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Fue un extraño domingo, abordamos el peregrino y destartalado autobús amarillo, camino a los Cárpatos; me acomodé al fondo y de pie el melenudo y tullido adolescente inundado por la nostalgia y suspendido en el tiempo, tímidamente desenfundó su macilenta y cómplice guitarra.
Con inusitada pasión, empezó su balada de la despedida ante un improvisado público, ¿Dónde estará mi estrellita? ¿Dónde estará mi flor amarilla? ¿Dónde estará mi bálsamo que me alegraba? ¿Dónde estará mi estrellita para rendirle tributo? ¿Dónde estará tu promesa griega? ¡Estrellita! ¿Por qué me has abandonado?
Sollozando aquella canción más triste del mundo, dentro de sus harapos, acongojados alcanzamos avizorar sus empapados ojos sin párpados, una dosis de impotencia y resignación infinita del porvenir.
En el recodo, despidiéndose con un guiño sepulcral, sin importar alguna caritativa propina, descendió torpemente y emprendió su extraño y secreto viaje final, presto a rendir su negligente ritual prometido, al pie de los montes Cárpatos; donde al mediodía de un domingo de luna llena, de rodillas, llorar a plenitud infunde olvido eterno de la amada.
@davidauris |
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