Escribe: Rafo León
La terrible pérdida de cuatro jóvenes soldados en la playa Marbella, no ha sido un accidente. El jefe de la tropa, que el mar se llevó, actuó con negligencia. O si se quiere, con autoritarismo cachaco. “¡Para hacerse hombres!”. A enfrentar un mar sumamente peligroso, sin tener en cuenta la impericia de los muchachos, y el que algunos de ellos no supieran nadar. Esa variante del machismo, de la que ni las feministas ni nadie habla, es feroz porque erosiona vidas a la vez que reproduce el modelo de poder en la sociedad, sobre todo en los sectores más pobres, que es de donde salen los soldados.
Mi padre se jubiló como gerente de la Editorial del Colegio Militar Leoncio Prado, y habiendo sido él un militar bastante fanático de su carrera, no quiso que mi hermano ni yo fuésemos a estudiar al escenario de La ciudad y los perros. Mi padre había visto demasiado, algo de lo que no hablaba.
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Pero me enteré que en una ocasión un paisano suyo, sanpedrano, que había mandado a su hijo para que hiciera los tres últimos años de secundaria en el CMLP, también con la idea de que refuerce su hombría, llamó a mi padre por una situación de grave emergencia.
El bautizo de los perros
Resulta que en el bautizo de los perros, una tradición en la que se somete a los recién ingresados a prácticas verdaderamente salvajes, al hijo de este señor le habían hecho ingerir un pequeño jabón atado a una pita, para que una vez que llegaba al estómago, lo volvieran a sacar, y así muchas veces, hasta que el adolescente cayó víctima de una hemorragia interna que casi lo mata.
Mi padre actuó hasta donde pudo, pero la dirección del colegio cerró filas para acallar esta atrocidad, sobre la idea del espíritu de cuerpo, de la autonomía de los militares respecto al resto de la sociedad, y del sagrado deber de formar hombres, duros, valientes hasta la casi muerte.
Seguimos con fuerzas armadas que, tal cual la iglesia católica, practican el otoronguismo, el secretismo, el paralelismo judicial.
Fuente: Facebook