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Fiesta costumbrista navideña en el distrito de Huachos

Con las nubes, la neblina y la lluvia llega la navidad a Huachos; truenos y relámpagos no lo impiden. Los huaynos son la mejor compañera en estas noches de guitarra, poncho y chalina.

Vista panoramica desde Lucma del amanecer de diciembre en la capital huachina. Hora: 6:00am.
Vista panoramica desde Lucma del amanecer de diciembre en la capital huachina. Hora: 6:00am.

 

Por: Ferrer Maizondo Saldaña

 

La navidad en Huachos tiene tres fases. Se inicia con el  Juypuñampa que es la noche de los preparativos y ensayos. La noche del Encuentro celebrado el 24 de diciembre; competencia grupal de dos barrios. Y, finalmente, el 26 de diciembre, día del Atipanacuy, competencia individual de representantes de Barrio Arriba y Barrio Abajo, varones y damas, bajo la tonalidad del violín.
 
Por las tardes va llegando la lluvia. La neblina, desde temprano, trata de ocultar los enormes cerros. Un viento frío recorre las estrechas calles. Los rayos solares como que andan espantados. Los animales, vacunos principalmente, se oponen ir a los alfalfares y orientan su mirada hacia las zonas donde los pastos naturales empiezan a mostrarse. El río, día a día, aumenta su caudal y va perdiendo su claridad hasta convertirse en color chocolate; sus mansas pozas son ahora enfurecidas corrientes que arrastran piedras y palizadas.

Los jóvenes, aquellos que concluyen secundaria, alistan maletines e ilusiones para emprender viaje por mundos ajenos y desconocidos. Mientras tanto, como aguardando el día de la partida, se despiden una y otra vez del ser amado o de la amistad eterna. ¡Nunca te olvidare! y ¡Algún día regresare!, frases que se repiten en cada esquina. Botellas de quemadito o anisado espantan el frío y aceleran la despedida. Los huaynos son la mejor compañera en estas noches de guitarra, poncho, chalina y lagrimas.

!Adiós, adiós, pueblo querido
 Ya me voy ya
 Ya me estoy yendo
 Si estoy vivo regresare
 Si estoy muerto ya no, ya no!

 
Con el amanecer y al segundo canto del gallo llega el ajetreo de los padres. Las mamas, ocultando sus penas y secando sus lágrimas, encienden el fogón, cuidando que la leña dure hasta que escampe la lluvia. El papa y los hermanos mayores ya están a mitad de la faena agropecuaria. Chiwacos y lombrices enfrentan una batalla de sobrevivencia. Los urungos despiertan con el tímido y pálido sol que intenta burlar alguna nube pasajera. Conforme pasan los días, como que todos sobreponen las penas y el frío.

Un airecillo de alegría ingresa y salen de casas y locales. Al borde de las veredas de cemento se inicia una competencia no programada de golpes. Los niños empiezan a chancar sus chapas de bebidas para armar sonajas que animaran la fiesta de navidad.

El Juyñupampa

Con las nubes, la neblina y la lluvia llega la navidad a Huachos; truenos y relámpagos no lo impiden. A decir verdad, las nubes empiezan a enrarecer y oscurecer el cielo a partir de setiembre; la neblina se hace más densa desde los primeros días de diciembre. La lluvia al inicio es fina, delicada y de los atardeceres, luego como que se acostumbra, cae con fuerza y se vuelve prolongada; pareciera de nunca acabar.

Sonaja en mano, al atardecer del 21 de diciembre, Roque Salvatierra baja desde Huaycos por el camino zigzagueante, ese camino de piedras pequeñas, duras y filosas. Don Roque ingresa por Lucma, allá en la esquina donde la tierra rojiza se vuelve pegajosa y amarilla en esta época. Hace un alto, como descansando, al lado de la casa de Pedro Villavicencio, y luego en la de Julia Molina. Conra Valenzuela y Chino Tiucha, bullangueros y badulaques, aparecen por una de las bocacalles. De cantina en cantina, de esquina en esquina, los tres zapatean en buen ritmo, imparables. ¡Quilusin! ¡Quilusin! Aquella noche es el Juyñupampa.

En el atrio del templo, los adultos abrigan sus ánimos con ponche y calientito; expulsan sus disfuerzos y vergüenzas con más calientito que la tí¬a Venecia ofrece. El violín  de Germán Molina anima la fiesta. El humo del cigarrillo Inca del Negro Vi¬ctor del Río envuelve el ambiente. La neblina acentúa a la oscuridad nocturna. Oscar Dávalos trata de alumbrar con una lámpara Petromax. Roque, Resistencia, con acompañamiento del violinista, o sin ella, zapatea. El zapato doblezuela, adquirido en la tienda de mamá Apo, revienta el piso.

En uno de los extremos del patio, el violinista Saturno Cárdenas anima con la tonada Chuto. Entre juego y juego entramos al zapateo. Wi¬lder Arellano y Roni del Ri¬o corren a sus casas y traen sus sonajas; Sotaco Renán y Alchi Guevara se cubren con oscuros abrigos de mujer; Perico Inga, Fierro, Konami y Modesto Quispe introducen pequeñas piedras en latas vací¬as de leche evaporada, las que agitadas generan un gran bullicio. ¡Vicuna! ¡Vicuna!

Zapateamos las variadas tonalidades que ofrecen los violinistas. Bulla y entusiasmo. Luego, miramos con ojos pedigüeños, nos alcancen el puñado de caramelos perita. El violín de Espí¬ritu Rivas imita el silbido de las vicuñas que pastorean en Quiropalca y Suytupampa. Se animan a participar: Chicote Flores, Maco Suárez, Martí¬n Villavicencio, Pompi del Río, Maco Soldevilla, Willy Canales. Para nosotros no hay quilusin. Jango Chávez, Eliades Dávalos, Abel Peña, Cayo Canales e Ilfe Gálvez ríen exagerada y burlonamente.

El Juyñupampa es una noche de ensayos. De anticipo a la navidad. Noche en la que se perfilan los principales zapateadores para la Noche Buena y el Atipanacuy.




 
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