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La Habana de la mafia: El juego, el turismo y los bajos fondos...

Los mafiosos dominaron la isla caribeña hasta finales de los años 50 y dejaron tras de sí una huella que forma parte de la historia muy poco explotada (pero presente) del país.

 
Cuando Robert Duvall llegó a La Habana le pidió al historiador Ciro Bianchi que lo llevara al Teatro Sanghai. A Bianchi le extrañó cómo el actor que había encarnado a Tom Hagen en El Padrino conocía aquel tugurio del Barrio Chino. Le dijo que ya no existía.

Pero Duvall insistió y, además, le dijo que también quería conocer los cabarés El Niche, Pensilvania, La Taberna de Pedro y El Niche. Tampoco existían ya. Bianchi no daba crédito, pero cayó en la cuenta de que Marlon Brando, amigo del actor norteamericano, le había contado las noches de desenfreno en La Habana de los años cincuenta... hasta que llegó 1959.

Ese año no solo triunfó la Revolución, sino las noches de la élite americana: actores, políticos, cantantes y turistas adinerados se quedaron sin su esparcimiento. La mafia, que había dominado el juego, el turismo y los bajos fondos de la política de la isla, abandonó el país pero dejó tras de sí una huella que forma parte de la historia (muy poco explotada) de Cuba. Algo que los gángsteres no sospecharon ni siquiera meses antes del final.

«Estoy seguro de que Fidel nunca llegará a nada. Pero aunque no sea así, nunca cerrará los casinos. Aquí hay mucho dinero para todo el mundo», le dijo Frank Raganno a Santo Trafficante.

La Habana Libre

Trafficante dominó los negocios de la organización criminal junto a Barletta y Battisti, pero fue Meyer Lansky quien tomó el relevo y lideró el imperio del juego y el turismo.

La Habana actual es heredera de aquellos delirantes sueños: sobre el Malecón, símbolo de la ciudad, se posan algunas de esas construcciones legendarias. El hotel Riviera, el lujo personalizado en 1957 y promovido por Lansky; el Capri; el Habana Libre (confiscado a la cadena Hilton recién instaurada la Revolución) y el Hotel Nacional (sede de la Conferencia Nacional de la Mafia en 1946) pertenecen a esa categoría casi mitológica. Todos tenían casinos. Una sala del Nacional recuerda el paso de los mafiosos.

También el hotel Sevilla tiene en su vestíbulo una colección de fotos y recuerdos del hospedaje donde empezó todo: Battisti lo compró en 1939 corrompiendo a funcionarios, promoviendo unos movimientos de una organización que controló, a través de sobornos, la economía del país.

Cómo será que el dictador Fulgencio Batista contrató a Meyer Lansky como asesor para una reforma en las leyes del juego en un tiempo en el que los crupieres, a efectos impositivos, estaban al nivel de los científicos.

Entre Sinatra y Kennedy

Fueron muchos los personajes que se dejaron seducir por La Habana. Hemingway se enamoró de los tragos y se quedó en la isla hasta el fin de sus días. Tampoco Frank Sinatra y John F. Kennedy se perdieron la fiesta. Hoy la ciudad está recuperando algunos de aquellos bares que marcaron una época: el Sloopy Joe Bar rememora las madrugadas con acento inglés.

También sigue fiel a esa estética el Esencia Habana, un bonito caserón en el barrio de Vedado donde se respiran los años cincuenta. Otros barrios, como el Judío o el Chino, solo mantienen las cicatrices de prostíbulos y espectáculos de entonces.

Carlos Puebla compuso el himno revolucionario que resumía la vida de los últimos coletazos del juego: «Y en eso llegó Fidel/ Se acabó la diversión/ Llegó el Comandante y mandó a parar». Y claro que lo paró: la noche, el juego y el proyecto de llenar de hoteles la franja costera que va de La Habana a Varadero. La mafia armó en Cuba un sueño que amanecía en el lujoso cabaré Tropicana, aún hoy en funcionamiento, a altas horas de la madrugada.

Una historia que mantiene a la capital cubana con el encanto acechando en todas partes: la arquitectura le debe mucho a aquellas historias donde los coches lujosos y las reliquias art decó hicieron de este rincón del Caribe uno de los más codiciados por el dinero.

Fuente: El Pais


 
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