|
---|
Comienzo dando un saludos al pueblo Hunza donde el tiempo parece detenerse, allá en el lejano valle de Pakistan. Aunque no crean, también asistí a la escuela, al igual que muchos millones de personas, fui empujado a ella, tembloroso e inocente como Albert Eistein, pues no había otra opción.
Un extraño mundo de cuatro paredes, cuyas lecciones de datos y conceptos raros, hoy, en mi segunda juventud de poco me sirven y cuando escribo sobre este espacio de aprendizaje, a veces caótico y otros tétrico, me refiero como muchos, al sistema educativo mundial que nos ve como una inmensa manada amorfa, llamándonos atrevidamente alumnos y alumnas olvidando que poseemos muchas luces y sabidurías innatas.
Formatean nuestra impalpable e ilimitada mente, convirtiéndolos en una estructura acartonada que almacena teóricos conocimientos, aniquilando nuestra innata imaginación divina como insinúa Ken Robinson, sacrifican nuestra creatividad ofreciéndonos una prometedora y lucrativa carrera en nombre del desarrollo, abocándose a cultivar la cultura de la competencia individual, desatando de esta manera una encarnizada batalla entre individuos, en pos de comodidades materiales.
Incapaz de fomentar una sana convivencia sostenible, la escuela asume palmariamente la exigencia del sistema mundial neoliberal, convirtiendo al ser humano en una marioneta del oscuro poder, educándolos para perpetuar los vicios de la civilización consumista, como sugiere Peter Mc Laren, lejos de liberar al ser humano entorpece su desarrollo, olvidando las instrucciones de cómo vivir en la tierra recordado por Floyd Westermann
Prueba de ello en cualquier parte del planeta, envenenamos el medio ambiente, incendiamos praderas, contaminamos las aguas en nombre de la industrialización y el desarrollo, exterminamos salvajemente a aquellos quienes no piensan como nosotros y acabamos con nuestros coterráneos animales que por esas cosas de la vida carecen de inteligencia.
En nombre del supuesto progreso, devastamos nuestro lastimado medio que, todavía estamos a tiempo de salvarlo, pues es tan sencillo como propiciar una educación que fomente el amor hacia los demás, donde la humanidad entera pueda desarrollar sus talentos y habilidades en libertad y que es lindo sacrificarse por el bienestar de todos, siendo posible fomentar una educación fraternal de amor, centrado en el pequeño mundo del corazón, premiándose a todos y todas por sus aportes en la mejora del planeta.
No estamos seguros qué heredarán las futuras generaciones, pues lo que sucede a los demás seres vivos y al medio ambiente, está sucediéndonos a nosotros como lo vaticinó el gran Jefe Seatle, en tal sentido esforcémonos cultivar una educación que humanice al ser humano y su entorno sostenible, una educación con alma para la persona y no para el sistema del oscuro poder mundial.
@davidauris
Recibe las últimas noticias del día