El estadounidense Jordan Shapiro (Filadelfia, 44 años), experto en alfabetización digital e investigador del Joan Ganz Cooney Center un centro sin ánimo de lucro de los creadores de Barrio Sésamo que fomenta la innovación educativa a través de la tecnología, ha recorrido medio mundo promocionando su libro The New Childhood: Raising Kids to Thrive in a Connected World (la nueva infancia: criar a los niños para que prosperen en un mundo conectado) popular en su país gracias al espaldarazo de los medios y traducido a ocho idiomas.
El título cuenta con muchos adeptos, como el académico creador del concepto de inteligencias múltiples, Howard Gardner, que ha dicho: “Para aquellos que se lamentan de lo que le puede faltar a la generación de las apps, Jordan Shapiro ofrece un escenario oportuno y tranquilizador”.
El autor, investigador también del Centro de Educación Universal de la Brookings Institution y profesor de la Temple University de Filadelfia, acaba de sacar un nuevo libro sobre cómo ser un padre feminista: Father Figure (figura paterna). De ambos volúmenes, Shapiro habló en una entrevista concedida a este diario durante el fórum de Educación WISE de la Fundación Qatar, al que este medio acudió invitado por la organización. El provocador y teatral investigador habla con tal pasión que casi sobraron las preguntas.
Pregunta. Los ingenieros de Silicon Valley no quieren que sus hijos se familiaricen desde pequeños con las nuevas tecnologías, lo contrario que usted.
Respuesta. No hay tantos que no quieren la tecnología, es puramente anecdótico. De casi todo en la vida hay una parte buena y otra mala. Por ejemplo, el sexo es una cosa hermosa, pero puede convertirse en un problema y, por lo tanto, hay que enseñar muy pronto sobre este tema de una forma muy intencionada y apropiada. Y con la tecnología, hay que hacer más o menos lo mismo.
P. ¿Cuándo hay que empezar a usarla?
R. La mayoría de la gente da por primera vez un smartphone a sus hijos hacia los 13 años. Me parece el peor momento posible. Todo lo relacionado con la apariencia, la popularidad... ¡está en el móvil! ¿Te crees que tu hijo la primera vez que lo ve es a los 13? Hay que hacerlo antes, cuando todavía puedes darles pautas, consejos saludables. A los siete o nueve años un hijo dice: “Sí mamá, sí papá, hago lo que tú me digas”. Pero en cuanto tiene 13 te dice: “Tú no sabes de lo que hablas”. No digo que el niño tenga un Instagram con tres años, pero hay que enseñarles pronto. La mayoría de la tecnología no existía cuando éramos pequeños y nadie sabe cómo hablar de ella. Por eso, ¿por qué escuchamos a los techies hablando de crianza? Cuando leí lo de Steve Jobs [no quería que sus hijos usaran tecnologías] pensé: es a la última persona a la que le pediría consejo sobre crianza. Sí acudiría a un doctor, a un educador, hasta a un cura... Pero no a alguien que construye teléfonos.
P. ¿En clase se debe trabajar con tabletas? En algunos colegios están limitando su uso porque creen que los niños cometen más faltas.
R. Tenemos una concepción de la clase del siglo XIX. Antes a nadie le importaba que la gente no supiese escribir, hasta que llegó la imprenta. Muchos reyes no escribían, tenían copistas. Jesús no escribía. Es muy nueva la idea de que la gente tiene que saber escribir y es fantástico, soy escritor. Pero no entiendo que haya que mantener una forma en la que se lee y escribe de hace 100 años y no adaptarla al momento actual. Es una locura. Se nos olvida que parte de la educación es aprender a sociabilizar, a vivir en el contexto que nos ha tocado. En el aula te enseñan a estar callado, a prestar atención a la clase, pero te tienen que enseñar a regular el uso de las tecnologías. A veces les digo a mis alumnos que cojan el teléfono para aprender una palabra, para que sepan usarlo de una manera apropiada. ¿Que uno va a mirar Instagram? Por supuesto, pero no es un problema de la tecnología, sino de la falta de atención.
P. ¿Por qué ha escrito ahora un alegato sobre los padres feministas?
R. La gente tiene unas ideas muy rígidas de lo que significa ser un buen padre. La mayoría de los hombres quieren hacer las cosas bien, pero no saben qué hacer contra el patriarcado porque no se han criado en esa cultura. Tienen buenas intenciones, pero siguen haciendo cosas terribles.
P. ¿Como qué? La sociedad no ayuda. En España, por ejemplo, faltan muchos cambiadores en los baños de hombres.
R. Ese es un buen ejemplo y hay muchos. No hay nada instintivo que lleve a las mujeres a querer cambiar los pañales. ¿Tener vagina te hace mejor para poner una lavadora? Hay que cuestionarse qué hace cada uno y por qué. Yo he quitado muchos pañales en mi vida. No hay que distribuir las tareas por géneros y las mujeres se tienen que sentir cómodas.
P. ¿A veces no lo están?
R. No, se sienten malas mujeres por no hacer todo. Hay que terminar con estereotipos tradicionales, como que los hombres son mejores planeando cosas, que son más racionales. Así somos todos más felices. Pregúntame cómo de mejor es el sexo para un padre feminista.
P. ¿Usted tiene que cambiar aún para ser feminista?
R. Sí, muchísimo. Pongo un ejemplo. El otro día perdía jugando al tenis de mesa con mis hijos y empecé a pensar: “Papá no puede perder, tiene que ser el ganador”. Y me dije: “Jordan, ¿a quién le importa? No pierdes la autoridad por esto”. Pero lo piensas, porque lo tenemos muy interiorizado. Volví a los patrones patriarcales. Es lo que ves en los medios, cómo me crie... Tampoco creo que las mujeres se digan: “He llegado a ser feminista”. El feminismo es una metodología que tú usas para examinar el mundo, tu comportamiento…
P. ¿Y qué papel juegan los maestros? Desde una edad temprana, las niñas creen que ciertas profesiones no son para ellas.
R. La escuela es probablemente una de las instituciones más patriarcales, lo queramos creer o no. Yo trato de no ser patriarcal en la forma en la que enseño.
P. ¿Y cómo se logra?
R. Significa reconocer los límites y los propósitos de la autoridad jerárquica. Yo no quiero ser un hippy sin autoridad en la clase, estoy a cargo, pero mi papel no es ser árbitro de la verdad, sino que debo usar la autoridad para integrar todos los tipos de voces.
Fuente: El Pais