En EL DISTRITO |

"Huachos, noches de serenata..." crónica de Ferrer Maizondo S.

Pueblo andino con casas de adobe y techos de teja o calamina a dos aguas. El ritmo y la melodía no eran de profesionales; pero, el sentimiento, correspondía a hombres enamorados, profundamente enamorados. Versos apasionados de amor y desamor.

Foto de archivo.
 

Por: Ferrer Maizondo Saldaña

 

PUBLICADO EL 28-09-2021 | Rasgando una guitarra cantaron al pie del balcón. Guitarra de madera fina y cuerdas de Nylon comprados a los arrieros de Huamanga. Fueron cuatro los admiradores de la belleza y encantos de una dama. Noche de huaynos en Huachos.

 

Pueblo andino con casas de adobe y techos de teja o calamina a dos aguas. El ritmo y la melodía no eran de profesionales; pero, el sentimiento, correspondía a hombres enamorados, profundamente enamorados. Versos apasionados de amor y desamor.

 

Voces melodiosas, amorosas, cubrieron la noche. Los rayos de la luna extendían su luz mientras las   estrellas atestiguaban la pasión de los jóvenes que, a las once de la noche, empezaron cantando: “Tú eres ángel de mi vida / ángel de mis ilusiones / Tú eres magnolia escondida / dentro de mi corazón”.

 

 

Entre huayno y huayno, unas copas de “quemadito”. Licor conocido en otros lugares como “calientito”.  En Huachos, el quemadito, se prepara a base de pisco, azúcar rubia, canela, clavo de olor, limón y un poco de agua de puquio. El trago ya es un clásico por estas zonas. Algunos le agregan miel; otros, jugo y un pedazo de cáscara de naranja. Un buen “quemadito” dependerá del punto de quemado del  azúcar, decía la abuelita. Suficiente aguardiente. Para controlar si está en su punto y tiene aguardiente de buen grado, mi tía Otilia Llancari Merino, luego que hervía el preparado, antes de sacar la olla del fogón, prendía con fósforo el líquido, dejaba que diera fogonazo, lo tapaba con apuro, daba la aprobación y listo bebedores. El pisco tiene que ser de una buena falca o bodega chinchana, acholado o quebranta. “Entre licor y licor pronuncié tu nombre/ Quisiera olvidarte, pero más te recuerdo/ Mi mente te nombra, mi corazón te llama/ Que destino injusto de quererte tanto”

 

Decíamos que no eran músicos consagrados. Fueron cuatro ilusionados, cuatro románticos. Un grupo que intentaba acceder al reino de los placeres. Novatos en cosas del amor. Chiquillos en tránsito a obtener la mayoría de edad. Principiantes como músicos. Te cuento así, porque si de artistas se trata, en Huachos hay varios que destacan. De huaynos clásicos, personajes de charango y guitarra, señoriales, para días de jarana, Florencio Sánchez Villavicencio y Dalmacio Gálvez del Río.  Luego vendrían nuevos rostros. Renovados y de fineza en sus estilos, artistas de voz y sentimiento, los hermanos Honorato y Diosdado Espinoza Soldevilla. Jorge y Cristóbal Manrique Dávalos.  Fidel Chávez Marcos. Pablo Gálvez Villavicencio. Idén Cárdenas Martínez.  El “Chito” Martínez del Río, “Felchi” Nestárez Flores, “Maco” Soldevilla Velazco, Isabel Gutiérrez Díaz, Luz Huamán Díaz y la lista se va incrementando.

 

La inspiración, la pasión y romance de los enamoradizos cantores fue casi hasta que despunte el día: “De noche yo vengo a verte/porque de día no puedo/no quiero ser conocido/ni menos aborrecido”. La admirada dama no salió, ni encendió la luz de su dormitorio, como ellos esperaban. Se habían ilusionado que la rosa de sus inspiraciones, la flor del huerto, saliera y brindará una esperanza de amor o las gracias; por último, una sonrisa.  Los cuatro estaban enamorados.  Uno, creyéndose con más derecho que los otros.

 

Parecía que nadie viviera en la casa. No se escuchó sonido desde el interior. Hasta se atrevieron a tocar la puerta. Ni el perro ladró. Solo sintieron un viento frío. Y, pensar que, en serenatas similares, otros jóvenes habían recibido halagos, suspiros y hasta promesas de amor. Aquí, ni orines le arrojaron, como aquella vez que mojaron a mis primos Raúl y Alberto cuando daban serenata por Higoscalle a una joven profesora.

 

Los novatos exponentes del género popular pasaron de los ritmos ayacuchanos a los alegres huaynos huancaínos, continuando con chuscadas ancashinas. Al no encontrar atención de la agasajada y mortificados porque los ladridos de los perros del vecindario interrumpían los cantos, empezaron con versos de desamor. Roncos y un poco mareados, entonaron un huayno huamanguino: “Tú no sabes lo que es amar/ yo te he querido /yo te he amado/ tú no has sabido corresponder/ gota por gota/ llanto por llanto / mis ilusiones se acabaron”

 

Fue terrible pasar del amor al desamor. Un cambio brusco. Para despedirse, en noches de romance como esta, debieron cantar el conocido huayno: “Cuatro estamos en tu puerta/ Y los cuatro te queremos/ ¡Hay! Amorosa palomita/ Escógete de los cuatro/ Y los demás nos iremos/ ¡Hay! Amorosa palomita”. No. No cantaron así. Con el alma adolorida, el corazón quebrado, no atendidos, despechados, alteraron las letras y con la mayor fuerza posible, finalmente entonaron: “Cuatro somos en tu puerta/ Los cuatro nos vamos/ Sal y quédate con Hilde Macho”. A lo lejos, muy lejos, por Arcopunco, unos perros aullaban en grito lastimero.

 

El personaje al que hacían alusión, Hilde Macho, era un señor sin familia conocida, se ganaba la vida donde podía. Aquella noche acompañó a los románticos jóvenes casi al término de la serenata.  No entendió los últimos versos. Su único pecado fue acompañar a cuatro jóvenes en el momento en que se desilusionaban de amor.

 

Al día siguiente al primero que detuvo la policía fue a Hilde Macho. No fue difícil ubicarlo. Estaba merodeando por la grada que conduce a la plaza, cuando lo apresaron. Casi a rastras fue llevado a la comisaría. El hombrecito no sabía ni entendía por qué lo detenían. Era pobre, pero nunca había faltado a nadie, ni robado, ni mentido. Se dejó llevar como un trapo viejo y sucio.

 

La mamá de Carmen Rosa había denunciado en la comisaría, llorando, que en la noche robaron una gallina de su corral. Ingresaron por la parte posterior.


- La más ponedora-, dijo la acongojada mujer.


Ante la pregunta policial de quién sospechaba, solo atinó a decir:


-  Eran cuatro, cinco con Hilde Macho, los que cantaron. Toda la noche, señor. Ahí mientras cantaban se robaron mi mejor gallina.


Preso el primer acusado, declaró quiénes eran los románticos. Uno a uno fueron conducidos al puesto policial. Tras de ellos, sus padres. Dos de los acusados, mudos. Asustados.  Adán Patiño Cárdenas, pálido y tartamudeando. Temía más el castigo de su padre que la pesquisa policial. Juvenal del Río Cárdenas, el otro acusado, ante la llamada de atención de estar bebiendo licor a tan temprana edad, atinó a decir:


- Solo hemos tomado chocoyatito, señor.


Los padres, luego de una dura reprimenda policial, se vieron obligados, antes que el caso pase al Juez de Paz, a cancelar el valor de la gallina más el costo de los huevos que dejaría de poner la avecilla de corral.

 

Al día siguiente hubo serenata con otros cantores y en calle diferente. “Cómo he de vivir sin ti/ sin el amor de mi dueña. / Adiós adorada prenda, / adiós amor y consuelo. / Adiós adorada prenda, / adiós pasión y delirio. Porque el alma me robaste/ sin que nada te debiera/ Al sol le robaste los rayos, / a la luna su esplendor, / a las estrellas su encanto, / y a mi pobre, el corazón”. Noche agotadora. A esas horas Saúl Astorayme Delgado retornaba satisfecho a casa luego de su “lonchecito”.

 

En Huachos, las serenatas, las verdaderas serenatas terminan con caldo de gallina para reponer fuerzas. Un levantamuertos. Presas grandes. Estos cantores tienen buena voz, dominan la guitarra, son correspondidos por las damas a quienes dedican sus versos y, lo más importante, ya van dos noches comiendo gallina de corral ajeno.

 

Los cuatro aprendices de huaynos románticos, cada uno en su casa, escuchaban atentos, queriendo aprender las canciones de moda. “Ojos azules no llores/ No llores ni te enamores/ Lloraras cuando me vaya/ Cuando remedio no haya (…)  En una copa de vino/ Quisiera tomar veneno/ Veneno para matarme/ Veneno para olvidarte”.

 

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