Huancavelica - Perú. Administrado por los padres de familia del distrito.

 
La alimentación y la educación generan un círculo virtuoso de progreso
 
 
EN Malaui (Africa) la promesa de una comida caliente animó a Alice Kankhwala a ir a la escuela. La ración de maíz que cada día podía llevar a casa convenció a sus padres de que debía acabar sus estudios. En Malaui, donde la alfabetización infantil femenina era insignificante, esos platos guardaban el aroma del futuro y la libertad.

Desde ese primer día de lápices recién afilados y cuadernos por garabatear han pasado 15 años. Las tasas de escolarización se han triplicado en Malaui y alcanzan al 80% de la población de niños y jóvenes. La gratuidad de la educación primaria, la mejora de las infraestructuras y las comidas escolares están detrás de este espectacular incremento.
 

Alice podía haber sido como muchas niñas de Malaui. Podría haberse casado muy joven, en un país donde la mitad de las mujeres se desposan a los 18 años, o pudo haber sido enviada a trabajar, para ayudar a sus padres agricultores. "Yo no hubiera terminado mi escuela primaria si no hubiese sido por las comidas escolares", dice Alice.

Ella fue una de las primeras estudiantes en recibir un plato de comida de  Programa Mundial de Alimentos. Hoy son más de diez millones de niños en toda África. Los alumnos reciben en la escuela el desayuno o el almuerzo. Con tan sólo 20 céntimos se llena una taza con arroz, frijoles, carne o pescado, aceite y sal. Y con 40 euros un niño puede ser alimentado durante todo un año escolar.

Las niñas, las más vulnerables

“No se puede estudiar pasando hambre”, afirma Alejandro Chicheri, portavoz del PMA para América Latina y el Caribe, donde 2,4 millones de niños participan en el programa. “Muchos niños llegan a la escuela después de haber caminado 10 kilómetros, desnutridos. Las comidas escolares fomentan que se pueden concentrar en el estudio y reducen el fracaso escolar”.
 

En el caso de alumnos particularmente vulnerables, como las niñas, las comidas escolares pueden combinarse con el suministro de raciones para llevar a casa con el fin de que tengan un mayor impacto. “A las niñas se las saca de la escuela muy pronto para que ayuden en casa. Son casi un animal de carga en muchas comunidades”, lamenta Chicheri. Para incentivar a las familias, en Afganistán, por ejemplo, se premia la asistencia de 20 días a clase con cinco galones de aceite. “Ellas empiezan a sentirse orgullosas, valiosas, y no una carga. Sus comunidades las identifican como un vector de desarrollo”, añade.
 
La educación femenina tiene amplias repercusiones económicas porque las mujeres y las niñas reinvierten la mayor parte de sus ingresos -hasta un 90%– en sus familias. Mantener a las niñas en las escuelas les da una mejor educación y eleva la edad en que se casan y tienen hijos, lo que les abre oportunidades reales para el futuro. Cada año que una chica se queda en la escuela primaria, aumenta sus futuros salarios hasta en un 20%, según el Banco Mundial.

La escuela, el corazón de la comunidad

De esta forma, las comidas escolares rompen el ciclo del hambre, la pobreza y la explotación infantil en las regiones más pobres del mundo. Es posible proporcionar comidas escolares también a los niños afectados por el VIH y el sida, los huérfanos, los discapacitados y los antiguos niños soldados.

La alimentación y la educación generan un círculo vrituoso de progreso

Las madres son las que suelen encargarse de preparar la comida y así se las implica en el desarrollo educativo de sus hijos. Además, el PMA trata de vincular a los pequeños agricultores, se apoya a las economías rurales y los programas se hacen sostenibles. Más de 20 países en los que opera esta agencia especializada de la ONU tienen programas de alimentación escolar basada en la producción local.
 
 “Se crea un círculo virtuoso. De esta forma los niños, las familiares y la propia comunidad se organizan en torno a la escuela, que pasa a ser el corazón y el motor del pueblo. Así se generan comunidades más democráticas y transparentes que logran salir de la pobreza”, añade Chicheri.

Un niño que estudia es un niño que tiene la oportunidad de escapar de la miseria. Entre los estudiantes que recibieron una comida y un libro a tiempo, hay generaciones de doctores, maestros, ingenieros y hasta ministros. También deportistas de élite, como el plusmarquista mundial de maratón Paul Tergat, ganador de dos medallas olímpicas. Este keniano asegura que las comidas escolares que recibió cuando era niño jugaron un papel crucial para liberar todo su talento como atleta.

Alice se convirtió en maestra para servir como un modelo a seguir y empoderar a las jóvenes a través del conocimiento. Lleva sus enseñanzas fuera del aula y defiende la educación de las niñas cada vez que habla a los padres en la comunidad. Todavía hay 58 millones de niños sin escolarizar en todo el mundo. Y 168 millones son víctimas de la explotación laboral.




 
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