Andreas Schleicher (Hamburgo, 55 años), director de Educación de la OCDE y máximo responsable del informe PISA —que mide el nivel de conocimiento de los alumnos de 15 años de 75 países en ciencias, matemáticas y comprensión lectora— cree que la peor consecuencia del cierre de las aulas por el coronavirus es la desaparición durante meses del mayor igualador social: la escuela.
En su opinión, es el único lugar donde todos los niños reciben el mismo trato, lejos de la situación personal que cada uno tiene en casa. “Allí ven otra forma de pensar, de actuar y hasta de andar… Aprenden el concepto de responsabilidad social”. Por eso, su máximo miedo es que la “fábrica social” en la que se han convertido los colegios se fracture.
Entrevista
Pregunta. Uno de los últimos estudios de la OCDE señala que uno de cada 10 estudiantes no tiene un escritorio en casa. ¿Cuál es la mejor solución para los alumnos más desaventajados, pasar al siguiente curso junto al resto de sus compañeros?
Respuesta. Es una pregunta complicada. Creo que hacer que la gente joven repita curso es probablemente la peor solución, porque además de perder un año, se les va a estigmatizar. Los sistemas educativos deben encontrar la forma de redoblar sus esfuerzos y analizar cómo pueden los alumnos con menos recursos en casa seguir aprendiendo. Hay una gran expectación puesta en los profesores y son ellos los que tienen que hacer de mentores, incluso de trabajadores sociales y estar en contacto permanente con sus alumnos.
P. ¿Puede ser problemático que en septiembre las aulas se encuentren con una proporción elevada de alumnos que no asimilaron bien los conocimientos del curso anterior?
R. En septiembre el entorno de aprendizaje y el ambiente de las aulas será más diverso que cualquier otro año. Habrá alumnos que vuelven entusiasmados, con muchos aprendizajes online que les habrán enriquecido, gracias al apoyo de sus familias. Otros llegarán desmotivados y ese es el reto, aumentar el refuerzo escolar para esos niños.
P. La reapertura de los centros lleva diferentes velocidades en Europa. Los expertos insisten en que cada mes crece exponencialmente la desigualdad.
R. El coste social del cierre de las escuelas es dramático. Diferentes investigaciones muestran que no es cada mes, sino cada día. Inevitablemente, la brecha de desigualdad va a aumentar y necesitamos encontrar fórmulas para mitigarlo: los estudiantes tendrán que dedicar más horas al estudio, habrá que involucrar a las familias… No hay una respuesta clara. Las familias con más recursos lo podrán compensar con clases extraescolares pagadas de su bolsillo. Lo que quieren las familias para sus hijos es lo que el Gobierno tendrá que asegurar para todos.
P. Teniendo en cuenta la crisis económica en ciernes, ¿es realista pensar que los Gobiernos van a priorizar el presupuesto educativo para asegurar ese refuerzo?
R. El futuro de nuestros países depende de la educación; las escuelas de hoy serán la economía de mañana. Desde que empezó la pandemia, el caso de China me ha impresionado. Una de sus prioridades fue la educación. El Gobierno lanzó una plataforma gratuita de aprendizaje en la nube con 7.000 servidores y 90 terabytes de banda ancha que permite que 50 millones de estudiantes se conecten simultáneamente. Apostar por la educación es una decisión que toda nación debería tomar.
P. ¿Es una cuestión de dinero o de voluntad política?
R. Efectivamente, esa medida ha costado mucho dinero y gran parte ha sido donado por compañías tecnológicas. Hay dos puntos de partida que son importantes. Desde el primer día, todos los profesores en China se involucraron con el uso de esa plataforma. No se limitaron a decir a los estudiantes que la usaran, sino que además los llamaron por teléfono diariamente para tener claras sus necesidades. Se prestó mucha atención a los estudiantes sin posibilidad de acceder a Internet y se les envió libros de texto y material dentro de un plan organizado por los centros.
P. ¿Por qué en países como España o Francia no se ha intentado lanzar ese tipo de plataformas cuando las ya existentes no tienen suficiente capacidad?
R. El Gobierno español ha hecho un gran esfuerzo por usar herramientas digitales y lo ha hecho bien en la búsqueda de aliados de la industria tecnológica. Creo que lo más difícil para ellos ha sido involucrar a los docentes, ahí es donde probablemente se deben concentrar los esfuerzos, en conseguir que los profesores sean parte activa en este cambio. La enseñanza online va a ser crucial en el futuro de la enseñanza, los profesores deberían esforzarse más.
P. ¿Cuál es su recomendación para que el trabajo estos días sea eficiente?
R. Como profesor, en estos momentos no puedes resolver los problemas tú solo, sino en equipo. En eso España tiene mucho trabajo que hacer. Según los resultados del informe Talis, los docentes españoles son de los que menos colaboran, trabajan de forma aislada en su aula. Solo el 24% declara participar en una red de colaboración para diseñar planes de docencia o compartir material pedagógico, frente al 40% de media de los países de la OCDE. Es importante respetar la autonomía de los docentes, pero en este momento hay que fomentar la cultura colaborativa y no estar esperando instrucciones de los Gobiernos, sino tomar la responsabilidad de la situación y contactar con colegas para poner en marcha medidas innovadoras. Los líderes de cada centro tienen que conectar a los profesores, crear comunidades y comités entre diferentes colegios. Uno de los resultados de PISA es que el 50% de los profesores a escala mundial no se sienten cómodos en el entorno de enseñanza digital.
P. Los datos de Talis dicen que solo el 59% de los directores desarrollan acciones para conseguir la colaboración entre docentes. ¿Quién debe mandar ese mensaje?
R. La crisis amplifica la necesidad de estar conectados. Ese cambio se debe iniciar desde la propia comunidad educativa. Los buenos líderes no están en los despachos decretando órdenes, están involucrados en la solución, de forma activa. El Gobierno al final está muy lejos de tener un efecto sobre lo que pasa en las aulas. Los profesores en España siguen muy pendientes de lo que dicta la Administración.
P. ¿Los docentes deberán modificar su forma de enseñar en septiembre?
R. Absolutamente. El gran precio que vamos a pagar por la crisis no es solo la pérdida de aprendizaje, sino la gente joven afectada por la desafección, la decepción y que ha perdido su confianza en el sistema educativo. Van a tener que escuchar más, detectar la necesidad de cada uno y diseñar nuevas formas de aprendizaje para encajar los diferentes contextos personales. No puedes volver como si nada hubiese pasado.
P. ¿Cómo se debe evaluar durante el confinamiento?
R. Debemos realizar la máxima evaluación posible. Educación y evaluación van de la mano. Cuando estás en la escuela sabes cómo está evolucionando cada estudiante, pero, cuando no les ves día a día, hay que usar herramientas online para ver si está aprendiendo. Soy muy optimista y creo que podemos ser muy creativos con nuevos formatos de evaluación.
P. ¿Se debe mantener la evaluación estos meses de confinamiento o poner el foco en proporcionar apoyo emocional?
R. Quizás haya que cambiar la naturaleza de la evaluación, pero insisto en que es importante mantenerla para poder seguir la evolución del alumno. De no hacerlo, los profesores se volverían ciegos y también es una forma de conseguir que los alumnos no desconecten.
P. Usted ha criticado que no haya una mayor colaboración público-privada para afrontar la crisis educativa por la covid-19.
R. La innovación educativa requiere colaboración entre lo público y lo privado y en España hay una cultura de confrontación entre lo público y lo privado. Parece que la educación es solo cosa del Gobierno y hace falta que la sociedad se involucre y aporte ideas creativas. Las empresas también tienen que tomar partido y proponer soluciones, por ejemplo, para las prácticas de los alumnos de Formación Profesional. El futuro del país depende de cómo se gestione esta crisis educativa.
Fuente: ElPais
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