Por: David Vilcapuma Gutiérrez Licenciado en Educación Difusor de la literatura oral de la serranía chinchana |
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La noche estaba oscura y silenciosa, un sueño profundo abrumaba a Valentina, sus ojos se cerraban apenas se recostaba sobre los pellejos, quejándose profundamente dormida.
La oscuridad era intensa, ante la carencia de la luz, que al parecer escondía secretos que solo el corazón podía entenderlo y no se podía ver nada en toda la casa.
Durante el sueño, el cuerpo de Valentina, actuaba como si fuera real, un lugar desconocido se apreciaba, varías personas iban y venían, entre ellas aparecían un féretro.
Al lado derecho se apreciaba varias camillas hechas de palo, estaban atadas con sogas de maguey; en ella habían cadáveres de niños que estaban envuelto en mantas.
Valentina, al observar con atención, reconoció una manta que parecía de su hijo, con la que cubría cuando aún era pequeño.
En ese instante no resistió y explotó en llanto inconsolable, pensando que era su hijo; quién estaba entre los niños sin vida.
Dios mío dijo por qué a mi hijo, porqué, porqué, diciendo lloraba sin consuelo, mientras las lágrimas cubrían su rostro.
En eso Valentina, se despertaba sorprendida y casi llorosa, pensando en su único hijo, a quién lo amaba tanto.
Chincha, marzo de 2024
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