Cuando era niño, su madre le pidió que pintara para que no se perdiera su cultura ancestral. Santiago Yahuarcani respondió a sus deseos y desde muy joven, a través de lienzos como estos, intenta que las raíces del pueblo huitoto no sean arrancadas de su tierra amazónica.

“Lo que pienso es que el gobierno no conoce ni nuestra cultura ni nuestra realidad. Si el gobierno nos conociera, no nos harían ciertas cosas y nos darían más importancia. Creo que, cuando uno se conoce, o conoce algo a fondo, se llega a sentir amor y se respeta”.

Esas cosas que denuncia Santiago Yahuarcani se reflejan en su obra donde, de forma muy gráfica, muestra todas las amenazas que acechan a la Amazonía, como la explotación maderera... o los vertidos de crudo que arrasan con todo a su paso... Una destrucción provocada solo para obtener el mayor beneficio económico.

“No nos matan, no nos torturan y no nos esclavizan, pero lo están haciendo con nuestra naturaleza, con nuestra Amazonía”.

Colombiano pero vive en el Perú

Es la misma historia de explotación que se repite una y otra vez y que Santiago conoce bien. Su familia vive ahora en Perú pero son originarios de Colombia. Allí su abuelo padeció el genocidio del Putumayo, la esclavización de miles de indígenas usados como mano de obra para extraer el caucho de los bosques amazónicos.

“No les daban de comer; si les mandaban traer 50 kilos de caucho y traían 15 o 20, eran torturados; les cortaban las orejas; les cortaban los dedos; les metían en hoyos de 14 metros y ahí se pudrían...”.

Se estima que unos 70.000 huitoto como Santiago fueron asesinados durante este genocidio. Por eso, su madre le pidió que luchara para que su cultura, esquilmada a principios de siglo, no desapareciera definitivamente. En esa batalla hoy los indígenas cuentan con un aliado incondicional.

“Porque la Iglesia nos ha acompañado y nos sigue acompañando y nos sentimos muy contentos cuando estamos acompañados con un párroco o con una hermana”.

Santiago es católico y, pese a que lamenta que la Iglesia en el pasado “hiciera cosas malas”, celebra la convocatoria del sínodo, como una oportunidad para que la Iglesia se acerque aún más a las comunidades indígenas.

“Estoy convencido de que la Iglesia enseña lo que nosotros también enseñamos en nuestras malocas”.

Acompañamiento es lo que anhelan estos pueblos, una cercanía de la Iglesia que permita descubrir que es mucho más lo que les une que lo que les separa.