El presidente de Bolivia alcanza diez años en el cargo y aspira a una década más. Comenzó como un combativo líder sindical hasta llegar a la Presidencia en 2005
LA PAZ- El presidente de Bolivia, Evo Morales, cumple diez años al frente de Bolivia en un momento complicado debido al estancamiento económico y con ciertas dudas sobre su trabajo en el terreno social. La pretensión de Morales es continuar en su cargo hasta 2025 para completar la "revolución" que prometió en su llegada al poder.
Nacido el 26 de octubre de 1959 en el pueblo de Orinoca, en el departamento andino de Oruro, Morales desempeñó varios oficios antes de ingresar a la política, desde pastor de llamas hasta trompetista.
Su comienzo en el mundo de la política ocurrió en la década de los años 90, en la zona central del Chapare, a donde tuvo que emigrar para subsistir. Se presentó a las elecciones generales de 1997, bajo la sigla de la Izquierda Unida, y aunque no ganó la carrera presidencial, obtuvo un escaño parlamentario.
La lucha de un líder sindical hasta llegar al poder
Antes de presentarse a las primeras elecciones, ya se había forjado un nombre como combativo líder sindical, que defendía a ultranza a los productores de hoja de coca del Chapare y el libre cultivo de la planta. Esto le valió ser detenido, torturado y acusado de conspirador en numerosas ocasiones.
En los comicios de 2002, Evo Morales rozó la Presidencia al quedar en segundo lugar con un 20,9% de apoyo frente al 22,4% de su rival Gonzalo Sánchez de Lozada, quien no logró concluir su mandato por una revuelta social que estalló en octubre de 2003.
Aquellas jornadas, que fueron reprimidas violentamente, reflejaron el hastío de la población boliviana por la forma en que los políticos "de siempre" habían administrado el país.
Y eso se tradujo en el respaldo mayoritario que logró Morales en 2005, cuando alcanzó la Presidencia con un 54% de los votos. Fue la primera vez que en Bolivia se elegía un mandatario con un apoyo tan alto.
Las esperanzas de más de la mitad de los bolivianos estaban puestas en el humilde campesino que sabía del sufrimiento de su pueblo porque lo había vivido en carne propia. Tal vez por ese motivo emocionó tanto ver a un Morales conmovido hasta las lágrimas cuando le colocaron la banda presidencial por primera vez el 22 de enero de 2006.
Con todo, el sencillo sindicalista que vistió su popular "chompa" de lana a rayas en la primera gira internacional que hizo nada más ganar las elecciones parece haber quedado atrás, lejos del caudillo insustituible y todopoderoso del "proceso de cambio", como llaman al Gobierno de Morales los sectores que le son afines.
Gastos opulentos y bromas de mal gusto
Hoy todo el proceso gira en torno a Morales y la gran imagen que tenía a su llegada a la Presidencia en 2005 ha ido poco a poco degradándose.
La compra de helicópteros y aviones, sus constantes viajes al exterior, su deseo de erigir un nuevo Palacio de Gobierno y un museo dedicado a su "revolución" le han valido críticas de la oposición, que le acusa de hacer gastos opulentos y de estar en permanente campaña para asegurarse la permanencia en el poder.
Incluso ha sido cuestionado su sentido del humor, que incluye bromas machistas y alusiones a la apariencia física, estado civil e incluso orientación sexual de los aludidos en sus discursos.
Por ejemplo, las críticas arreciaron en 2015 cuando Morales ordenó con la mano a un ayudante que le atara el cordón de un zapato, momento que quedó captado en un vídeo que se "viralizó" en las redes sociales y que incrementó el desencanto de muchos de los que habían sido sus votantes.
Lo que no ha cambiado es su pasión por el fútbol, su capacidad de trabajar desde la madrugada hasta altas horas de la noche y su retórica en contra de su eterno enemigo, el "imperio" estadounidense.
Una filosofía algo extremista
Morales dice gobernar junto a los movimientos sociales, aquellos que le manifiestan su respaldo incondicional, pero no duda en tildar de "conspiración" cualquier conflicto que se le vaya de las manos.
Fue así como quedó distanciado, por ejemplo, de los indígenas amazónicos contrarios a la construcción de una carretera a través del parque nacional Tipnis, y de las organizaciones ciudadanas de Potosí que protestaron por el abandono de esa región, la más pobre de Bolivia.
Y es que parece que en la filosofía de Morales no hay matices: o se está con él o contra él, o se está con su "proceso" o con el "imperialismo".
Esta idea ha vuelto a quedar patente en la campaña con miras al referendo del 21 de febrero próximo, en que se someterá a votación una reforma constitucional para permitirle ser candidato una vez más en 2019. Por esa iniciativa, promovida por sus partidarios, la oposición acusa al gobernante de querer perpetuarse en el poder.
Las encuestas difundidas hasta el momento no dan una victoria clara al "Sí" o al "No" a la reforma constitucional, pero el oficialismo confía en que una vez más se impondrá el "voto duro", concentrado en las áreas rurales donde goza de amplio respaldo y que no suele ser tomado en cuenta en los sondeos.
Al margen de las pasiones a favor y en contra que levanta el mandatario, es evidente la falta de liderazgos en el oficialismo y en la oposición, algo que, si bien por ahora Morales puede capitalizar a su favor, será un problema si no halla un sucesor capaz de "llenar" sus zapatos.