Publicado este 22-08-2021 Editorial El Pais - España
El inicio del mandato de Pedro Castillo como presidente de Perú no ha podido ser más accidentado. Si la elección de un radical de izquierdas como primer ministro casi fuerza que los perfiles más moderados del Gobierno no formasen parte de él, apenas antes de que se cumpliese un mes de mandato ha renunciado el canciller por unas declaraciones fuera de lugar.
La incertidumbre no augura nada bueno ni para el devenir de Castillo ni, sobre todo, para Perú, un país al que le urge la estabilidad política en un momento delicado.
La renuncia de Héctor Béjar se produjo por la polémica que desataron unas declaraciones de este exguerrillero y sociólogo de 85 años en las que aseguraba que el terrorismo en Perú nació por culpa de la Marina, en lugar de ser responsabilidad del grupo maoísta Sendero Luminoso. La postura de Béjar tampoco resulta un caso aislado, ya que el nombramiento de Guido Bellido como primer ministro y sus simpatías por la organización terrorista en el pasado habían levantado muchas críticas.
La inestabilidad del Gobierno, que se formó después de una campaña muy agitada por las acusaciones de fraude por parte de la rival de Castillo, Keiko Fujimori, que nunca fueron probadas, ha golpeado sobremanera al nuevo presidente. Todo ello le ha pasado factura, hasta el punto de que es el mandatario más impopular de los últimos cinco que ha tenido Perú. Todo ello debe ser un aviso para Castillo, que debe enviar más pronto que tarde señales de certidumbre dentro del país, pero también hacia el exterior. La reacción, un tanto desproporcionada, que han tenido los mercados con la nueva Administración, con caídas en la Bolsa y una fuerte depreciación de la moneda, ha propiciado un incremento de algunos de los productos básicos que, no hay duda, golpearán a las clases más populares.
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Perú, un país emergente que logró reducir la pobreza a través de una reconocida disciplina fiscal y apertura de sus mercados, apostó por la elección de un maestro rural como nuevo presidente. El compromiso de Pedro Castillo de luchar por dar más poder a las clases populares, históricamente degradadas en el país andino, merece todo el reconocimiento, así como la legitimidad de su victoria. Ello, no obstante, no puede lograrse a cualquier precio ni a costa de contentar a sectores próximos a él que han dado muestras más que evidentes de un radicalismo exacerbado que, a todas luces, no puede traer nada bueno a Perú.
Fuente: Editorial El Pais - España.
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