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Mensaje del presidente a su pueblo: Una maniobra con mucho ruido y pocas nueces | VIDEO

PRESIDENCIA DE LA REPUBLICA.

No se entiende por qué el presidente Pedro Castillo insistió ayer en asistir al Congreso para terminar pronunciando un discurso sin fondo, por no decir un discurso intrascendente e inútil.

El presidente Pedro Castillo se dirige a la representación nacional ayer, desde la sede del Legislativo. Nos habia acostumbrado a cortos mensajes a la nación para no decir nada, ayer fue un largo mensaje para también no decir nada.
El presidente Pedro Castillo se dirige a la representación nacional ayer, desde la sede del Legislativo. Nos habia acostumbrado a cortos mensajes a la nación para no decir nada, ayer fue un largo mensaje para también no decir nada.

 

Ayer, finalmente, el presidente Pedro Castillo acudió al Congreso de la República para dirigir un mensaje a la representación nacional. Lo hizo tres días después de que el jefe del Gabinete, Aníbal Torres, adelantase en una entrevista en RPP que su discurso “probablemente” traería “alguna sorpresa”, y en medio de trascendidos sobre la presentación de un proyecto de ley para adelantar las elecciones generales (una iniciativa que, según reconoció públicamente el propio Torres horas después, sí existió). Al final, sin embargo, no ocurrió nada.

 

Con una puesta en escena que parecía emular a las que acostumbramos ver cada 28 de julio, sin anuncios novedosos, una concatenación de supuestos logros de su gestión y un amago de respuesta a los cada vez más comprometedores indicios de corrupción que lo van cercando, el mandatario se sumergió durante una hora y cuarto en una perorata cuyo sentido y oportunidad hasta ahora no han quedado del todo claros. Por momentos, parecía que el jefe del Estado iba descubriendo el contenido del texto que tenía al frente mientras lo leía.

 

No se entiende, por ejemplo, que el presidente Castillo señale enfáticamente que no ha cometido “ningún acto de corrupción” o afirme que no blindará a alguien cercano que haya participado en uno, cuando su comportamiento, sus evasivas y sus silencios en los últimos ocho meses sugieren algo diferente. ¿Qué debemos entender, si no, del hecho de que el mandatario haya seguido celebrando reuniones furtivas en la casa de Breña cuando instituciones como la contraloría ya le habían advertido sobre los inconvenientes legales de estas? ¿Que todavía no se haya transparentado la lista de asistentes a dicho domicilio bajo el ardid de que sencillamente nadie llevaba un registro de las visitas allí?

 

¿Que el mandatario, por otro lado, no haya sabido explicar cómo una persona como Karelim López, vinculada a un consorcio ganador de una licitación posteriormente revocada, haya podido organizar el cumpleaños de su hija en Palacio o acudir tantas veces a la sede del Gobierno en algunas oportunidades para reunirse con él? ¿Y qué nos dice del compromiso con la lucha anticorrupción del presidente que haya destituido al procurador general que se atrevió a elevar una denuncia en su contra a través de una resolución que varios expertos han objetado y que ayer haya hablado de “procuradores intocables”?

 

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Esto, por no mencionar otros asuntos que hace tiempo han comenzado a oler mal, como el entramado en torno del ex secretario general de la Presidencia, Bruno Pacheco, los malos manejos en Petro-Perú, las presiones para interferir en los ascensos en las Fuerzas Armadas y en la Policía Nacional y otros más que no se borran solo con una invocación del presidente.

 

Tampoco se entiende a qué se refiere el mandatario cuando señala que reconoce “los errores y desaciertos en los que hemos incurrido” y asegura que ya se están subsanando algunas “situaciones que ameritan corregirse”, cuando, como hemos señalado anteriormente, ha sido y sigue siendo él el principal elemento de desestabilización de su gobierno. Es difícil, en efecto, ver algún propósito de enmienda cuando sigue mostrándose tan obcecado en designar y mantener a funcionarios claramente descalificados en cargos tan importantes o cuando se empeña en reemplazar a algún cuadro caído en desgracia por otro igual de cuestionable.

 

Su convocatoria al Acuerdo Nacional –un foro que en los últimos años ha producido muchas fotos y pocas nueces–, por otra parte, parece sugerir que busca ganar algo de tiempo y enfriar la moción de vacancia admitida el último lunes por 76 legisladores, mientras que sus intentos por victimizarse o achacarle la responsabilidad de la crisis política al Parlamento ya no resultan novedosos.

 

Así, a pesar de las expectativas que pudo levantar en algún momento, lo que el Perú presenció ayer fue un mensaje que no cambia en nada la situación que el país atraviesa y que bien el presidente pudo haber dejado en casa. Un mensaje, a decir verdad, bastante improductivo, tan improductivo como el Gobierno que encabeza el que lo pronunció.

 

Fuente: Editorial El Comercio

 

 

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