En 2017 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) sumó el evento a su lista de patrimonio inmaterial de la humanidad.
Esta edición se denomina Ardh Kumbh y se celebra cada 6 años. Hay una incluso más grande: Maha Kumbh va cada 12 años y la última fue en 2013.
Hay 32 kilómetros cuadrados para acomodar a peregrinos, turistas y los sadhus, esos ascetas o monjes hindúes cubiertos de ceniza.
El Gobierno estatal (en manos del partido nacionalista hindú Bharatiya Janata Party, del primer ministro Narendra Modi) desembolsó para la organización casi 600 millones de dólares a fin de batir todos los récords de asistencia hasta la fecha, según afirmó el ministro de Finanzas Rajesh Agarwal a la agencia local PTI.
A menos de 4 meses para las elecciones generales (son en abril) las intenciones del BJP han despertado las suspicacias en la oposición y analistas.
Junto a uno de los 22 puentes flotantes instalados especialmente para permitir el paso de peregrinos de una orilla a otra, ese juego político preocupa poco a Sharam, de 34 años.
Según la leyenda, agrega, Prayagraj es 1 de los 4 lugares donde se derramó el néctar de la inmortalidad de un kumbh o jarro que se disputaban dioses y demonios, junto con Haridwar, Ujjain y Nashik, que albergan de manera rotativa la festividad cada cierto número de años.
Por eso bañarse ahí durante el Kumbh Mela libera de los pecados acumulados durante toda una vida.
El Kumbh Mela es también un momento de reunión para los sadhus que pertenecen a las 13 akhara o sectas de ascetas más importantes de la India. Pasan el día meditando y saludando a visitantes a cambio de unas rupias.
Los más sedientos de atención atraen a la multitud con trucos, como uno cubierto de ceniza que enrolla seriamente su pene en un bastón. O ese que, también completamente desnudo, se balancea en una hamaca y bendice a quien le pasa cerca.
En los márgenes se agolpan vendedores de todo tipo, desde los tradicionales puestos de té y comida hasta comercios de mantas y herramientas de cocina, almohadones inflables y verduras.
As Kumar, un rajastaní de 53 años, está al frente de una carpa donde descansan decenas de peregrinos. Pero no llegó al festival para vender: dirige un equipo que sirve gratuitamente unas 1.000 comidas al día como parte de las actividades de su congregación religiosa.
"Y a la tarde damos miles de tazas de leche ?cuenta?. Acá atendemos a todo el mundo."
Por David Asta Alares. Agencia EFE.