Paseo por los parques de mi vecindad y veo niños de kínder fotografiándose con toga y birrete para la “graduación” de educación inicial. Luego veo fotos similares de niños seis años mayores “graduándose” de primaria.
También evoco a amigos que hablan de la ceremonia de “graduación” de sus hijos que terminan la secundaria, para la cual requieren de una toga y birrete comprado o alquilado para la ocasión, como hacen las novias y novios para su matrimonio, ya que no forma parte de su vestimenta habitual. Y no puedo evitar preguntarme ¿se “gradúan” de qué? Lo primero que se me ocurre es que se gradúan de corderitos, es decir, de consumidores de una costumbre que no se toman la molestia de confrontar, mucho menos transformar, “porque así hacen todos” o “siempre se ha hecho así” …
No deja de intrigarme la pregunta sobre qué aprendieron de su vida escolar que hace que necesiten del uso de ese uniforme como último acto de su escolaridad, sin el cual se sienten vacíos, deseducados… y ya ni qué hablar del baile de gala de promoción del que quizá ya se imaginarán que estaré pensando…
Resulta entonces que esa toga heredada del senado romano, los religiosos medioevales o los jueces victorianos, junto con el birrete usado por la aristocracia de la edad media que se asimiló a los ambientes académicos de las autoridades y maestrías universitarias norteamericanas, de a poco se convierten en un disfraz a ser usado por todo aquél que termina un ciclo escolar sin ninguna relación con su origen ni su significado académico universitario.
Me pregunto cuánto de lo que se hace en la vida escolar tiene esa condición de culto a las formas sin importar el fondo. Cuántas oportunidades tienen los estudiantes de confrontar el “establishment” para convertirse en agentes de cambio. Cuánto de lo que aprenden los prepara para promover y luego adaptarse a los cambios, cuando el sello de toda su vida escolar es una ceremonia cuyo mensaje es “quédense atrapados en los símbolos formales del pasado, del mundo de los corderitos, y no dejen aflorar los cuestionamientos propios de su edad y ambición para luchar por aquello que realmente tenga un poder transformador de un mundo que lo requiere a gritos”.
Sé que no pocos estudiantes, y padres o madres que han construido la ilusión de ver “graduarse” a sus hijos de algún ciclo escolar con esa indumentaria, con las respectivas fotos del recuerdo, sentirán fuera de lugar mis objeciones. Me conformaré con que piensen cómo se ven estos asuntos desde esta otra vereda, así continúen con su deseo de reiterar las cosas como están. Me quedaré con la ilusión de que, quizá, en algún lugar, en algún momento, haya estudiantes o padres que se incomoden con ser parte del rebaño para imaginar formas alternativas y relevantes de celebrar decorosamente la culminación de su vida escolar.
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