David Vilcapuma Gutiérrez Licenciado en Educación |
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Cuando arrancaba el otoño, los comuneros de esta zona de la sierra de san juan de Yánac, llevaban sus ganados, hasta las lomas más altas de los cerros, donde los pastos y forrajes daban su inicio de abundancia.
Los antiguos pobladores de esta comarca cuentan que existía en el pasado, un próspero criandero de ganado llamado Claudio, quien era un hombre bueno y humilde, criaba muchas reces y otros tantos de caprinos; era también un buen negociante.
En el tiempo que él viajaba al pueblo, para atender sus negocios, lo hacía encargando a sus animales a una de las vaqueras, quien se dedicaba a estos trabajos eventuales en esa localidad.
Ella se encargaba de cuidarlas, pastearlas y ordeñarlas, durante el tiempo que estaba a cargo a su retorno don Claudio acostumbraba hacerlo llevando víveres, algunas veces también llevaba vestimentas y hasta calzados.
Un día cuando don Claudio había llegado a la estancia de Yuraq Cancha, la vaquera temerosa le hacía saber que, algunas de sus reses se habían desaparecido.
Don Claudio, no quería aceptar dicha novedad, pensando que era una broma, pero conforme pasaba los minutos, la duda invadía su mente. Montando luego en su caballo, se dirigía hacia el potrero para constatar personalmente a su ganado, comprobando que efectivamente faltaban varias cabezas de reses.
Pronto retornó y mandó llamar a sus pastores, organizando la búsqueda de sus animales perdidos.
Fueron a buscar durante todo el día, por todas las lomadas, cerros, ríos y chacras, al atardecer, cuando el sol se ocultaba y empezaba a oscurecer, se escuchaba el mugir de las vacas, pero por el eco del sonido, no se podía distinguir de qué lado venia ese mugido. a pesar de ello continuaba su búsqueda intensamente.
Don Claudio se arriesgaba dirigiéndose por las zonas más difíciles que aún faltaban buscar, sintiéndose cansado en el trayecto, decidiendo sentarse un rato sobre una piedra que había al borde del camino; lugar de donde se observaba, todo el panorama del valle.
Al girar la mirada hacia un lado, percibía a lo lejos una luz inmensa y radiante, que era impactante, le llamaba la atención extremadamente y sorprendido se levantaba y caminaba hacia esa dirección, olvidándose su sombrero seguía caminando, de pronto llegaba como un adormecimiento en el cuerpo y lentamente iba perdiendo sentido y movimiento.
La curiosidad por saber de dónde provenía esa luz, lo invadía fuertemente y continuaba su marcha, hacia la luz que lo atraía.
La oscuridad era cada vez más intensa, no veía casi nada. El seguía avanzando, donde luego se le cae el poncho, de allí no recuerda nada, había perdido el sentido.
Ya al amanecer los demás pastores que seguían con la búsqueda, pasaba por ese lugar triste y preocupado y encuentran el sombrero de Claudio, estaba tirado al borde del camino, desde ese lugar preocupado llamó varias veces, por su nombre, sin ningún resultado.
Uno de los buscadores se asomó hasta el borde del abismo, observando con sorpresa que el poncho de don Claudio, también estaba tirado en el precipicio.
Los buscadores se sorprendieron más aun, asustados y temblorosos, trataron de acercarse hasta el lugar donde estaba el poncho, desde donde pudieron ver el cuerpo de Claudio, tendido en el fondo del abismo.
Los pastores se miraban unos a otros, totalmente desconcertados, casi con lágrimas en los ojos, se imaginaron lo peor, que estaba muerto.
En ese instante corrieron en busca de una soga, para atarlos en uno de los arbustos más fuertes que había en ese abismo, y así poder bajar hasta el lugar donde yacía el cuerpo de Claudio.
Asustados llegaron al lugar, procediendo luego a observar los signos vitales de Claudio, el respiraba con cierta normalidad, estaba vivo, solo su cuerpo se encontraba totalmente frío.
Uno de los pastores de más edad, recordó que entre sus costumbres estaba agarrarse a latigazos entre pobladores, para entrar en calor.
Este pastor hizo lo mismo con Claudio, desde el momento que trató de reanimarlo, arremetió con él a latigazo, haciendo que reaccionara en el acto.
Luego lo hizo subir lentamente hasta los altos del abismo, ya allí había reaccionado un poco y podía recordar algo de lo sucedido y empezaba a balbucear, narrando lentamente lo ocurrido. Aseguraba que él había llegado al puquial más hermoso del lugar, había visto a unas mujeres más bellas en su vida, también decía haber visto a una orquesta en plena ejecución.
Parecía un sueño lo que contaba Claudio. En aquel lugar nunca hubo un puquial, solo era una cueva, un lugar tenebroso, oscuro, espantoso, los pastores pensaban que Claudio, se había vuelto loco, decidiendo lo había llevado al pueblo, donde un curandero llamado Rufino, él era un anciano que tenía mucha experiencia y dones para curar.
Rufino, con mucha certeza le decía que a este hombre le había encantado los cerros y puquiales de sacra wasi de yana mío, la casa del diablo negro, los lugareños cuentan que muchas personas desconocidas habían desaparecido en este lugar.
También decían que desde los tiempos antiguos cientos de cabezas de ganado, se perdían en esta cueva. El diablo se apoderaba de sus almas y se alimentaban de su sangre.
Años después Claudio, cae enfermo, falleciendo en una mañana tensa y penosa, los lugareños comentaban que su fundo y sus animales habían sido heredados por la vaquera, con quien secretamente mantenía una relación amorosa.
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