David Vilcapuma Gutiérrez Licenciado en Educación |
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Desde Chilcaní, estancia de mí querido padre: Néstor Vilcapuma Quispe, esta es una crónica de mi modesta creación, desde donde tu corazón y mi alma deambulan solos por las sombras de las cumbres de San Juan de Yánac.
Cuando las lluvias comenzaban a caer por las praderas de Huaychao, donde las nubes oscuras cubrían el cielo, rayos intensos se aproximaban por las alturas. En esos instantes aparecía en Chilcaní un hombre desconocido, tenía un rasgo extraño; vestía una túnica negra, nadie se imaginaba que era cura.
Era el padre Girón, quien pertenecía a una orden sacerdotal, proveniente de un seminario clandestino del Santuario de Huaca Huaca, en Ticrapo, Castrovirreyna.
En esos días dicen que en chilcaní, un grupo de estudiantes ensayaban una danza de la comunidad, que en aquellos tiempos era difundido por un gran arpista, que además fue Alcalde, dicen que los alumnos se preparaban para participar en un concurso en el aniversario de del anexo.
Era un fin de semana por la tarde, el cielo se nublaba intensamente y empezaba a caer una poderosa tormenta, cuando el cura ingresó a la casa; los danzantes se asustaron, decían que sus corazones palpitaban con fuerza, sus rostros se humedecían de sudor, su cuerpo ardía como fuego, mientras otros sentían una sensación de terror y pánico, pensando que el cura se los iba a llevar.
Uno de los alumnos recordaba que cuando aún era pequeño, una noche había escuchado a un hombre que tenía un parecido al cura, decirle a su madre en voz baja, ésta vez sí me lo llevo a mi ahijado; la madre le había respondido con certeza; ¡sí llévalo! El estudiante lloraba desconsoladamente, recordando cada palabra que había oído y sollozando caminaba de un lugar a otro temerosamente.
Dicen que esa noche no pudo dormir; cuenta que se cubría con la poñuna (frazada) a cada rato, pensando que pronto se acercaría, el cura para llevárselo. Recuerda también que pasó toda la noche llorando, parece que su hermano se había dado cuenta; levantaba la cabeza de rato en rato, pero solo unos segundos; relata que esa noche pensaba huir de la casa.
Al día siguiente el cura Girón había retornado, se presentaba como cualquier lugareño, y hablaba con ellos sobre Dios, sus intervenciones eran sencillas, utilizaba un lenguaje cándido que los conmovía, y creo que a los demás estudiantes también.
Al final dijo que buscaba vocaciones seminaristas, en jóvenes estudiantes como las que ensayaban en Chilcaní, exhortó a examinar sus creencias espirituales, sus tendencias de servir al prójimo. La profesora Vivanco también recomendaba a todos los alumnos a integrarse al seminario.
La casa era sencilla con techo de paja se había convertido en un gran silencio; todos se miraban unos a otros sin decir nada, que impotencia dios mío. El cura Girón, apenado agradecía a los jóvenes por haberlos escuchado, y luego se iba despidiendo y lentamente abandonaba la casa.
Después de un buen rato, algunos estudiantes decidieron seguir al padre Girón, llamándolo varias veces por su apellido padre Girón, padre Girón, en seguida fueron a su alcance. Logrando alcanzar en la bajada cerca al río otuto.
El padre Girón se paró y volteó la cabeza, mientras los alumnos iban acercándose lentamente. El escenario reflejaba un panorama tenso; uno de los estudiantes dice: padre, mis compañeros y yo, queremos participar en el seminario.
Qué bueno hijo! ¡Dios te ha escuchado! bendito es el señor. En ese instante el alumno Teódulo y dos compañeros más, se acercaron manifestando cada uno su interés de participar; el padre les agradeció; luego fueron juntos a chivato wuasi, dicen que allí algunos comuneros iniciaban la fiesta costumbrista en tiempos pasados.
Llegaron a la cima de un cerro y mientras caminaban, el cura Girón, les decía: Jóvenes, ¡miren hacia arriba, la montaña está viva!
- Sí, si el cerro se mueve, es hermosa y resplandeciente - decía uno de los alumnos.
¿No sientes su llamado? - decía el cura, con una voz calmada.
- sí, señor se oye. Contestaban todos.
- Allí está nuestro pueblo, sumiso y callado desde hace siglos, ellos nos necesitan, en aquel lugar está el seminario que requiere nuestro servicio - decía el cura Girón.
Que buena revelación, decía los estudiantes: Ya sentimos que nuestra verdadera alma está en la montaña. Entonces vayámonos, seguirme los pasos e iremos a servir a nuestro pueblo, decía el cura con voz pausada y arrastrada. El joven Teódulo, uno de los estudiantes, quedó mirándolo fijamente y dijo:
Padre, yo pertenezco a ése pueblo, mi corazón es como ésa montaña verde por fuera y rojo por dentro. Por lo tanto iremos a trabajar en ella, con la gente más necesitada decía el cura. Los tres jóvenes entusiastas fueron a trabajar con el padre Girón, al año siguiente Teódulo, quien era él más instruido convocó a un cabildo abierto a toda la comunidad, y terminó siendo elegido su presidente.
Los pobladores cuentan que estos jóvenes durante su gestión había realizados varios acciones importantes en beneficio de la comunidad, también decían que durante su gestión había renunciado a percibir un salario, dando muestras de desprendimiento y dejando un ejemplo de servicio a la comunidad.
Chincha noviembre del 2017.
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