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¿A quién no le gustaría que le regalen una billetera? no lo niego, a veces la deseaba. En mi cotidianeidad silvestre, cierta tarde, una gitana predijo que moriría al recibir un regalo en domingos como hoy, como entenderán, le parecerá curioso y trivial.
Pero aquel domingo, ¿Cómo rechazar?, era el amor de mi vida, además tenía el encanto que tienen las mujeres que extrañamente nos gustan desde la nada, era mi primer regalo en mis dos primeros veinte años, con su extraña belleza descargó su néctar dulce dentro mis labios, abrazándome como jamás, esbozó una sonrisa que no logro olvidarla, derramó su perfumada cabellera sobre mi musculoso hombro y dócil musitó que me amaba tanto y esa billetera encerraba lo mejor de ella y felices nos despedimos.
No era una billetera común sino, anaranjada amarillo por adentro y oscuro anaranjado por afuera, impregnada de un raro perfume, con una marca extraña y de forma de unicornio que seguramente la subastarán una vez me haya marchado para siempre.
Aquella semana preñé con algunas propinas, con vano orgullo de amor y salí de compras al supermercado y cada vez que amortizaba alguna chuchería, blandía la billetera en mi inocencia, como nunca, hice tantas inútiles compras con el único afán de reafirmar que ostentaba una amorosa billetera.
Al día siguiente, al llegar al banco donde solíamos reafirmar nuestra felicidad, no llegó y nunca más he vuelto a verla, agonizando cada día mi ser en compañía de esta billetera que me regalara hace doce meses, escribo este blog. ¿Dónde estará? ¿Acaso estoy muriendo cada día? Si no hubiera aceptado el regalo, ¿sería muy feliz?
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