Foto de fondo: La muchachada huachina reunidos en el río. Se puede observar a Pompeyo Patiño, Orlando Dávalos, Elisbán Trinidad, Ciro Patiño...
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Por: Ferrer Maizondo Saldaña
huachosperu@gmail.com
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Estábamos en la etapa de los estirones y cambios de voz. Las primeras barbas disputan espacio con espinillas. Tercer año de Secundaria. Colegio Mixto San Cristóbal de Huachos.
Los juegos, las miradas y las conversaciones cambiaron de tono. Aprendimos a utilizar desodorante, colonia y visitar el billar. Hubo tardes que compartimos dos o tres copas de la botella de anisado que los amigos de la promoción bebían a escondidas a espaldas del colegio mientras el Auxiliar, Juanito Díaz, se descuidaba por atender la disciplina de las otras secciones. El cigarro llegó después.
Aquel tiempo también fue el año de las confidencias y fantasías románticas. La mente estaba ocupada en atender a las compañeras de estudio. El mundo no existía más allá de las sonrisas, disfuerzos y elegancia de las chicas. Atendíamos, sin descuidar menor detalle, las lecciones de declaración de amor que brindaban los mayores.
Eufóricos, enamoradísimos y motivados caminábamos cuando una tarde Aurelio Sánchez Vicerrel mostró con mucha discreción que tenía la solución para atraer el amor de la chica deseada. Acababa de retornar de sus vacaciones en Lima vestido a la moda, pelucón, pero con útiles escolares completos. Puntual e impecable se había presentado a clases desde el primer día del año escolar. Vacaciones es un decir porque en verdad estuvo trabajando durante todo el verano, como lo hacen la mayoría de niños, adolescentes y jóvenes provincianos que viajan a la capital luego de recibir su libreta a fin de año. Laboraba de lunes a sábado más de doce horas diarias. Luego de asear el pequeño cuarto y lavar su ropa, salía con ropa dominguera a pasear por parques y plazas del centro de la ciudad descansando en banquetas o tirado sobre el gras. Alguna vez ingresó con temor a la Carpa Grau a disfrutar de los bailes chicha. Zapatillas nuevas y polo estampado llamaron la atención de alegres amigas del oriente peruano de minifalda y blusa floreada que conoció el fin de semana.
Mirando a todos lados, sacó de su bolsillo un diminuto frasco transparente en forma de tubo y dijo que una gitana, en la avenida Grau de Lima, le había entregado. Comentó que las gitanas caminaban en grupo con cartas en la mano fumando cigarro. Mujeres de faldas largas hasta los pies, con cintas de colores alegres que partían de un disco colocado en su cabeza. Con flores y peinetas en el pelo. Grandes collares. Tenían un delantal de donde extraían diminutos y misteriosos objetos.
Era una loción mágica. Un perfume a base de jazmines blancos, esencia de canela y almendras, pétalo de violetas y agua mineral de rocas de la India. Solo tenía que rociar, disimuladamente, un par de gotas sobre el hombro de la chica deseada, y, al cabo de un mes ella vendría sola hacía ti, le recalcó la gitana antes de cobrarle los cien soles acordado.
Atestiguamos como Aurelio arrojaba el hechizo de amor. Más de dos gotas cayeron en el brazo izquierdo de Helena. Ella pasó de largo mientras su larga cabellera jugaba con el viento.
Impacientes aguardamos noticias. Aurelio seguía con atención cada movimiento, palabra y sonrisa de Helena. Quería notar los efectos de la magia. De tanto mirar y seguir a su dulcinea, quien andaba en grupo, notó que Fabiola se emocionaba más de la cuenta cuando se acercaba. Actualmente es su esposa. Siempre se acuerda que la gitana al despedirse le dijo no olvidar que los efectos de la magia solo son en días de luna llena. Caso contrario te casarás con su amiga.