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Huachos en todos los setiembres es luces, sonidos, sabores y colores

En la noche del diez, jaloneándose, al compás de la banda, Huachos es un remolino de gente bailando de esquina a esquina.

Por: Ferrer Maizondo Saldaña

La celebración es en Huachos, Castrovirreyna; del 7 al 12 de setiembre. Se parte de Chincha, recorrido de 94 Km. Carretera afirmada, amplia y  conservada en gran parte. Un sol fuerte acompaña el viaje.  “Este año  la fiesta será la mejor”, frase que todos repiten.  Fiesta en honor a los santos patrones: San Cristóbal y la Virgen Natividad. Desde el primer día el atrio del templo  es una competencia de jarras de ponche, quemadito y mistela. Las bandas de músicos y las orquestas  también disputan por expresar huaynos, cumbias, toriles, pasodobles y marineras.  El deseo de todos y logros de muchos es disfrutar con las bandas, mejor si es la armónica y filarmónica Sunicancha. En buses, camionetas y  pintorescos camiones mixtos llega la mayoría de visitantes el diez en la tarde.  La serenata, un desborde de emoción.

La plaza,  un alboroto. El reencuentro de familias y amigos se plasma en abrazos  y besos. El polvo de las viejas amistades es sacudida. Cohetes, coheto­nes, cohetecillos  y bombar­das. Unos toman, otros bailan, aque­llos lloran, todos gozan. Bulla en todas partes. Las luces de los castillos se van  a lo alto, como el sueño de aquellos; las cañas  quedan tiradas, aplastadas y trituradas, como el deseo de otros. Del castillo de ocho cuerpos vuela la corona a la inmensidad y queda iluminada un cartel con la imagen de San Cristóbal. El festival de las luces ingresa  a segunda fase  cuando las vacas locas corren de uno a otro extremo, arrojan sus bombardas y cohetes, vuelve una y otra vez, asustando y generando al mismo tiempo risas y comentarios. La plaza es un polvorín de emociones.

Quienes  radican   en Lima, Chincha, Huancayo, Ica u otro lugar del país, y desean participar de la gran celebración,  recurren a la argucia del viaje urgente.  El familiar, pariente o amigo envía desde el pueblo un  mensaje,  comunicando que se requiere  su presencia: urgente, urgentísimo,  abuelita, enferma; papá, grave; mamá, falleció; hermanos, accidentaron. Luego de descender el zig-zag de Culebrilla, se avanza, besando lajas y  dejándose acariciar por arbustos,  por el borde del  rio San Juan, y más adelante es maravilloso apreciar los petroglíficos de Huancor.  Una alfombra de matices son los cercos de algodón, maíz amarillo, alfa-alfa y frijol. Es posible solicitar que la movilidad se detenga cada cierto trecho para saborear frescos y agradables guayabo, pepino, choclo con queso, humita y demás dulzuras. Las aguas limpias del río San Juan, además de regar los sembrí­os, saciar la sed del campesino y regar la campiña chinchana, sirve para hospedar a inmensos camarones que luego serán cazados en isangas y servidos en las picanterías chinchanas. Es la época en que los ríos enflaquecen y los camarones empiezan a engordar y crecer como preparándose para cuando llegue el agua nueva.  los camaroneros van río  arriba, por la orilla, metiendo la mano debajo de las piedras para ver si cogen uno de inmensa tijera.

El once, día principal, fiesta grande, de veintiún camareta­zos  despierta la población. Todo el norte de Castrovirreyna es sacudida  por la pólvora y atraída por la música. Los bronces del campanario dejan oír sus sones majestuosos; repi­can a todo vuelo las alegres, coloniales, vibrantes y cuzqueñas campanas de la iglesia. Antes del medio día, sale la imponente proce­sión, recorre el perímetro de la  plaza; San Cristóbal, protector de los caminantes,  bajo un arco de rosas  rojas, con  capa colorada y  bastón de plata,  y,  la Virgen Nati­vidad,  con un manto rosado salpicado de rosas,  hermosa, vestida elegantemente, con su rostro angelical, tras el Santo Patrón. El encendido de los cirios grafica la fe.  Fotos y estampitas con imágenes perennizan el recuerdo. Padres y padrinos  aprovechan  para  los bautizos, ¡Sebo padrino!, o ¡Padrino hueso! , ¡Hueso padrino!;  voces que no faltaran.

Los canales de piedra salpicado de romasas, el cabildo de amplios arcos  y la plaza de los recuerdos, ya no están; sólo resisten a la modernidad y  el cemento de los alcaldes, dos hermosos pinos, al pie de uno de ellos se instala una mesa cubierta por un mantel, se abre un libro de actas en la que promesantes y obligados se anotan o anotan a nombre de sus menores hijos lo que el próximo año aportarán para el desarrollo de la fiesta. La banda no deja de tocar marineras y huaynos. Visitantes, conocidos y familiares orientan sus pasos a casa del mayordomo a saborear la tradicional pachamanca. En el patio  los hornos enrojecen cada vez más las piedras. El aroma de la marmaquilla envuelve a todos. Trozos inmensos de sazonado carnero y  chancho;  papa y camote asado; choclo, queso, haba y humita dulce y salada son servidos con agrado a todos. La dulce y agradable mistela agrada el paladar, refresca la garganta y alegra el día.   ¡Salud!, salud con mistela huachina.

La tarde es un encuentro de gallos y galleros. En  el extremo superior de la plaza  empieza la pelea. No hay la ceremonias  de los coliseos, pero si  un gran entusiasmo, bullicio y cerveza a raudales.  Corren las apuestas, ajustan las navajas, aflojan los billetes y el combate es interminable. Finalizada la tarde, curiosos, enamorados y apurados encaminan hacia Lucma, desembocan en Maquitacana o Merendana y se pierden en Tucu­ma­chay, donde el paraíso existe y el placer no es un simple deseo.      

En la noche del once, jaloneándose, al compás de la banda, Huachos es un remolino de gente bailando de esquina a esquina. En el toril o toro-toro hay que agarrar fuerte a la pareja, no soltarla. Se atropellan, empujan, disputan la pareja. Toro, toro, toro, to, to... to, to, to…. Si se acabó la mistela que preparen  un quemadito; azúcar quemada, agua de manantial, jugo de limón, canela, clavo de olor, pisco y ¡salud!, señores. Durante toda la noche, hasta el amanecer, toro, toro, toro, to, to... to, to, to… Amor sin beso, es como mote sin queso.

Los quehaceres de la vida diaria, el cultivo de la chacra y el cuidado del ganado, ha sido previamente organizado, para que todos participen de la fiesta. Hay preocupación porque el grass sigue opacando  al alfalfar. Los invasores no  detienen su codicia de apropiarse de las tierras comunales. La pobreza será disimulada pero no olvidada. Los padres  o hermanos aguardan a que sus familiares lleguen no sólo con ganas de celebrar, sino también de compartir.  La música no se detiene, la alegría  va más allá de calles, caminos y callejones, y estará por mucho tiempo en el cancionero, silbido y tarareo de los jóvenes enamorados.

El doce, en procesión menos pomposa, los Santos Patrones dan su bendición. Atardeciendo, la bestia y el hombre  inician su encuentro en el centro de la plaza. Con toriles y marineras la Sunicancha anima la fiesta de sangre.  A mitad de la corrida el toro es jalado hacia uno de los  extremos y le colocan la divisa, para que valientes  y decididos se atrevan a quitarle. Es la fiesta más pomposa de todo el norte de Castrovirreyna y  la sierra de Chincha. Dura una semana, bailando y comiendo, bailando, amando  y bebiendo, bailando y bailando hasta perder la razón. Luego de beberse todo lo que se podía beber, y comer, bailar, amar, prometer, zapa­tear, pelear, rezar, sin dormir a lo largo de varios días, la boca de unos será una campana y el corazón de otros un sepulcro.





 
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