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En el siglo XXI, aún no sabemos quiénes ni por qué mataron a Jesús

De algunos pasajes de la crucifixión existen, en los cuatro evangelios canónicos, hasta siete versiones diferentes y contradictorias.

"¿Cuál es la verdad?"

Cada vez que se acercan las fiestas litúrgicas de la Semana Santa, los cristianos se preguntan quiénes condenaron a Jesús y bajo qué acusaciones concretas. ¿Fueron los judíos los que lo arrastraron a la cruz o más bien los romanos, que en aquel tiempo dominaban Palestina y lo consideraron un subversivo del orden?


"Recemos por los pérfidos judíos"..."Oye, Dios, nuestra plegaria por la obcecación de aquel pueblo para que sea liberado de las tinieblas". Esta oración fue rezada por millones de católicos en la liturgia del Viernes Santo desde 1570, cuando el papa Pio V creó el Misal Romano.


Aquella oración injuriosa para la religión judía, de la que nació el cristianismo, llevaba implícito —y así lo entendían los fieles— que habían sido los judíos los que mataron a Jesús. El escritor israelí Amos Oz lo dice abiertamente: "Durante milenios la Iglesia Católica se dedicó a calificar a los judíos de asesinos de Dios".


Hoy, sin embargo, los historiadores se inclinan a reconocer que fueron los romanos y no los judíos quienes condenaron al profeta rebelde.


Se basan en dos argumentos concretos: por un lado, la crucifixión era una forma de pena de muerte desconocida por los judíos. Ellos usaban en sus condenas la lapidación, la decapitación y la degollación. La crucifixión era una especialidad de los romanos usada con los rebeldes políticos. Por otro lado, en tiempos de Jesús, cuando Palestina estaba ocupada por el poder romano, las autoridades judías habían perdido la potestad de condenar a muerte. Si acaso podían hacerlo solo por blasfemia, es decir, por motivos estrictamente religiosos.

Es posible que en un primer momento, Jesús hasta fuera juzgado por la alta Corte Sacerdotal y acusado de blasfemia por haber desafiado el poder del Templo. Sin embargo, lo que dicen los evangelios es que el Sanedrín envió a Jesús al romano Pilatos para que fuera juzgado por él, señal de que no vieron motivos de tipo religioso para condenarlo a muerte, según explica uno de los mayores conocedores del tema, Paul Winter, en su obra Sobre el proceso de Jesús (Editorial Aleph).


La confusión pudo nacer del hecho que entre los judíos existía la costumbre de colgar los cuerpos de los muertos por lapidación para exponerlos al oprobio, diferente de la crucifixión en la que los condenados eran clavados vivos en la cruz y dejados para desangrarse hasta morir, a veces durante días enteros.


Las fuentes rabínicas indican que la muerte en la cruz se realizaba "en conformidad con la práctica romana". Basta recordar que el autor del tiempo de Antíoco IV menciona con repugnancia la práctica de los romanos de "suspender hombres vivos", práctica de la que se recuerda que "nunca fue realizada en Israel".


Fue el papa Juan XXIII quien en 1959 mandó quitar de la oración de Viernes Santo la expresión "pérfidos judíos" y la de "obcecación de aquel pueblo" que se negaba a reconocer la divinidad de Jesús.


Pablo VI, que sucedió a Juan XXIII, dio un paso más y quitó también la oración para que los "ciegos judíos" se convirtieran a la fe.


La oración fue cambiada en sentido positivo y en ella se rezaba por los judíos, "a quienes el Señor eligió como los primeros entre todos los hombres para recibir su palabra".


Fue el papa alemán Benedicto XVI quién permitió a los católicos conservadores, contradiciendo al Concilio Vaticano II, volver a la antigua liturgia en latín. Y fue él quién volvió a introducir en la oración del Viernes Santo la idea de que los judíos deben convertirse a la fe cristiana: "Recemos por los judíos: Que Dios ilumine sus corazones y reconozcan a Jesucristo". Fue una vuelta atrás y ahora se espera que Francisco, el Papa que mayor respeto y hasta admiración ha manifestado por la religión judía, vuelva a despojar de las oraciones de los cristianos cualquier atisbo a la necesidad de que los judíos —la primera gran religión monoteísta de la historia— necesiten convertirse a otra fe que no sea la suya.


En verdad, ya desde las disputas de los primeros cristianos en el siglo II se empezó a intentar cargar sobre los judíos el peso de haber condenado a muerte al mayor inocente de la historia, para congraciarse con los romanos, que en un principio persiguieron a los cristianos y después se los ganaron cargando a la Iglesia de privilegios.


Fue el papa alemán Benedicto XVI quién permitió a los católicos conservadores volver a la oración que pide que los judíos deben convertirse a la fe cristiana.


Si fueron los romanos quienes, según los historiadores modernos, crucificaron a Jesús, lo que aún no queda claro son los motivos de su sentencia. Sin embargo, si la condenación a la muerte de cruz era destinada a los rebeldes políticos, no cabe duda de que Pilatos y el poder romano de aquel tiempo se acabaron convenciendo de que el profeta que desafiaba a los poderosos, que llegó a tachar de "zorra" al rey Herodes y que arrastraba detrás de sí a una multitud de despreciados por el poder, tuvo que ser crucificado como subversivo político.


Lo confirmaría la inscripción que colocaron en su cruz: "Jesús, rey de los judíos", como para burlarse de él por haberse proclamado, según los romanos, como nuevo líder de aquel pueblo.


Así como por los evangelios oficiales no sabemos dónde ni cuando nació Jesús, tampoco sabemos con certeza absoluta ni quiénes ni cuándo ni por qué crucificaron a aquel profeta ambulante.


Jesús fue un judío que "curaba a todos", que se proclamó siempre fiel seguidor de la religión de sus padres y que, anticipándose a los tiempos, quería que la gran religión judía no quedase restringida a un solo pueblo sino que se abriera también a los gentiles y paganos, a los no circuncindados, para que llegara el día —como le dijo a la mujer samaritana— en que los hombres y mujeres no necesitasen ya rendir culto ni en el templo de los judíos ni el de los samaritanos, sino "en espíritu y en verdad".


Allí inauguró Jesús el moderno ecumenismo que ve en la fidelidad a la propia conciencia el único verdadero templo donde pueden darse cita, sin distinción ni guerras de religión, todos los seres humanos.


Quizás en ningún otro momento de la vida de Jesús los cuatro evangelistas insistan tanto como en la narración de los hechos de la pasión y muerte de Jesús. Y sin embargo, al mismo tiempo, de ningún otro momento de su biografía existen tantas diferencias y discrepancias entre los cuatro evangelios oficiales de la Iglesia.


Aunque es cierto que los evangelistas no intentaron hacer historia en el sentido moderno sino más bien "comunicarnos un mensaje religioso" como explica Winter y confirma otro especialista como Martin Dibelius, también lo es que dentro de dichos relatos (aun discrepantes entre ellos) existe escondida una verdad histórica que exige un gran esfuerzo hermenéutico para descubrirla.


Pilatos y el poder romano de aquel tiempo se acabaron convenciendo de que el profeta que desafiaba a los poderosos, tuvo que ser crucificado como subversivo político


De algunos momentos de la descripción de la crucifixión existen, entre los cuatro evangelistas, hasta siete versiones diferentes.


Y sin embargo, del trasfondo de aquellos hechos aún oscuros, surgió uno de los grandes movimientos —no solo religioso sino también político, humanista y hasta jurídico— de la historia. Y en ella sigue resonando como aldabonazo y reflexión la pregunta de Pilatos a Jesús durante el interrogatorio del proceso: "¿Cuál es la verdad?"


Feliz Semana Santa para todos, sin distinciones de credos, sin condenas inquisitoriales.


Feliz Semana Santa para los que sufren y luchan contra la indignidad y contra el atropello de los más débiles de la historia.


Feliz Semana Santa para todos los crucificados física o moralmente en odio a su religión, raza o color de la piel.


Feliz Semana Santa con el deseo que acabe en el mundo la pena de muerte para que no pueda ser víctima de ella ningún otro inocente, como el crucificado galileo símbolo de todas las condenas injustas de la humanidad.

Fuente: Juan Arias EL PAIS



 

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