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Al despertar violentamente después de un misterioso sueño que levemente recordaba, había abandonado su enigmática existencia debajo del sombrío puente inundado de musgos, donde aún flotaba su dormida memoria de nenúfares, salvias y romeros; disfrutando el brumoso aire apático del mediodía, extrañamente púrpura, como celebra la mitología gnóstica, era una mujer terrenal.
Enarbolaba doctrinas progresistas y una multitud hechizada lo aclamaban en los medios de comunicación. Ensayaba una pegajosa danza reptileana y una masa anónima hábida de nuevas emociones la acosaban con parsimonia esa apetecida modelo afeminada del mediodía, engendrando excitados suspiros en aquella universal muchedumbre enceguecida.
Al atardecer anaranjado, después de un exquisito pábulo, su apócrifo novio huyó horrorizado al saborear el encanto de su inmortal aliento. ¿Se había convertido en un espectro ignorado? ¿Simplemente era un sueño imaginado por ella misma? ¿Acaso era la imaginación del atardecer de otra vagabunda? ¿Aún dormía debajo el puente?
Al caer la noche, abandonada y espantada reaccionó, al ver, su ciclópea imagen dormida reflejada en un querubín de la lúgubre taberna merodeando a orillas de un aromático villorrio circular, y temiendo ser devorada su piadosa alma en la anochecida ciudad; sin equipaje, aterrada y desconsolada se marchó hacia los escarpados Alpes de un lejano país, donde a nadie importe, pues, todos son como ella, habitan villorrios y saborean mate de salvia, nenúfar y romero como en los sueños debajo del puente.
@davidauris |
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