Messi, el crack del Barcelona, gana como y cuando quiere
Todo saltó por los aires con La Pulga en el campo. Este chico, por sí mismo, es todo un acontecimiento. Una vez más. - VIDEO
Dos partidos se disputaron en el Calderón. En uno discutieron, cada cual a su manera, Atlético y Barça. En otro, el de la media hora final, jugó y ganó Messi, suplente tras su paternidad y bolos internacionales. Tras rumiar en el banquillo los cinco goles de Cristiano, entró La Pulga y se acabó el debate. Llegó el recital, a su alrededor unos parecieron mejores y otros peores. El Barça cambió de raíz, el Atlético se quedó tieso. Con Messi y más Messi, el equipo de Luis Enrique puso al Atlético fuera de circulación y el mismo Leo se encargó de poner el sello con el gol de la victoria. Pero en su gala de media hora hizo mucho más que el tanto triunfal. Fue un dominio abrumador de un encuentro hasta entonces encriptado, con los azulgrana al control, pero sin munición, y los colchoneros en la alambrada, a la espera de un chispazo. Todo saltó por los aires con La Pulga en el campo. Este chico, por sí mismo, es todo un acontecimiento. Una vez más.
El Atlético que proclamaba este curso ser más mimoso con la pelota, actuó con el mismo desdén de los últimos tiempos. Como si el balón fuera un artefacto, el convoy de Simeone se cobijó en campo propio y, en la misma medida que intentó anular al adversario, se derogó a sí mismo, sin huellas de chicos como Oliver, Koke y Griezmann. También amedrentados Filipe y Juanfran, el equipo colchonero se quedó sin ruta de evacuación hacia Ter Stegen. El partido estaba para los boinas verdes, para Gabi, para Giménez, para Godín. En definitiva, para el tajo en el andamio hasta que le favoreciera algún episodio. Y así fue, cuando del casi nada produjo el gol de Torres. Neymar no demoró el empate, con un pase soberbio a la red en una falta directa. A la carrera el Atlético, de parado el Barça. Estaba por llegar Messi.
Abrochado el Atlético en su papel de resistente, el Barça respondió a su manera, con la pelota en la hamaca, y hasta el gol del Niño solo penalizado por algunos pelotazos de Mascherano, que perdió a su compañero Vermaelen, el encargado de dar aire al juego desde la cueva, antes del descanso por lesión. No hay forma de que el belga, que por fin había despegado, tenga continuidad.
De pie en pie, el cuadro azulgrana asumió el protagonismo con el balón y tuvo el gobierno, pero sin pompas. Con Messi en la sala de embarque, y con Neymar espasmódico hasta que le contagió el argentino, apenas encontró quién saltara las alambradas, quien ventilara a algún jugador adversario en el mano a mano. Solo Iniesta rompió tanta solemnidad en un eslalon prodigioso que derivó en un remate de Rakitic al que respondió bien Oblak. Al Barça, también temeroso de la clásica contra colchonera, que está en su metabolismo desde hace siglos por más que aliste buenos peloteros, le faltó un punto de intrepidez. Demasiado cartesiano.
El encuentro cumplía punto por punto con el estilo de ambos, con su cruce de caminos futbolísticos. A los dos, cada cual en su escalón, les ha ido de maravilla en esta época. Todo era previsible, como si la suplencia de Messi hubiera obligado a unos y otros a no saltarse el guion respectivo. Alejados los rojiblancos del balón y, por tanto, de Ter Stegen, el Barça se manejó en las zonas templadas del campo y hasta el intermedio solo encontró portería en un remate al larguero de Luis Suárez, después de que Rafinha peinara la pelota en un córner lanzado por Rakitic. Vencedor a los puntos, el conjunto azulgrana no tuvo pegada. El Atlético, encantado de evitar el castigo.
El imprevisto gol de Torres, apenas madrugado el segundo acto, sacudió algo el duelo. El picotazo del Niño, que le tiene pillada la medida al Barça desde sus orígenes, llegó tras un excelente servicio de Tiago, con Alba y Mascherano mal escalonados. Torres, a campo abierto, no controló bien a la primera, pero Ter Stegen, en su bautizo en la Liga, se quedó en casa, lo que facilitó la ejecución al madrileño. El gol fue un chupinazo para todo el Manzanares. De espaldas a la pelota, arriba en el marcador. En el fútbol hay más de un manual. Al gol de Torres sucedió una mano de Mascherano dentro de su área, como luego otra de Godín en su trinchera. En ambas nada quiso saber el árbitro.
Messi ya calentaba por la orilla cuando Neymar, poco después del brindis de Torres, limpió la escuadra derecha de Oblak con un golpeo de alta escuela. Mejor, imposible. Otra vez, los barcelonistas encontraron suministro con la pelota en paro. Desde ese instante, el partido fue otra cosa. No solo por el respiro culé con el empate. Con Messi al frente, todo cambió. Cogió el encuentro por el pecho, se ubicó en el centro de la escena y puso en órbita a todos. El balón circulaba a la velocidad adecuada, de repente ponía el tiempo entre paréntesis, de repente una arrancada, de repente un pase para activar en el horizonte a los laterales. La coreografía fue otra y el Barça, a hombros de Leo, empotró más y más a su rival. Hasta que de la pujanza de Neymar y Alba por una pelota dividida, Suárez, que además de goleador es un arquitecto, enfiló a Messi dentro del área. La definición del astro fue magistral, un toque con el empeine exterior de la zurda. Un gol para fardar, de no llamarse Messi.
El giro que encontró el Barça con La Pulga no lo consiguió el grupo de Simeone con Jackson y Vietto. Nada que hacer con este Messi lanzado desde el banquillo y que, para desgracia local, salió con buen humor. Nada pareció Anoeta. Es lo que tienen genios semejantes cuando no se mosquean. Ellos mandan, aunque sea en media hora. El fútbol les pertenece.