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Radiografía de las últimas horas del "Pibe de Oro" antes de su muerte | VIDEO

Maradona falleció de un infarto mientras dormía. En las dos semanas en las que residió en la casa del Tigre, Maradona, pasó del entusiasmo por la recuperación a una nueva depresión anímica.

 

BUENOS AIRES | “¿Qué harían ustedes si fueran Maradona?” La pregunta del astro fue dirigida a su círculo íntimo horas después de haber sido operado del hematoma subdural en el hemisferio izquierdo. En la tranquilidad de la habitación en la Clínica Olivos se hizo una pausa, hasta que uno de sus interlocutores le respondió: “No me gustaría ser Maradona ni un minuto”. El Diez ofreció una media sonrisa y replicó: “¿Viste? Eso me pasa todos los días. Estoy cansado, me gustaría tomarme vacaciones de Maradona”.

 

Fue en esos días que se filtraron los ofrecimientos de varios países (con Venezuela y Cuba a la cabeza) para que pudiera alejarse de la exposición mediática, para que no lo persiguiera la estela de su leyenda. Los últimos días de Diego Maradona antes de su muerte tuvieron el espíritu de esa charla filosófica. La intervención y el tratamiento por su cuadro de abstinencia habían logrado algo impensado hasta hacía un tiempo: que su familia y su círculo íntimo buscaran puntos de contacto para cuidarlo, cobijarlo, que volviera a ser él.

 

Las primeras horas en su nueva casa del Tigre, una zona que le gustaba mucho, habían sido auspiciosas. Quienes lo frecuentaban aseguran que se mostraba “supermotivado”, con ganas de reponerse, estar cerca de sus seres queridos y volver al banco de Gimnasia de La Plata. Incluso, en su primera jornada en Villa Nueva, salió a caminar por el parque y hasta jugó a las cartas con sus acompañantes, uno de sus pasatiempos favoritos.

 

Jony Espósito, su sobrino y quien lo despidió antes de que se marchara a dormir el martes 24 a las 23, lo acompañó casi a tiempo completo. Todos los días lo respaldó Maxi Pomargo, mano derecha del Diez y cuñado de Matías Morla, su abogado. Su hija Gianinna lo visitó a diario, también Jana se trasladó seguido a la propiedad, y Dalma se acercó la primera semana para saber cómo se sentía. Verónica Ojeda le llevó a Dieguito Fernando. Tuvo sesiones con el psicólogo y el psiquiatra, y una enfermera se hizo presente 24 x 24 en la habitación contigua a la suya.

 

Además, Leopoldo Luque, su médico personal, concurrió a chequear su evolución un par de veces por semana, y Tafa, el kinesiólogo, lo asistió en los ejercicios de rehabilitación. Este último siempre encontró la llave para mantener en movimiento al astro y fue uno de los que lo movilizó para llevar adelante la rutina Maradona fitness, que tras el bajón anímico profundo de junio, en el que había recaído en el consumo de alcohol, le había permitido bajar más de 12 kilos y recuperar agilidad. Sin embargo, con el correr de los días lo vio menos enchufado. Las bromas, uno de los termómetros en Maradona, empezaron a ralear, según cuentan los que lo visitaron.

 

Hace una semana, Jana, incluso, le ofreció quedarse a dormir. “No te hagas problema, mami, andá tranqui”, le dijo Diego. Miraba partidos, tuvo contacto telefónico con Sebastián Méndez, su ayudante de campo en Gimnasia, pero empezó a pasar mucho tiempo en su habitación. Acostumbrado a tener más libertades en su hogar de Brandsen, se vio estrictamente controlado. Con las mejores intenciones, en busca de su bienestar, pero celosamente monitoreado, al fin. Y sin su rutina, otra vez bajoneado, más allá de la calidez de los afectos. “El viernes prácticamente no asomó la cabeza”, le subrayó una fuente a Infobae. Ya desde las semanas previas a su internación, en el umbral de su cumpleaños 60, las imágenes de doña Tota y Chitoro, sus papás, se habían hecho recurrentes. “Cada vez que hablaba de ellos, se ponía a llorar, como cuando asumió en Gimnasia. Los extrañaba mucho”, resaltó la misma voz.

 

El último fin de semana, Luque concurrió a la casa con la intención de quitarle los puntos. El ex capitán de la Selección se hallaba en su cuarto y no salía, a pesar de que lo habían anoticiado del visitante. El médico buscó la manera de aguijonearlo, como lo había hecho en otras oportunidades para lograr internarlo o que depusiera una actitud negativa. Tomó la paleta de ping pong y se puso a jugar. Al escuchar el peloteo, Maradona salió. “Tordo, ¿qué hacés?”, le dijo. “Te vine a ver a vos, pero como no salías, me puse a jugar al ping pong”, le respondió el neurocirujano.
 

 

Ahí, sí, Diego permitió el procedimiento y se abrió un poco más. Ahí Luque confirmó su pensamiento. Maradona necesitaba de una motivación, de un régimen regular. Trabajar. “Hay que discutir muchas variables y nadie va a tener la razón absoluta. Yo pienso que a nadie hay que quitarle el trabajo, y más si lo apasiona. Si le da una vida, una rutina... Es mi sugerencia. Muchas personas pueden opinar diferente. Que no, que no tenga presiones, que esté relajado... Diego donde menos sufre presiones es en una cancha. Esa es mi impresión”, había dicho en su momento, con la operación fresca. Y ese concepto regresó a su mente.

 

Claro que para que volviera a su rol como entrenador de Gimnasia faltaban definir varios pasos: el cómo, el cuándo, y que contara con la autorización de la familia, que desde el episodio del hematoma que encendió las alarmas tomó el control de las decisiones. El equipo que lo trataba lo imaginaba como algo paulatino, pero veían necesario ponerle carnada al anzuelo, “reinsertarlo en una vida normal”.

 

Morla había dialogado con la dirigencia del Lobo cuando renunció el presidente Gabriel Pellegrino y luego de que retornó a su puesto. “Que se quede tranquilo, lo vamos a esperar y le vamos a respetar el contrato”, le habían hecho el guiño que esperaba el oriundo de Villa Fiorito.

 

Hasta que llegó el día fatídico, el miércoles 25 de noviembre, en el que abandonó la piel para transformarse en leyenda. La versión oficial de la Fiscalía General de San Isidro, nutrida por los testimonios de los presentes, señala que la última persona que lo vio con vida fue su sobrino, la noche del 24/11. Además, confirma que se encontraban en la propiedad del barrio privado de Tigre el propio Espósito, su asistente (Maxi Pomargo), un empleado contratado para su seguridad física, una enfermera y una cocinera.

 

 

El informe asegura que el psicólogo y el psiquiatra del Diez llegaron a las 11:30, ingresaron en primer término a la habitación, intentaron hablar con Maradona, pero no respondió. Convocados los otros integrantes del entorno presentes, lo intentaron despertar, y allí, al no notar signos vitales en el entrenador de Gimnasia, requirieron la presencia de profesionales para que le realizaran maniobras de reanimación, que resultaron infructuosas.

 

La contradicción reside en que, según lo que pudo averiguar Infobae, la enfermera le habría dicho al círculo íntimo del ex enganche que lo había escuchado levantarse, que tomó las pastillas y que luego se había recostado nuevamente, aduciendo “cansancio”. Por lo pronto, la autopsia preliminar determinó que Pelusa sufrió una “insuficiencia cardíaca aguda, en un paciente con una miocardiopatía dilatada, insuficiencia cardíaca congestiva crónica, que generó edema agudo de pulmón”.

 

Uno de los hombres más populares del mundo provocó movilizaciones en varios puntos de la Argentina y en Nápoles, ante la noticia de su muerte. En su habitación, solo, el mejor futbolista de todos los tiempos, sobre el que se posaban los ojos del mundo, encontró la paz.

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